El corresponsal Felipe Robles. Usos y prácticas
alrededor de las cartas cristeras
The Correspondent Felipe Robles: Uses and Practices Surrounding the Cristero Letters
Alexánder Salazar Echavarría*
El Colegio Mexiquense, México
orcid: 0000-0002-9103-3056
doi: https://doi.org/10.15174/orhi.vi20.9
Fecha de recepción:
14 de mayo de 2024
Fecha de aceptación:
2 de agosto de 2024
Resumen: El texto analiza los usos y las prácticas alrededor de las cartas cristeras a partir del estudio del caso de Aurelio Robles Acevedo, bajo su seudónimo de Felipe Robles, quien en la década de 1930 fue jefe del Comité Especial de la Liga Nacional Defensora de la Libertad (lndl). El objetivo del artículo es poner en discusión la relevancia de la escritura privada dentro del conflicto cristero, en su segunda etapa. Para su análisis, nos ocupamos de la manera en que las cartas se produjeron y circularon, así como del impacto que tuvieron en el desarrollo final de la Liga.
Palabras clave: Conflicto cristero, Liga Nacional Defensora de la Libertad, Aurelio Robles Acevedo, historia de la cultura escrita, correspondencia.
Abstract: The text analyzes the uses and practices surrounding the Cristero letters based on the case study of Aurelio Robles Acevedo, under his pseudonym Felipe Robles, who in the 1930s was the head of the Special Committee of the Liga Nacional Defensora de la Libertad (lndl). The objective of the article is to discuss the relevance of private writing within the Cristero conflict, in its second stage. For its analysis, we focus on how the letters were produced and circulated, as well as the impact they had on the final development of the Liga.
Keywords: Cristero Conflict, Liga Nacional Defensora de la Libertad, Aurelio Robles Acevedo, History of Written Culture, Letters.
* Estudiante de la Maestría en Historia por El Colegio Mexiquense. Filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Es miembro del Grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamericana (gelcil) de la Universidad de Antioquia.
Contacto: asalazarech@gmail.com
Introducción
Aurelio Robles Acevedo (seudónimo Felipe Robles) fue un ranchero originario de Valparaíso, Zacatecas, México, que durante la segunda etapa del conflicto cristero fungió como jefe del Comité Especial (ce) de la Liga Nacional Defensora de la Libertad (lndl). Esta institución había intentado, desde el inicio del conflicto en 1926, articular a los soldados espontáneos en contra del gobierno posrevolucionario. En la década del treinta, Robles Acevedo, como jefe del ce radicado en la Ciudad de México, tenía a su cargo el movimiento armado, por lo que debía sostener una comunicación frecuente con las tropas diseminadas por las diversas regiones del país.
Luego de los acuerdos entre el gobierno mexicano y la Iglesia católica, que habían dado fin a la primera etapa del conflicto (1926-1929), las tensiones se renovaron rápidamente, a tal punto que la lndl, que en principio aceptó la nueva ruta pacifista, retomó sus intenciones bélicas. Sin embargo, las nuevas condiciones eran adversas. La misma jerarquía que había mantenido una postura ambigua durante la primera etapa del conflicto se mostró intransigente frente a las instituciones que habían apoyado las armas. La idea del obispo Pascual Díaz y Barreto, uno de los firmantes de los acuerdos, era transformar dichas organizaciones hacia vías civilistas y, en caso de que esto no fuera posible, hacerlas desaparecer.1
Los intentos de la jerarquía no lograron aniquilar a la lndl, pero sí la hirieron de muerte. La afectación mayor se dio en el terreno de la financiación. Los católicos eran ahora más reticentes a donar dinero a una institución desaprobada por la Iglesia. Sin contar que la guerra de la década anterior había desgastado la vía armada como opción encomiable.2 Dada la precariedad, el proyecto liguero se redujo en buena medida a lo escrito, que era más barato que las armas: circulares, periódicos, folletos, panfletos y cartas continuaron distribuyéndose por parte de las autoridades ligueras, con el objetivo de despertar de nuevo el espíritu de la rebelión. Dentro de estas actividades, Aurelio Robles Acevedo ocupó un puesto principal. Ante la falta de armamento y “moralización” de los combatientes, se valió de lo escrito para hacer reverberar el conflicto.
