Las primeras revistas historiográficas en México:
proyectos editoriales y especialización, 1927-1951
The first historiographical journals in Mexico: editorial projects and specialization, 1927-1951
Jesús Iván Mora Muro*
Universidad Autónoma de Querétaro, México
orcid: 0000-0002-2548-3235
doi: https://doi.org/10.15174/orhi.vi20.12
Fecha de recepción:
6 de abril de 2024
Fecha de aceptación:
2 de agosto de 2024
Resumen: En el presente trabajo se propone estudiar las primeras revistas propiamente historiográficas en México durante el periodo de 1927 a 1951, desde la aparición de la Revista Mexicana de Estudios Históricos hasta el surgimiento de Historia Mexicana de El Colegio de México. Postulo que, en este lapso, se fueron consolidando las publicaciones periódicas especializadas e institucionalizadas, arropadas por asociaciones educativas y culturales en el país.
Palabras clave: Revistas, historiografía, México.
Abstract: In the present work I seek to study the first properly historiographical journals in Mexico during the period from 1927 to 1951. From the appearance of the Revista Mexicana de Estudios Históricos to the emergence of Historia Mexicana of El Colegio de México. I postulate that, in this period, specialized and institutionalized periodical publications were consolidated, supported by educational and cultural associations in the country.
Keywords: Magazines, historiography, Mexico.
* Licenciado en Historia por la Universidad de Guadalajara, maestro en Historia por la Universidad Iberoamericana y maestro y doctor en Historia por El Colegio de Michoacán. Sus líneas de investigación se centran en la historia intelectual, la historiografía mexicana durante los siglos xix y xx y el catolicismo latinoamericano. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (snii), nivel ii. Fue coordinador de la Licenciatura en Historia de la Universidad Autónoma de Querétaro (uaq), y actualmente es coordinador de la Maestría en Estudios Históricos en la misma institución.
Contacto: jesus.mora@uaq.mx
Introducción
Como es bien conocido, las publicaciones periódicas, literarias, científicas y culturales en el país se remontan al siglo xix. Desde las academias, liceos y organizaciones, como las Sociedades de Geografía y Estadística y la Antonio Alzate, se dieron a conocer los boletines y memorias que sustentaron y difundieron el conocimiento científico a lo largo y ancho del territorio nacional. Sin embargo, dichos volúmenes abarcaban un amplio espectro de disciplinas, como la geografía, la estadística, la historia y demás propuestas desde las humanidades y las ciencias sociales.
Por esta razón, se plantea que fue hasta la aparición de la Revista Mexicana de Estudios Históricos, fundada en 1927 por Alfonso Caso y Manuel Toussaint, cuando se contó con una publicación plenamente especializada en la disciplina de la historia en el país. Después aparecieron la Revista de la Universidad de México (1930), el Boletín del Archivo General de la Nación (1930), los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (1937), la Revista de Historia de América (1938), cuyo primer director fue el historiador yucateco Silvio Zavala, hasta llegar a la revista Historia Mexicana (1951) de El Colegio de México.
Sin duda, en este trayecto aparecieron otros espacios revisteriles para dar a conocer los trabajos historiográficos. Desde diferentes trincheras ideológicas, Divulgación Histórica (1939-1943) de Alberto Ma. Carreño, la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos (1939), también dirigida por Alfonso Caso y heredera de la Revista Mexicana de Estudios Históricos, y la jalisciense Estudios Históricos (1943-1946) del sacerdote Luis Medina Ascencio, son algunos ejemplos relevantes.
Así, en el artículo se busca dar algunas pistas interpretativas para estudiar las primeras revistas especializadas en temas históricos en el país. De esta manera, indagaré acerca de cuáles fueron los motivos y objetivos manifiestos por sus directores y el comité editorial en los primeros números y cuáles fueron a la postre las líneas temáticas e ideológicas (si es el caso) que determinaron sus contenidos.
