Las revistas de historia y ciencias sociales en México.
Un perfil de largo plazo
History and social science journals in Mexico. A long-term profile
Gerardo Martínez Delgado*
Universidad de Guanajuato, México
orcid: 0000-0002-2916-4813
doi: https://doi.org/10.15174/orhi.vi20.11
Fecha de recepción:
14 de octubre de 2024
Fecha de aceptación:
29 de noviembre de 2024
Resumen: En el artículo se hace una revisión a la historia de las revistas especializadas en historia y ciencias sociales en México. Se ensaya una distinción de tres periodos: uno entre la década de 1920 a 1950, otro de 1951 a 1980 y uno más que cubre los últimos cuarenta años. Los rasgos que se marcan en cada uno de estos cortes se cruzan con procesos muy diversos en todas escalas, entre los que se destacan los ritmos de la promoción institucional a la educación universitaria y la ciencia. Junto a todo lo anterior, en el texto se subraya la revolución digital y sus efectos sobre la actividad científica y sobre la producción de revistas académicas. Finalmente, se enuncian algunas posiciones relacionadas con retos que deben discutirse permanente y colectivamente.
Palabras clave: Revistas académicas, historia y ciencias sociales, revolución digital, especialización del conocimiento, retos de las publicaciones científicas.
Abstract: The paper reviews the history of journals specialized in history and social sciences in Mexico. A distinction of three periods is attempted, one between the decade from 1920 to 1950, another from 1951 to 1980, and one more that covers the last forty years. The features that are marked in each of these cuts intersect with very diverse processes at all scales, among which the rhythms of institutional promotion to higher education and science stand out. Along with all of the above, the text highlights the digital revolution and its effects on scientific activity and the production of academic journals. Finally, some positions related to challenges that must be discussed permanently and collectively are stated.
Keywords: Academic journals, history and social sciences, digital revolution, specialization of knowledge, challenges of scientific publications.
* Doctor en Historia por el Instituto Mora. Es profesor y director del Departamento de Historia de la Universidad de Guanajuato. Editor de Oficio. Revista de Historia e Interdisciplina. Su trabajo ha sido reconocido por el Premio Atanasio G. Saravia de Historia Regional Mexicana, por el Comité Mexicano de Ciencias Históricas y por la Academia Mexicana de Ciencias. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (snii).
Contacto: gerardo.mexcol@gmail.com
El siglo xx y las décadas de 1970, 1980 y 1990. Los ritmos de la actividad educativa, científica y la producción de revistas especializadas
Las revistas especializadas son uno de los medidores de la profesionalización alcanzada por un área del conocimiento en determinado ámbito. Seguir sus trayectorias, sus reglas y sus ritmos, las instituciones que las promueven, sus agendas, influencias o impactos, es una parte de los balances más generales que pueden hacerse sobre la generación y discusión de saberes. En las últimas décadas, las comunidades científicas se han transformado de tal forma que exigen continuas lecturas, ejercicios de interpretación y explicación, evaluaciones, informes y proyecciones.1
Dibujar un perfil de las revistas de historia y ciencias sociales en México en perspectiva histórica, proponer periodos, implica desde luego involucrar consideraciones a diferentes niveles y escalas. Respecto a la práctica de las ciencias sociales en el país, Óscar F. Contreras y Cristina Puga han puesto el acento en el número de académicos e instituciones, ubicando un punto de inflexión al inicio de la década de 1970. Considerada casi a lo largo de todo el siglo xx “como una actividad al servicio de la nación”, en esos años la investigación científica tuvo un nuevo impulso en el gobierno de Luis Echeverría. Se crearon universidades públicas y centros de investigación, se aumentaron sus presupuestos y se amplió notoriamente la cobertura regional, no sin “fuertes disparidades en términos de acceso a recursos, trayectorias de institucionalización y niveles de internalización de las normas y valores característicos de las comunidades científicas...”.2