Las cartas del jefe cristero se conservan, en su mayoría, escritas a máquina. Desde 1935 usaba una Remington portátil serie v-282433, que le costó 70 pesos.3 Es difícil determinar si efectivamente él mismo mecanografiaba sus cartas o si contaba con asistentes. Podríamos suponer que personas diferentes mecanografiaban lo que luego firmaba como Felipe Robles, a juzgar por las variaciones en la ortografía y por la construcción misma de las oraciones. Hay de hecho una carta en la que Robles autoriza el uso de su firma por terceros.4 Encabezaba con la fecha, sin la ciudad, y con usuales “estimado”, “estimada” o “muy señor mío”. Era raro que incluyera el nombre del destinatario; a veces usaba el afable “compadre” o “amiguita”, quizá no ya por seguridad, sino porque la correspondencia era tan familiar y frecuente que nombres y apellidos se hacían innecesarios. Respetaba el margen izquierdo y superior, pero se iba hasta los bordes en los restantes. Tenía cierta predilección por la tinta azul, aunque de igual manera usaba el color negro y a veces el rojo. La mayor parte del tiempo firmó como Felipe Robles, FR o F a secas; algunas veces Cristóbal, y son bien escasas, en aquellos años, las ocasiones en que firmó como Aurelio.
El jefe del ce tuvo intenciones similares tanto frente al mimeógrafo y la imprenta como frente a la máquina de escribir. Aunque lo escrito se pensó siempre como un instrumento más de la Liga, durante los años treinta ésta sobrevivió principalmente en el papel. Los impresos fueron arma de propaganda y control. Con ellos se intentó contrarrestar la versión oficial del Estado y de los demás sectores que se oponían a la continuación del conflicto, además de controlar y ordenar la Liga en su interior para lograr financiación para sus pretensiones civiles y militares. Las cartas agregaron a estos objetivos una dimensión más personal, lo que nos obliga a detenernos en varios puntos.
La correspondencia es bien apreciada por los historiadores. Quienes se han ocupado del conflicto cristero no son la excepción. Por lo general se usa como fuente para reconstruir otros contextos, esto es, se la piensa como contenedora de información y no como artefacto engranado en los procesos históricos mismos.5 El énfasis en la materialidad de lo escrito restituye a las cartas su sentido de instrumento de la subversión. Veremos entonces cómo se produjeron, cómo circularon y qué usos se les dio a estos artefactos de la cultura escrita.
En cuanto al contenido, tradicionalmente ha primado el interés por las ideas de carácter intelectual o político. Por lo regular, muestran el pensamiento particular de los corresponsales. Las cartas también sirven para explicar las razones ocultas —en el sentido de que no quedaron expuestas al público a través de los impresos— de los sucesos del pasado. Como decíamos, se las usa como portadoras de información. Sin embargo, éstas también son creadoras de vínculos afectivos que ayudan a explicar, entre otras cosas, la persistencia de actitudes belicistas en escenarios que le son desfavorables.
Los movimientos sociales no son efecto sólo de ideales y descontentos, sino también de emociones y vínculos. A través de las cartas podemos rastrear tanto el desarrollo de un individuo en una institución, o de la institución misma, como las amistades y animadversiones que se van creando en el camino. Robles Acevedo se hizo cada vez más fuerte en una institución cada vez más endeble, y eso trajo consigo nuevas adhesiones y enemigos acérrimos.
No hay que perder de vista que no se trata aquí de un caso aislado, a pesar de que por cuestiones de espacio nos centremos en Robles Acevedo. La persistencia de actitudes belicistas se puede rastrear en un amplio sector católico, precisamente a través de lo escrito. Desde antes, incluso de que se firmaran los acuerdos, había voces discordantes con las pretensiones de la jerarquía eclesiástica. El tono conciliatorio y diplomático que frente al gobierno asumieron los obispos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz, especialmente desde principios de 1929, fue respondido desde diversos sectores católicos con desconcierto, amargura y en ocasiones mordacidad.6 No hablamos únicamente de la Liga, que llegó a pedir la renuncia de los dos arreglistas mencionados,7 sino también de presbíteros como Amado López y Agustín Gutiérrez, que publicaron impresos, bajo seudónimo el primero y abiertamente con su nombre en el caso del segundo, en los que cuestionaban el rumbo conciliatorio tomado por la jerarquía eclesiástica. De modo que podemos hablar de una suerte de sentimiento colectivo en un sector amplio de la población católica que se mostró desilusionada y traicionada por los arreglistas, y que encontró en el combate, fuese desde los escritos, las armas o ambos, el camino indicado para canalizar su frustración y sus deseos de cambio.