Considero que la indagación sobre este campo revisteril, como lo ha llamado Horacio Tarcus, permitirá visualizar los espacios especializados para transmitir los conocimientos históricos durante las primeras décadas del siglo xx y los problemas de investigación que permitieron la puesta en práctica de una agenda de trabajo de corte institucional. Desde la historia intelectual, los investigadores concuerdan que las revistas permiten el análisis de las redes generacionales que posibilitaron la emergencia y sostenimiento de una publicación periódica, el programa editorial de dicho grupo, la recepción de su contenido, el orden de sus textos, las imágenes que lo acompañaron, etcétera. En suma, nos advierte Tarcus que las revistas ahora son reconocidas como “unidades significativas, como una voz coral compuesta por voces diversas”.1
La emergencia del campo revisteril
Con anterioridad he analizado la emergencia de la disciplina de la historia en el México de principios del siglo xx. En esa ocasión, reconocí a tres grandes maestros del oficio: Genaro García, Jesús Galindo y Villa y Luis González Obregón, quienes, desde instituciones como el Museo Nacional de Antropología e Historia, la Biblioteca Nacional y el Archivo General de la Nación, construyeron las bases para formar especialistas en el estudio del pasado y que a la postre formarían los primeros profesionales del gremio. En dicho estudio también abordé los espacios de sociabilidad y revistas periódicas que permitieron el desenvolvimiento de estos primeros agentes formadores de especialistas.2
Desde ese momento, reconocí a la Revista Mexicana de Estudios Históricos (rmeh) como una pionera historiográfica. Es cierto que con anterioridad circuló, por ejemplo, Revista de Revistas, dirigida por el historiador José de Jesús Núñez y Domínguez, y que albergó a muchos de los historiadores importantes de la época, fundadores de la Academia Mexicana de la Historia en 1919, pero era un espacio literario en el amplio sentido de la palabra, no pensado únicamente para los historiadores.3
La rmeh fue un proyecto editorial que, pese a su brevedad, significó un parteaguas en la manera que se entendía a la disciplina de la historia y sus medios de difusión. La revista publicó doce números entre enero de 1927 y diciembre de 1928, con una periodicidad bimensual. Como toda publicación, en el primer número se mostraron las directrices y propósitos que guiarían al grupo. En las “Palabras preliminares”, los directores dejaron en claro sus razones:
Al convocar a todas las personas que en México cultivan los estudios históricos, así como a connotados extranjeros, para la creación de esta Revista, creemos que varios puntos deben ser dilucidados antes de iniciar nuestras labores.
Queremos declarar, ante todo, que esta publicación no es órgano, ni de un grupo, ni de un criterio, ni de una época. No pertenecemos al gremio que se ha dado en llamar de historiadores consagrados; pero nuestra amplitud de miras —haciendo caso omiso de simpatías personales— comprende que una tarea como la que iniciamos, sólo será fecunda si coadyuvan en ella todas las inteligencias y todas las informaciones [...] esta Revista pretende ser el portavoz independiente de los historiadores mexicanos [...] Designamos nuestra revista, de Estudios Históricos, para extender su campo a aquellos conocimientos auxiliares de la Historia o derivados de ella, en el terreno de las ciencias sociales, que cada día adquieren más importancia y son el complemento de la simple narración de los hechos. La Arqueología, la Etnografía y la Antropología con la Lingüística y el Folklore, la historia de las instituciones sociales, de las Artes, las Letras y las Industrias.4
Efectivamente, este objetivo multidisciplinario se llevó a cabo en los doce números publicados. Es claro que la historia convivía sin dificultades con las llamadas ciencias auxiliares y las ciencias sociales en su conjunto. En este sentido, los perfiles académicos de los dos directores demuestran estas líneas de interés plural: Alfonso Caso, interesado en el pasado precolombino, en la antropología (bajo la guía de su maestro Franz Boas) y, posteriormente, en la arqueología; Manuel Toussaint, historiador del arte y de la literatura novohispana. Bajo estos y otros intereses históricos y socioculturales, las autoras y los autores incluidos en los dos volúmenes dejaron huellas e indicios, para seguir las pesquisas teórico-metodológicas de Carlo Ginzburg, del estado en el que se encontraban dichas disciplinas en el México de los años veinte.