Otros observadores y analistas consideran la década siguiente como clave de los cambios. En 2001, Óscar Mazín escribió: “La década de 1980 parece cada vez más decisiva en la historia reciente de la educación superior en México [sobre todo] por los avances en la descentralización de la vida académica...”.3 En la misma sintonía, buscando guías explicativas a la producción historiográfica del país al inicio del siglo xxi, Álvaro Matute encontraba indicios hacia 1984, señalando como un elemento decisivo de su lectura la creación, en esa fecha, del Sistema Nacional de Investigadores (sni), ahora denominado Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (snii), como un incentivo a la consolidación de la actividad científica.4
Más recientemente, José Antonio Serrano Ortega ha recorrido el punto diez años, considerando en este caso al menos dos procesos de largo alcance que impactaron en la ampliación y diversificación de la práctica de la historia y las ciencias sociales. De una parte, Serrano presta atención a la caída del Muro de Berlín, que puso en tensión y movimiento teorías y maneras de entender el mundo y, por tanto, de enfocar las prácticas de investigación y docencia. Por otro lado, y desde el punto de vista de los posgrados de historia en el país, llama la atención sobre el salto ocurrido a partir de 1994, año en el que había, de acuerdo con su información, sólo cuatro posgrados de historia (dos maestrías y dos doctorados), en contraste con los 46 posgrados en México relacionados con la disciplina histórica que actualmente se cuentan. Uno de los resultados de esta multiplicación, apunta Serrano, “fue un cúmulo de estudios regionales que cambiaron las agendas de investigación”.5
Cruzando estos marcos de interpretación con otros aspectos de la historia de la práctica científica en México, podemos esbozar la identificación de al menos tres ciclos para las revistas mexicanas de historia. El primero puede ubicarse entre los años finales de la década de 1920 y los inicios de la de 1950. Corresponde a una etapa de formalización e institucionalización de las ciencias sociales en México, de fuertes vínculos con el Estado, con marcados liderazgos y centralismos. Se trataba de comunidades pequeñas, creadoras de nuevas empresas en las que pueden reconocerse al menos dos perfiles de acuerdo con sus espacios de producción, públicos y vocaciones.
De un lado estaban las publicaciones de corte “científico”, entre ellas la Revista Mexicana de Estudios Históricos, dirigida entre enero de 1927 y diciembre de 1928 por Alfonso Caso y Manuel Toussaint; Anales, del Instituto de Investigaciones Estéticas, fundada en 1937; la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, que inició en 1937; la Revista de Historia de América, órgano del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, dirigida por Silvio Zavala a partir de 1938; o Cuadernos Americanos, desde 1942.6
Otro perfil era el de las publicaciones donde no estaban estrictamente definidas las fronteras entre la difusión y la investigación, aquéllas donde los fines culturales, universitarios y académicos se entrelazaban; en este grupo podemos incluir a la Revista de la Universidad de México (1930) o La Palabra y el Hombre (1957), esta última como un ejemplo de iniciativas fuera de la capital del país. Podría añadirse un tercer tipo, el de aquéllas con un interés por tomar parte del análisis y la definición de políticas públicas, revistas tan importantes como Problemas Agrícolas e Industriales de México, que entre 1946 y 1959 dio cabida en sus páginas a libros y textos extensos, de un inconfundible perfil académico, acompañados de un cuidadoso trabajo de investigación iconográfica, de mapas temáticos muy útiles, de notas bibliográficas agudas y de una sección para debatir con intensidad desde perspectivas académicas y de la administración pública.7
Historia Mexicana, fundada en 1951, marcó por sí misma el inicio de un segundo ciclo. Su camino ha sido largo y fructífero, con sus naturales altibajos, y su permanencia hace pensarla como un parteaguas. Entonces, por algún tiempo fue un modelo que jalonó nuevas iniciativas, tanto dentro como fuera del país. Podría sugerirse lo anterior para las tres revistas promovidas en los siguientes años en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), concebidas para atender los grandes periodos de una historia pensada desde lo nacional: Estudios de Cultura Náhuatl (1959), Estudios de Historia Moderna y Contemporánea (1965) y Estudios de Historia Novohispana (1966). En conjunto fueron cuatro iniciativas precursoras, todas desde la Ciudad de México, que con diferentes ritmos o intensidades han permanecido en el horizonte de las publicaciones especializadas.