El objetivo del artículo, entonces, es dar cuenta de la escritura privada dentro del conflicto religioso, en su segunda etapa. El énfasis en lo escrito posibilita ahondar no sólo en las ideas que defendían los agentes de la subversión, sino dar cuenta de los vínculos afectivos, las intrigas y enemistades que se crearon entre ellos. La tesis de que lo escrito porta ideas, pero también emociones permite ofrecer explicaciones más satisfactorias del fracaso del proyecto liguero en la década de 1930.
Sin embargo, no hay que dejar de señalar los límites que, como toda fuente, tienen las cartas. En cuanto manifestaciones subjetivas de maneras de ver el mundo, las cartas no necesariamente ofrecen información verídica sobre los hechos. En muchos casos, la veracidad o falsedad de la información allí contenida no puede, de plano, ser comprobada, dada la imposibilidad del contraste de fuentes. Por otra parte, debemos tener presente que esta correspondencia hace parte de un archivo personal. No contamos con el espacio para discutir adecuadamente las implicaciones de esta circunstancia, pero notemos que los archivos —el Fondo Aurelio Robles Acevedo (ara), en el que se basa la presente investigación, no es la excepción— fueron creados con pretensiones ideológicas bien definidas, en un ejercicio de depuración y control de los datos. En nuestro caso, se nos escapan las dimensiones de dicha intervención. Por lo anterior, es importante tener presente que los hechos que las cartas nos narran pueden haber sido objeto de censuras y filtros para que estuvieran en consonancia con la “verdad” que el jefe cristero quiso difundir a partir de la creación de su archivo.
Hechas las aclaraciones pertinentes, establezcamos la distribución del artículo. Se divide en dos partes principales. En primer lugar, nos interesan las cartas como artefactos de la cultura escrita. En este sentido, hablaremos de su materialidad, su producción y circulación. En segundo lugar, las vemos como medios de un proyecto institucional permeado por la emocionalidad de las relaciones. Por lo tanto, analizaremos la manera en que Robles Acevedo usó las cartas para hacerse un lugar dentro de la institución, unificarla y fortalecerla.
¿Cómo escribir y hacer circular cartas? Una clasecita de actualidad en las comunicaciones
Las cartas subversivas tenían unas características específicas en su producción y circulación. Plagadas de seudónimos, fechas y direcciones falsas, escritas torpemente sobre hojas de cuaderno, con ortografía y sintaxis desajustadas, mutiladas, con tachones y borrones, las cartas circularon por correos propios y públicos, con protocolos específicos en los que la discreción —y las mujeres— determinaban el éxito o el reclusorio. Robles Acevedo adoptó, y en muchos casos motivó, este tipo de prácticas que le dan un color particular a la producción y circulación de lo escrito.
El 10 de enero de 1936, le “rogaba” el jefe cristero al señor E. Navarro que “se sirva escribir al Sr. Ing. dandole8 una clacecita de ‘actualidad en las comunicaciones’”. Lo que pasaba es que el ingeniero escribía a casa de personas conocidas con toda “clace de detayes y hasta habla[ba] por teléfono”, lo que ya había generado “algunos trastornos de importancia”.9
Había que tener cuidado a la hora de escribir cartas. Los corresponsales, así como todos los involucrados en la circulación, arriesgaban su seguridad si no eran prudentes.10 Las comunicaciones cristeras requerían ante todo discreción. Por eso, de los corresponsales apenas quedan algunos nombres, seguramente falsos. Los seudónimos variaban. A veces dejaban de servir, en especial si quedaban expuestos. A una señorita de Celaya, Guanajuato, le decían por carta: “recuerde que ya Nieto está viejo y no puede firmar porque le tiembla la mano, ahora lo hace SS y amigo: José Vega”.11 Domingo Nieto era el secretario del ce. Curiosamente, unos días después, Robles le escribe a Nieto haciéndole saber de los comentarios de otros, quienes pensaban que “era demaciado tierno para que yo lo cargara con lo que llamaríamos secretos de Estado”.12 El secretario era entonces una persona joven y no un viejo, como escribía José Vega. Él mismo nos aclara la situación con un reclamo al Sr. C. M., también de Celaya. Este señor había puesto el nombre de Nieto en el sobre de una carta anterior, lo que iba, como veremos más adelante, en contra de los protocolos. “Por lo peligroso que se me ha puesto el asunto”, dice Nieto, “dejé de usar aquel nombre y ahora soy J. Vega”.13