Es muy significativo que el primer número inicia con el texto del arqueólogo alemán German [Hermann] Beyer, “La cifra diez en el simbolismo maya”, en donde se explican los pormenores de los “signos cronográficos en los monumentos y códices mayas”.5 Beyer, en aquel momento, era uno de los especialistas extranjeros con mayor renombre en tierras mexicanas y editor de la revista México Antiguo: Revista Internacional de Arqueología, Etnología, Folklore, Prehistoria, Historia Antigua y Lingüística Mexicanas, fundada en 1920 y que, muy probablemente, sirvió de modelo para la rmeh.
En el mismo número se encuentra el artículo de Alfonso Caso, “El vaso de jade de la Colección Plancarte”. En este escrito, Caso demuestra sus amplios conocimientos con respecto al pasado mexicano y a sus grandes estudiosos, como fue el padre Francisco Plancarte y Navarrete.6
Continuando con el recorrido, Pablo González Casanova, padre del eminente sociólogo fallecido en 2023, publicó “El tapachulteca. N° 2, sin relación conocida”, en donde explica el extraño caso de la lengua tapachulteca hablada en el estado de Chiapas, ajena a la familia lingüística zoque-mije (tradicional entre los grupos mayas), estudiado por el investigador alemán Karl Sapper.7
Más allá de detenerme en cada uno de estos primeros tres estudios, me interesa destacar la línea temática en la que se insertan. Es evidente que la arqueología domina el discurso. Sin embargo, ya que la historia estudia las sociedades humanas en el tiempo, se incorpora de manera aparentemente natural (sin conflicto) este enfoque o visión arqueológica. Dicho con otras palabras, no existe una separación entre ambas disciplinas, tanto la historia como la arqueología se presentan hermanadas para explicar dichos fenómenos propios del mundo precolombino.
Por otro lado, son muy ilustrativos los trabajos elaborados por Manuel Toussaint, “Pintura colonial. Notas sobre Andrés de la Concha”, y Federico Gómez Orozco, “Monasterios de la orden de San Agustín en Nueva España, siglo xvi”, que exploran claramente la otra línea dominante de la revista: el periodo virreinal o novohispano.8 Así, el grupo editorial logró establecer un contrapeso temático que sentó las bases para la gradual superación de las viejas rencillas entre los que exaltaban al mundo nativo (prehispánico) y los que adoraban a España y su herencia en el mundo americano. En todo caso, la revista no buscó defender sólo a un bando o grupo ideológico, como quedó asentado en las “Palabras preliminares”, pues la publicación se presentó como un espacio independiente para el estudio de la historia. En la tabla 1 se presenta la totalidad de los autores, sus temáticas y líneas disciplinares.
Como se puede apreciar, en la revista las investigaciones de historia colonial y arte de Manuel Toussaint —y de otros investigadores como Julio Jiménez Rueda, Dorothy Schons, Victoriano Salado Álvarez y Federico Gómez de Orozco— fueron un contrapeso para las líneas arqueológicas y antropológicas propuestas por Alfonso Caso, Hermann Beyer, Pablo González Casanova, Ramón Mena, Porfirio Aguirre, Miguel Othón de Mendizábal, Federico K. G. Müllerried, Georges Raynaud, Hugo Kunike, Zelia Nutall, Eduardo Noguera y José Reygadas Vértiz.
En general, tanto Toussaint como Caso buscaron que la Revista Mexicana de Estudios Históricos se desvinculara de las luchas gremiales que caracterizaban a la historiografía y a las ciencias sociales en México. Aunque no mencionaron concretamente las discrepancias entre indigenistas e hispanistas, es posible inferir que el objetivo primordial de la publicación fue evitar estas disputas estériles.
Idealmente —proyecto que no llegó a concretarse por el corto periodo de vida de la publicación— los colaboradores de la revista estarían agrupados en seis grandes temáticas: arqueología, etnología, lingüística, historia de la Nueva España, sociología mexicana e historia del México independiente. Entre los investigadores que se pretendía incluir se encontraban estudiosos tan distintos como Alberto M. Carreño, Mariano Cuevas S. J. y Jesús García Gutiérrez (historia de la Nueva España); Vicente Lombardo Toledano y Andrés Molina Enríquez (sociología mexicana); Hermann Beyer, Nicolás León y Miguel O. de Mendizábal (arqueología y antropología), entre otros.