La relación con las propuestas interpretativas sobre la vida académica en México que aquí se han recuperado trazan grandes coincidencias con lo ocurrido en las revistas, uno de sus productos necesarios. Aunque no tenemos a la vista iniciativas significativas en materia de historia surgidas en la década de 1970 en el país, al menos no duraderas, debe subrayarse que en esa década estaban floreciendo en todo el mundo nuevas empresas editoriales con un grado mayor de atención en problemas transversales.8
En materia de revistas de historia y ciencias sociales, los frutos del impulso de los años setenta a la creación o multiplicación de apoyos a las instituciones educativas se hicieron palpables en las dos décadas siguientes. El signo de la descentralización es uno de los distintivos de las décadas de 1980 y 1990. En 1980 se publicó por primera vez Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, que debe reconocerse como parte de esa apuesta por crear nuevas instituciones fuera de la capital para hacer investigación histórica de calidad. Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah), tomó ese nombre en 1980; historias, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), se lanzó a la palestra en julio de 1982; Tzintzun, en julio de 1983 publicó su primer número como órgano de información del Departamento de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; Secuencia, del Instituto Mora, comenzó su vida en 1985; Región y Sociedad, de El Colegio de Sonora, en 1989.
Desde entonces, cada década han aparecido revistas que hoy ocupan un lugar en el espectro: Estudios Jaliscienses, en agosto de 1990; Historia y Grafía, de la Universidad Iberoamericana, a partir de 1992; Caleidoscopio. Revista Semestral de Ciencias Sociales y Humanidades, de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, desde 1997; Signos Históricos, de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, en 1999; Istor, del Centro de Investigación y Docencia Económicas (cide), a partir del verano del 2000; Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura, del Instituto de Investigaciones Histórico Sociales de la Universidad Veracruzana, en 2003;9 Andamios. Revista de Investigación Social, desde 2004, editada en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México; Letras Históricas, impulsada desde 2009 por el Departamento de Historia de la Universidad de Guadalajara; Intersticios Sociales, de El Colegio de Jalisco, desde 2011; Trashumante —una iniciativa bi-institucional y bi-nacional— desde 2013, lo mismo que Oficio. Revista de Historia e Interdisciplina de la Universidad de Guanajuato.
Las iniciativas más recientes son “nativas digitales”, por ejemplo Korpus 21, de El Colegio Mexiquense, o Sillares. Revista de Estudios Históricos, de la Universidad Autónoma de Nuevo León, ambas a partir de 2021.10 Su surgimiento en un contexto plenamente digital sería suficiente para ubicarlas en un cuarto periodos de los aquí sugeridos. En cualquier caso, y según se verá, el cambio de siglo sí ha significado un corte no sólo para las nuevas empresas editoriales, sino para todas las revistas, independientemente de su trayectoria, pues han entrado en dinámicas nuevas impuestas por la revolución digital.
En la relación previa pueden cometerse injusticias al estar pensada desde un mirador limitado que enlista revistas más bien cercanas a las delimitaciones disciplinares de la historia, o que incluye algunas que teniendo desde su origen una vocación más amplia, más interdisciplinar, han tenido equipos o intereses más próximos a la investigación histórica. Con sus omisiones, valga como mirador para seguir y dimensionar lo ocurrido en términos de la ampliación de la oferta de revistas, y por tanto de ciertos rasgos de maduración de comunidades, de una posible ampliación (todavía no lo suficientemente clara) de las opciones producidas fuera de las instituciones de la Ciudad de México.