Revistas institucionalizadas: hacia la especialización
A principios de la década de los años treinta, en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) se fundó la Revista de la Universidad de México como un órgano de difusión intelectual, particularmente de los académicos cercanos a la institución educativa. Uno de los acontecimientos más importantes que se dieron a conocer fue la apertura del Instituto de Investigaciones Sociales, cuyo primer director fue Alfonso Caso. El ya mencionado arqueólogo mexicano comentó en su discurso inaugural que era una necesidad apremiante la creación “de un Instituto de esta índole, en que científicamente, de un modo ordenado y metódico”, se estudiasen los problemas sociales desde una mirada objetiva.9
También es notable que las nuevas figuras de la arqueología y la historia mexicana dieron a conocer sus trabajos en este espacio editorial, por ejemplo Federico Gómez de Orozco, Manuel Toussaint, Enrique Juan Palacios, Genaro Fernández MacGregor, Pablo Martínez del Río, Rafael García Granados, Julio Jiménez Rueda, Silvio Zavala y otros historiadores y practicantes de las ciencias sociales como el norteamericano Frank Tannenbaum, el chileno Moisés Poblete Troncoso, el español Américo Castro y el francés Robert Ricard.10
Entre los artículos consultados, destacan los del arqueólogo e historiador mexicano Pablo Martínez del Río: el primero titulado “El Instituto Carnegie y el Templo de los Guerreros” y el segundo “Sobre el horizonte de la historia”. Ambos textos demuestran el fuerte vínculo entre la arqueología y la historia que he destacado.
Primeramente, el autor acentuó la labor emprendida en el templo de los guerreros en Chichen Itzá, y el programa de trabajo propuesto por el arqueólogo norteamericano Sylvanus Morley. Después, en “Sobre el horizonte de la historia”, declaró que quien pretendiese dedicarse al estudio “de los hombres en épocas pasadas” no podía desentenderse de las enseñanzas de los arqueólogos, de los antropólogos, de los etnólogos y de los lingüistas, como parte de un plan de trabajo interdisciplinar.11
Desde otra institución fundamental para el desarrollo de la historia mexicana, se inició de igual manera en 1930 la publicación del Boletín del Archivo General de la Nación, que dio a conocer los últimos hallazgos documentales que nutrirían las indagaciones sobre el pasado nacional durante las siguientes décadas.
Con este mismo espíritu renovador, en donde las asociaciones gubernamentales impulsaron la generación del conocimiento humanístico, se concretó la formación del Instituto de Investigaciones Estéticas, fundado en 1936, que sustituyó al Laboratorio de Arte instaurado un año antes por Manuel Toussaint, Federico Gómez de Orozco, Rafael García Granados y Luis MacGregor.
En 1937, apareció el primer número de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, cuya finalidad era “clasificar los hechos, los fenómenos”, con el objeto de “darles universalidad y contribuir a una verdadera tradición fundada en el conocimiento de lo nuestro”.12 Además de los miembros del Instituto, a lo largo de la década de los treinta y principios de los años cuarenta, la revista tuvo entre sus colaboradores a Vicente T. Mendoza, Gabriel Méndez Plancarte, Justino Fernández, Mario Mariscal, Samuel Ramos, Manuel Moreno Sánchez, Arturo Arnaiz y Freg, Salvador Toscano, Juan de la Encina, Antonio Castro Leal, Edmundo O’Gorman, Francisco de la Maza, José Rojas Garcidueñas, Manuel Romero de Terreros, entre otros.
Otra de las funciones de los Anales fue también darle seguimiento a los eventos y congresos que paulatinamente irían fortaleciendo a la disciplina. Por ejemplo, del 5 al 14 de julio de 1937 se celebró en la ciudad de Buenos Aires el Segundo Congreso Internacional de Historia de América, evento al que asistieron como representantes de México Alfonso Reyes, en ese momento embajador en la Argentina, y varios estudiosos del pasado nacional: Justino Fernández, con su conferencia “Santa Brígida de México”; Manuel Romero de Terreros, con “Los principales pintores de Nueva España”; Atanasio G. Saravia, con “La catedral de Durango”; Manuel Toussaint, con “Plano de la Ciudad de México atribuido a Alonso de Santa Cruz”; Juan Manuel Torrea, con “Los combates de Cimatario”; Alfonso Reyes, con “Contribuciones al estudio de las relaciones diplomáticas entre México y Brasil”; y José María Quintana, con “El doctor Nicolás León, historiador y bibliógrafo mexicano”.13 Otro de los logros del encuentro, bajo la iniciativa de Toussaint, fue la propuesta de fundar un Instituto Americano de Arte, con sede en Buenos Aires y secciones en cada país de América, con el objeto de resguardar y estudiar las obras y los monumentos artísticos.14
En 1938, bajo la dirección de Silvio Zavala, surge la Revista de Historia de América, órgano del Instituto Panamericano de Geografía e Historia y uno de los primeros espacios especializados dedicados a la historia desde una perspectiva profesional. Recientemente, Alexandra Pita González y María del Carmen Grillo han realizado un extenso y profundo análisis de la publicación. Las autoras sistematizaron la información y contenidos durante el periodo de 1938 a 1948. Entre sus grandes aportes se encuentra la reconstrucción de las redes intelectuales que se consolidaron durante los años cuarenta bajo el liderazgo de Zavala a lo largo y ancho del continente. Por supuesto, también se reconoce que el estudio de una revista permite vislumbrar a los grupos y sociabilidades, más allá de las individualidades de las que están formadas. Como ya se advirtió en la introducción, la indagación de las revistas posibilita el acceso a las agendas y a los propósitos historiográficos de una época: “en ella se practicó de manera sistemática el ejercicio de la lectura y la crítica de documentos para formar historiadores vinculados a la investigación. Sentó las bases de los elementos que debía componer una revista académica de y para profesionales”.15 Además, sostienen que las revistas en general no son simplemente voceras de alguna institución, sino que ellas mismas, “a manera de laboratorio de ideas”, fungen como tal.16
Como su título lo indica, en la publicación se privilegiaron los artículos sobre América (principalmente la española), haciendo énfasis en la historia colonial. En este sentido, la influencia de Zavala fue determinante en los destinos y propuestas de la Revista. El consejo editorial deseaba “contribuir al acercamiento de los investigadores”, ofreciendo “estudios, documentos, informaciones científicas, reseñas de libros y revistas y bibliografía sobre historia del Continente”. Entre los propósitos de la nueva publicación destaca el interés por fomentar el estudio del pasado del continente para puntualizar las similitudes culturales, económicas e institucionales de los territorios que antaño formaron parte del imperio español, sin olvidarse de Brasil y Estados Unidos que también presentaban “atractivos temas comunes de historia de límites, relaciones comerciales e influencias del espíritu”.17
Entre los primeros colaboradores de la Revista de Historia de América aparecen Rafael Altamira y Crevea (maestro de Silvio Zavala en España), Lewis Hanke, Ricardo Levene, Alfonso Reyes, Rafael Heliodoro Valle, José Moreno Villa, Francisco Monterde y Javier Malagón, y desde 1947 Ernesto de la Torre Villar. Además, entre los americanistas ilustres que desde los primeros años participaron en el proyecto sobresalen Marcel Bataillon, Agustín Millares Carlo, Robert Ricard, Jorge Ignacio Rubio Mañé, entre muchos más.18
Por otro lado, durante este mismo periodo se fundó en 1937 la Sociedad Mexicana de Antropología (sma), que agrupó entre sus filas a muchos investigadores que desde tiempo atrás habían incursionado en la arqueología y en la historia de las culturas indígenas de México. Dos fueron sus secretarios: Rafael García Granados y Daniel Rubín de la Borbolla. El primero historiador, fundador junto a Manuel Toussaint del ya mencionado Instituto de Investigaciones Estéticas (1936) y posteriormente, desde 1945, uno de los iniciadores del Instituto de Investigaciones Históricas de la misma unam; el segundo arqueólogo y antropólogo, miembro desde 1939 del Instituto Nacional de Antropología e Historia.19
Entre los historiadores —incluyendo a los que intercalaban sus saberes con la arqueología y la antropología— miembros de la sma, y que ese mismo año de 1937 formaron la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, sustituta, como ya se comentó al inicio del presente texto, de la Revista Mexicana de Estudios Históricos, destacan Alfonso Caso, Manuel Gamio, Rafael Aguilar y Santillán, Marcos E. Becerra, Luis Castillo Ledón, Luis Chávez Orozco, Jorge Ignacio Dávila Garibi, Federico Gómez de Orozco, Eulalia Guzmán, Wigberto Jiménez Moreno, Pablo Martínez del Río, Miguel O. de Mendizábal, Eduardo Noguera, Rafael Heliodoro Valle y José Reygadas Vértiz.