Las últimas dos décadas. Hiperespecialización del conocimiento, exigencias de productividad y revolución digital
Si desde distintos miradores las décadas de 1970, 1980 y 1990 han sido vistas como puntos de corte respecto a las dimensiones y alcances de la vida académica, y en particular de las ciencias sociales en México, otro tanto podría decirse del cambio de siglo, momento desde el que se ha acentuado la hiperespecialización del conocimiento en todas sus dimensiones, han aumentado los controles y las exigencias de productividad (a veces desde el supuesto de incrementar la “utilidad” de lo que se produce) y ha cobrado una enorme presencia la revolución digital. Además, y para recurrir a variables que han sido tomadas en cuenta en otros esfuerzos de análisis a la educación y la ciencia, el número de integrantes del Sistema Nacional de Investigadores en México tuvo un crecimiento significativo desde 2002. Este indicador, de la promoción estatal a la investigación científica, muestra que si en 1984, al crearse, se expidió nombramiento a 1 396 investigadores, en diez años su membresía se multiplicó por cuatro (5 879 en 1994); luego vino un crecimiento más lento, pero un despegue desde 2002: de 9 199 en ese año, a más de 18 555 en 2012, a 36 624 en 2022.11
Importa aquí la atención en la revolución digital y en las profundas transformaciones del mundo que han ocurrido frente a nosotros en las últimas dos o tres décadas. No hace falta abundar en los detalles, sólo enunciar, por ejemplo, que de 1990 al presente la población mundial usuaria de teléfonos celulares pasó de 0.25% a 90%, y que apenas ayer el covid-19 nos reveló posibilidades que estaban a nuestro alcance, pero no habíamos dimensionado. La revolución digital ha alterado las formas de circulación del conocimiento, las prácticas de lectura, y el trabajo de los científicos de todas las áreas es hoy muy diferente al de hace unos cuantos años. Los recursos de audio y audiovisuales se multiplican, al grado de abrumarnos ante la demanda de participar en ellos y las infinitas opciones de acceso a discusiones y temas que nos interesan.
Muchos de nuestros productos de investigación están o pueden estar en la red; las editoriales se adaptan (con ciertas resistencias) a los libros electrónicos; podemos acceder a un número ilimitado de textos, y las citas se contabilizan en plataformas especializadas a partir de un concepto central de nuestros tiempos: los metadatos. Los repositorios institucionales nos ofrecen día a día tesis, artículos, libros y los números completos de todos los ejemplares publicados por revistas de larga trayectoria. Lo mismo ocurre con los archivos nacionales, estatales y locales que han sumado ingentes cantidades de materiales, poniendo a nuestra disposición una fotografía, un ejemplar de prensa o un libro que puede estar físicamente a miles de kilómetros de nuestra oficina. De las bases de datos, la historia cuantitativa y serial hemos pasado al big data, la minería de datos, y hablamos ahora de humanidades digitales.
La vida de las revistas académicas ha sufrido uno o varios vuelcos sucesivos en el medio de lo dicho hasta aquí. La manera en que se elaboraban hace apenas treinta años ahora la llamamos “artesanal”. Las computadoras empezaban a estar presentes en los cubículos de los profesores, sólo por excepción en las casas de los estudiantes, pero tenían un papel marginal en la intermediación de autores, editores e impresores. Para poner en perspectiva, puede servir citar la editorial de Annales en enero de 2011: “como todas las revistas de ciencias humanas y sociales”, apuntó, estaba enfrentando “las mutaciones de la edición científica”, “las consecuencias de las políticas de investigación” y “las nuevas prácticas de lectura”, presionada sobre todo por el libre acceso.12
Oficio, que es una de las revistas más jóvenes en el panorama de publicaciones en su tipo en México, nació, como revista impresa, hace poco más de diez años (oficialmente en 2013, en versión ojs desde enero de 2018), en un momento en que la mayoría lo eran e iniciaban con titubeos su tránsito al ciberespacio. Empresas en el ámbito hispanoamericano como Geocrítica fueron verdaderas pioneras, excepciones, porque antes de iniciar el siglo xxi abandonaron el papel, entendiendo que en Internet estaba el futuro y la mejor estrategia para ampliar su presencia.13
El paso de la gestión tradicional a la gestión electrónica ha supuesto muchos cambios positivos que hay que reconocer, valorar y mantener. Ha venido acompañado de nuevas aspiraciones, y busca reforzar reglas que no se cumplían cabalmente en los consejos editoriales, donde dominaban acuerdos informales sobre lo que se aceptaba. En este tiempo, muchas revistas con trayectorias largas han decidido dejar de ser “órganos de difusión internos”, y se han permitido ser publicaciones abiertas a la comunidad académica en toda su acepción. Entre los beneficios de los nuevos esquemas contamos la redefinición de funciones de editores y consejeros, controles más estrictos para procurar la calidad (revisión bajo el sistema doble ciego, exogeneidad de evaluadores e integrantes de consejos editoriales), procesos transparentes, aparición regular de nuevos contenidos, códigos de ética, exigencias de originalidad que pasan por sistemas de detección de plagio, implementación de mecanismos para la preservación digital, generación de indicadores de difusión y de alcance, entre otros.