Es evidente que hacia finales de la década de los años treinta, las disciplinas humanísticas y las ciencias sociales se habían parcelado. Los historiadores, arqueólogos y antropólogos a partir de entonces recorrerían su propio camino, cruzándose sólo en raras ocasiones. Como es bien conocido, en la actualidad se ha buscado revertir esta sobreespecialización de los saberes, en busca de una interdisciplinaridad.
De esta manera, fue con la aparición de la revista Historia Mexicana en 1951 que se concretó este proceso de especialización. El Consejo de Redacción de la revista —órgano del Instituto de Investigaciones Históricas de El Colegio de México y financiada por el Fondo de Cultura Económica— estuvo formado por Arturo Arnaiz y Freg, Alfonso Caso, Daniel Cosío Villegas, Wigberto Jiménez Moreno, Agustín Yáñez y Silvio Zavala. El propio Cosío Villegas relató en sus memorias los motivos académicos de la elección de este grupo de historiadores:
No quise singularizarme aparte de este grupo, digamos como director, para no darle a la revista un sello personal mío. Además, porque todos estos caballeros, con la excepción quizá de Yáñez, tenían un cartel bien sentado de historiadores, o de antropólogos, como Caso y Jiménez Moreno, pues necesariamente incursionaban en la historia antigua de México.20
Durante los primeros años de vida de la publicación destacan las colaboraciones de José Miranda, José Gaos, François Chevalier, Pablo González Casanova, Catalina Sierra Casasús, Leopoldo Zea, Moisés González Navarro, Manuel Gamio, Manuel Toussaint, José Bravo Ugarte, Germán List Arzubide, Antonio Gómez Robledo, José Ignacio Dávila Garibi, Pablo Martínez del Río, Alfonso Teja Zabre, Manuel Romero de Terreros, José Fuentes Mares, Luis Villoro, Israel Cavazos Garza, Carlos Bosch García, Luis González y González, entre otros sobresalientes investigadores del pasado mexicano. Una mezcla de historiadores, antropólogos y filósofos que le dotaron a la publicación de su toque característico, en donde convivían dos herencias dominantes: la mexicana y la española.
Consideraciones finales
En el presente texto he mostrado cómo durante el periodo de 1927 a 1951 se establecieron las bases para la creación de revistas especializadas en historia, explicando cómo se pasó del enfoque multidisciplinar a la especialización (atomización) de los conocimientos que aún domina nuestros gremios.
Durante este tiempo, una variedad de investigadores nacionales y extranjeros contribuyeron con sus visiones disciplinares muy particulares a la edificación de estos espacios de sociabilidad, cuya meta primordial fue a la postre la discusión entre pares de las líneas temáticas y teórico-metodológicas de las humanidades y de las ciencias sociales. Como se explicó, la Revista Mexicana de Estudios Históricos fue pensada como un punto de reunión de investigadoras e investigadores independientes, o por lo menos que no se enarbolaran como voceros de alguna institución académica o educativa, que se dedicaban por igual al estudio del pasado prehispánico, al virreinal y al México independiente. Debido a la corta duración de la publicación y a los propios intereses de sus directores, los productos de estos tres ejes se dieron a conocer de forma desigual, ya que la arqueología, la etnografía y la historia del arte virreinal dominaron la escena.
Posteriormente, a partir de los años treinta, las instituciones rectoras de la vida cultural y educativa nacional tomaron la batuta. Primordialmente, la unam, el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (ipgh) y nuevos organismos como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), la Sociedad Mexicana de Antropología y El Colegio de México, les dieron solidez a los proyectos editoriales que hasta la actualidad continúan dándole vida a la historia y los estudios historiográficos en el país.
Como se sabe, a partir de los años sesenta las ofertas educativas y académicas fueron diversificándose en México. Con la paulatina descentralización y pluralización de los enfoques, de las líneas temáticas y de la participación gradual de las mujeres en el campo historiográfico nacional, las revistas y publicaciones periódicas han tenido un repunte sin precedente. En este sentido, volver la vista atrás, como siempre, es un ejercicio necesario y muy provechoso para entender los cimientos de este proyecto de vida y quehacer intelectual que llamamos historia.
Hemerográficas
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1 Tarcus, Revistas, 2020, pp. 25 y 64-86.
2 Mora, Historiadores, 2021.
3 Al respecto, véase: Mora, “Defensa”, 2017, pp. 180-208.
4 “Palabras”, 1927, pp. 1-2. Las cursivas y mayúsculas son del original.
5 Beyer, “Cifra”, 1927, pp. 3-7.
6 Para mayores detalles sobre la labor arqueológica del padre Plancarte y Navarrete, véase: Espejel y Ochoa, Francisco, 2022; Caso, “Vaso”, 1927, pp. 7-18.
7 González, “Tapachulteca”, 1927, pp. 18-26.
8 Toussaint, “Pintura”, 1927, pp. 26-39; Gómez, “Monasterios”, 1927, pp. 40-54.
9 Caso, “Discurso”, 1930, pp. 168-171.
10 Particularmente, se consultaron en línea los ejemplares correspondientes del número 1 (noviembre 1930-abril 1931) al número 16 (febrero de 1932). Disponibles en: <www.revistadelauniversidad.unam.mx>.
11 Martínez, “Instituto”, 1931, pp. 226-232; Martínez, “Sobre”, 1932, pp. 281-286.
12 López, “Estos”, 1937, pp. 1-2.
13 García, “Notas”, 1938, pp. 55-56.
14 Toussaint, “Notas”, 1938, pp. 62-63.
15 Pita y Grillo, Revista, 2021, pp. 13-17.
16 Pita y Grillo, Revista, 2021, p. 23.
17 “Propósitos”, 1938, pp. v-vi.
18 Hanke, “Silvio”, 1989, pp. 601-607; Heredia, “Reseña”, 1969, pp. 627-628.
19 Dávalos, “Sociedad”, 1954, pp. 143-146; Arechavaleta, “Sociedad”, 1988, pp. 124-140; Muriel, “Rafael”, 2009.
20 Cosío Villegas, Memorias, 1986, p. 196.
Fuente: Elaboración propia con base en los índices de la Revista Mexicana de Estudios Históricos.
Tabla 1
Autores, títulos y líneas temático-disciplinares de los artículos publicados en Revista Mexicana de Estudios Históricos
Nombre |
Título |
Número/volumen |
Tema/disciplina |
Beyer, Hermann |
“La cifra diez en el simbolismo maya” |
1(i) |
Arqueología |
Caso, Alfonso |
“El vaso de jade de la Colección Plancarte” |
1(i) |
Arqueología |
González Casanova, Pablo |
“El tapachulteca. N° 2, sin relación conocida” |
1(i) |
Lingüística |
Toussaint, Manuel |
“Pintura colonial. Notas sobre Andrés de la Concha” |
1(i) |
Historia del arte |
Gómez Orozco, Federico |
“Monasterios de la orden de San Agustín en Nueva España, siglo xvi” |
1(i) |
Historia del arte |
Mena, Ramón |
“La nueva zona arqueológica. Exploraciones del Museo Nacional” |
2(i) |
Arqueología |
Aguirre, Porfirio |
“La nueva zona arqueológica. Exploraciones del Museo Nacional “ |