La mayor ventaja ha sido indiscutiblemente la posibilidad de llegar más lejos, a mayor velocidad y a amplios públicos, generar comunidades científicas con mayores posibilidades de colaboración y diálogo, eso que hoy llamamos ciencia abierta, un movimiento que nació en 2002 (hay que subrayar la fecha y la distancia a la que estamos, apenas poco más de veinte años), con la Budapest Open Access Iniciative. Conviene revisar hoy sus aspiraciones, a la vista de lo ocurrido: “Retirar las barreras de acceso” a los textos científicos, “acelerará la investigación, enriquecerá la educación, compartirá el aprendizaje de los ricos con los pobres y el de los pobres con el de los ricos, hará esta literatura tan útil como sea posible y sentará los cimientos para unir a la humanidad en una conversación intelectual común y búsqueda del conocimiento”.14
Buscando, como se ha buscado hasta aquí, cierta perspectiva de la posición actual de las revistas académicas frente a los retos de las humanidades digitales, se plantea que tal vez los cambios han sido tan rápidos que no ha habido tiempo suficiente para pensarlos, y que algunos editores somos empujados en el día a día por las decisiones tomadas en otros ámbitos. Hace no mucho la tiranía la ejercían las grandes bases de datos bibliométricas, pero hoy quizá se han sumado nuevas imposiciones, más cercanas, “más sensibles”, defensoras del Sur Global, pero que pueden reducir márgenes de decisión que es necesario cuidar y discutir en ámbitos específicos como las ciencias sociales y la historia.
Una de las preocupaciones centrales de Oficio es la idea de originalidad como propósito de lo que se publica en una revista científica. Recientemente hemos propuesto desde su espacio editorial una primera reflexión al respecto, en la que se pone atención sobre la inteligencia artificial, pero mucho más, sobre la necesidad de acuerdos en la comunidad científica respecto al plagio, el autoplagio y la publicación reiterativa, cuyo control no está garantizado con el uso de software especializado para su detección. Lo mismo sobre la discusión acerca de la publicación en “redes colaborativas”, que engrosan la producción sin que sea claramente una manera distinta de hacer las cosas para buscar mejores resultados.
Otro aspecto apunta a la necesidad de una profunda reflexión sobre los objetivos y los alcances de nuestras revistas, lo mismo que sobre la producción científica en general. En 1982 surgió historias en la Dirección de Estudios Históricos del inah. Como apuntó hace algunos años Marco Bellingeri, entonces no había una presión por editar con fines curriculares, no existían “los agobiantes informes que asolan los días de los académicos”.15 ¿Cuáles son nuestras apuestas en un medio que parece poner encima de todo la “necesidad” de publicar, de sumar? ¿Cuáles los proyectos historiográficos, las ideas?
A la par de las nuevas oportunidades y formatos, bajo las reglas actuales hay una limitación o autolimitación a una de las más preciadas ambiciones en la edición de revistas y en cualquier ámbito de la vida: la creatividad. En el grueso de nuestras revistas no parece haber cabida para los ensayos, pocas veces aparecen entrevistas, nunca hemos practicado el review of books anglosajón, los recuentos bibliográficos. No hemos logrado, por ejemplo (y quizá nos alejamos un poco), cultivar una buena cantidad y calidad de reseñas, hacerlo como un índice de lo que se produce, con análisis rigurosos, identificando autores y libros que en el país, en Latinoamérica y en el mundo están siendo importantes. Todo lo anterior, por supuesto, admite excepciones.
Si pensamos las revistas como uno de los vehículos principales de la circulación del conocimiento, no habría que olvidar estrategias de las publicaciones que antes han sido protagonistas, para ayudarnos a comprender o a tener las mejores nociones de la manera en que se mueve nuestra disciplina y la investigación científica en términos más generales.
El contraste entre el mundo académico de la década de 1970 y el de la actualidad es, no sólo en México, de enorme profundidad. Hoy existe, por ejemplo, “una amplia comunidad académica dedicada de tiempo completo a la docencia y la investigación en ciencias sociales”.16 Este texto se ha propuesto buscar claves para entender mejor la situación actual, las diferencias y los retos que enfrentamos, sin perder de vista, por supuesto, que existen aspectos mucho más amplios y balances más generales que deben hacerse (por ejemplo ampliando la escala a las academias latinoamericana y estadounidense) sobre los muchos retos y preguntas que plantea la producción científica.
Bibliográficas
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Electrónicas
Budapest Open Access Initiative, <https://www.budapestopenaccessinitiative.org/>.
Consejo Mexicano de Ciencias Sociales, <https://www.comecso.com/>.
Objetivos de la página web de Geocrítica, <https://www.ub.edu/geocrit/grupo1.htm>.
Sillares. Revista de Estudios Históricos, <https://sillares.uanl.mx/index.php/s/about>.
1 Para el ámbito mexicano, es importante el trabajo que se realiza desde el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales, que elabora informes, directorios y diversos instrumentos y materiales de análisis y consulta. Su página web es: <https://www.comecso.com/>. Entre sus resultados, puede verse: Puga y Contreras (coords.), Informe, 2015, 304 pp. Como parte de las reflexiones de mayor alcance, sigue siendo útil el conocido informe coordinado por Immanuel Wallerstein para la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales: Wallerstein (coord.), Abrir, 1996. Un libro reciente, que analiza las ciencias sociales en el presente desde otras líneas, subraya el hecho de que los científicos sociales “han evitado exploraciones de su propio campo de conocimiento y práctica”, véase: Fassin y Steinmetz (eds.), Social, 2023. También conviene dar seguimiento a los informes de la unesco sobre ciencias sociales, por ejemplo: unesco, Informe, 2013.
2 Contreras y Puga (coords.), Ciencias, 2018, pp. 9-14.
3 Mazín, “Relaciones”, 2001, p. 825.
4 Matute, “Historia ”, 2004, pp. 327-342.
5 Serrano, “Historiografía”, 25 de agosto de 2023.
6 Puede verse con provecho el libro de Jesús Iván Mora Muro, Historiadores, 2021, 275 pp., y el artículo que del mismo autor se publica en este número de Oficio. Revista de Historia e Interdisciplina.
7 Un estudio sobre esta revista véase en: Guerrero, “Revista”, 2012, pp. 97-108.
8 Sólo por mencionar uno de los temas y sus vínculos interdisciplinarios –el urbano–, y unas pocas referencias, puede señalarse que en 1971 comenzó la publicación, en Chile, de EURE. Revista Latinoamericana de Estudios Urbano Regionales, mientras que en Inglaterra y Estados Unidos iniciaron su camino Urban History y el Journal of Urban History, respectivamente. También pueden citarse revistas disciplinares promovidas en ámbitos espaciales cercanos, por ejemplo el Anuario de Estudios Centroamericanos, editado por la Universidad de Costa Rica desde 1974.
9 En éste, como en otros casos, se trató de adecuaciones para dar continuidad a trayectorias previas, el Anuario iniciado en 1983 y Sotavento en 1996.
10 Esta última “es heredera de la sección de Historia del Anuario Humanitas, publicado por el Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad Autónoma de Nuevo León entre 1960 y 2020”, según su página web: <https://sillares.uanl.mx/index.php/s/about>.
11 Rodríguez, Sistema, 2016.
12 “Éditorial”, Annales, 2011, p. 5.
13 Una nota sobre su trayectoria y objetivos puede verse en: <https://www.ub.edu/geocrit/grupo1.htm>.
14 <https://www.budapestopenaccessinitiative.org/>.
15 Monroy, “Entrevista”, 2018, pp. 15-17.
16 Contreras y Puga (coords.), Ciencias, 2018, p. 14.