2(i) |
Arqueología |
Caso, Antonio |
“Solidaridad política” |
2(i) |
Historia política |
Salado Álvarez, Victoriano |
“El diario de un amigo en México (John Quincy Adams)” |
2(i) |
Historia del México independiente |
Toussaint, Manuel |
“Folklore histórico. La canción de Mambrú” |
2(i) |
Folklore. Historia de la música |
Beyer, Hermann |
“Dos fechas del Palacio de Palenque” |
3(i) |
Arqueología |
Mendizábal, Miguel Othón de |
“Los otomíes no fueron los primeros pobladores del Valle de México” |
3(i) |
Etnología |
Caso, Alfonso |
“Las ruinas de Tizatlán, Tlaxcala” |
4(i) |
Arqueología |
Toussaint, Manuel |
“Un templo cristiano sobre el palacio de Xicoténcatl” |
4(i) |
Historia del arte |
Castillo Ledón, Luis |
“Una disertación de Hidalgo” |
4(i) |
Historia del México independiente |
Nuttall, Zelia |
“El libro perdido de las pláticas o coloquios de los doce primeros misioneros de México” |
4(i) |
Historia virreinal |
León, Nicolás |
“La Relación de Michoacán. Nota bibliográfica y crítica” |
5(i) |
Historia precolombina y virreinal |
Diez de Sollano, Carlos |
“Cuadros de costumbres. Las fiestas de San Miguel” |
5(i) |
Folklore y costumbres novohispanas |
Núñez y Domínguez, José de Jesús |
“Los métodos modernos en la enseñanza de la historia” |
6(i) |
Enseñanza de la historia |
Mullerried, Federico |
“El llamado planchón de las figuras en el estado de Chiapas” |
6(i) |
Arqueología |
Caso, Alfonso |
“Una pintura desconocida de Mitla” |
6(i) |
Arqueología |
Schons, Dorothy |
“Dos documentos inéditos, relativos a Sigüenza” |
6(i) |
Historia virreinal |
Cervantes, Enrique A. |
“Carta de examen de un maestro herrero” |
6(i) |
Historia virreinal |
Beyer, Hermann |
“El origen del jeroglífico maya Akbal” |
(ii) |
Arqueología |
Cervantes, Enrique A. |
“El colateral de Santo Domingo en la ciudad de Puebla” |
(ii) |
Historia del arte |
Fuente: Elaboración propia con base en los índices de la Revista Mexicana de Estudios Históricos.
Tabla 1
Continuación
Nombre |
Título |
Número/volumen |
Tema/disciplina |
González Casanova, Pablo |
“El ciclo legendario del Tepoztecatl “ |
(ii) |
Historia precolombina |
Noguera, Eduardo |
“El ladrillo como construcción entre los pueblos nahuas” |
(ii) |
Arqueología |
Mullerried, Federico |
“Sobre los artefactos de piedra de la parte central y occidental del Patén, Guatemala” |
(ii) |
Arqueología |
Jiménez Rueda, Julio |
“La edad de Fernán González de Eslava” |
(ii) |
Historia virreinal |
Raynaud, Georges |
“Duración real del año maya-mexicano” |
(ii) |
Arqueología |
Kunike, Hugo |
“Consideraciones sobre la mitología estelar del México Antiguo” |
(ii) |
Historia precolombina |
Caso, Alfonso |
“Las medidas del calendario azteca” |
(ii) |
Arqueología |
Caso, Alfonso |
“Los jeroglíficos de Tenayucan, México” |
(ii) |
Arqueología |
Noguera, Eduardo |
“El uso de anestésicos entre los aztecas” |
(ii) |
Historia precolombina |
Castañeda, Carlos E. |
“Los manuscritos perdidos de Gutiérrez de Luna “ |
(ii) |
Historia virreinal |
Beyer, Hermann |
“El jeroglífico maya Yaxché” |
6(ii) |
Arqueología |
Reygadas Vértiz, José |
“Nota preliminar sobre las actuales excavaciones en Teotihuacán” |
6(ii) |
Arqueología |
Salinas, Miguel |
“Doña Juana de Zúñiga, primera marquesa del Valle” |
6(ii) |
Historia virreinal |
Salado Álvarez, Victoriano |
“El primer explorador americano en México” |
6(ii) |
Historia virreinal |