¿Por qué inventarse lo de su vejez? No lo sabemos. Quizá la señorita de Celaya no era de toda confianza, o no lo era el medio por el que querían hacerle llegar la carta. El hecho es que el anonimato da una mayor libertad comunicativa, y de él se han valido desde hace siglos los grupos vulnerables frente al poder.14
Armando Petrucci señala que, con la aparición de la máquina de escribir, las cartas a mano se reservaron para los valores íntimos, las relaciones de afecto, amistad y amor.15 Como dijimos arriba, Robles enviaba sus cartas mecanografiadas. No encontramos ninguna alusión en este sentido en la correspondencia de Robles, fuera éste el remitente o el destinatario. Quizá la escritura a máquina, que él prefería, le sumara formalidad a su cargo. Quizá fuera una manera de mantener el incógnito, puesto que no se exponía a ser identificado por su caligrafía. Fuera formalidad o precaución, ésta no fue, sin embargo, siempre imitada por sus corresponsales. El obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, asiduo corresponsal de Robles, le escribía principalmente a mano. En una ocasión llegó a disculparse, pero por el uso del lápiz: “dispénsame que te escriba a lápiz, pero estoy ocupadísima [ya hablaremos de los seudónimos femeninos], y no quiero perder el tiempo en llenar mi pluma fuente”.16 La falta de tiempo también es la excusa que aduce en otro caso Jorge Téllez al mismo Manríquez: “Le pido mil perdones por la variedad del papel [es una hoja a rayas] por las tachaduras e incorrecciones”. Las faltas podían tomarse como desconsideración hacia el corresponsal, por lo que Téllez aclara a renglón seguido: “No es por falta de respeto por lo que me atrevo a enviársela así, sino por falta de tiempo para reponerla”.17
Del proceso mismo de la escritura no tenemos más detalles. En el archivo encontramos algunos borradores con tachaduras y sin firma, por lo que algunas cartas eran escritas más de una vez. No podemos descartar que escribiera sus borradores a mano para ser pasados luego a máquina. En el archivo de Robles hay un ejemplo de ello. Se trata de un sobre de carta, en el que se escribieron dos borradores. Tal vez no contaban con papel en ese momento y recurrieron a este sobre, ya usado a juzgar por la inscripción en lápiz, que cruza de manera transversal la hoja y que dice: “Reproducción al tamaño (5×7)”. Uno de los borradores, escrito a lo largo del frente del sobre, está firmado por Morel. Allí se lee:
Algún día comprenderá que [tachón ilegible] hemos obrado con verdadero desinterés o interés absoluto en el negocio, hemos sido don Cristo y yo.
Ud. podía haber desarmado, por el bien de la causa, con unas cuantas palabras al Licenciado, y destruido todas sus suspicacias y resquemores, y no se hubieran perdido inutilmente nueve meses, ni puesto en interrogación ni comprometido el exito final de nuestros negocios.18
El otro manuscrito no tiene firma, pero la letra es idéntica a la de Robles. Está escrito en el interior del sobre:
[...] algún día comprenderá que D. Cristo y yo hemos obrado con absoluto verdadero desinterés o interés absoluto en el negocio
Ud. podía haber desarmado, por el bien de la C., con unas cuantas palabras al Licenciado, y destruido todas sus suspicacias y resquemores, y no se hubieran perdido inútilmente nueve meses, ni comprometido el escito final de nuestros negocios.19
Ambos borradores hacen referencia a las disputas al interior de la Liga (lndl) en la búsqueda de financiación. Seguramente la versión final fue dirigida a Manríquez y Zárate, dado que son frecuentes en la correspondencia de la época las peticiones al obispo para que haga entrar en razón al “Licenciado” Miguel Palomar y Vizcarra, quien fue una figura destacada como dirigente de la Liga. El conflicto propiamente lo revisaremos más adelante. Por ahora lo que nos interesa es el proceso de escritura. En la carta a cuatro manos se evidencia una preocupación por los rudimentos del estilo: no repetir palabras en un mismo párrafo, el caso de “absoluto”; evitar expresiones aparatosas y preferir opciones más diáfanas, como en “puesto en interrogación” por “comprometido”. Sin embargo, las faltas ortográficas y de redacción están presentes, como en la ausencia de tildes y la escritura de “escito”, que son rastros de una educación básica precaria. También es significativo que Robles haya redactado uno de los borradores, puesto que en ellos aparece en tercera persona, como don Cristo, lo que nos indica que buscó influenciar al obispo no sólo a través de su propia correspondencia, sino también a través de sus colaboradores.
En un sentido más general, el sobre es una pequeña muestra de todo aquello que se nos escapa cuando estudiamos cartas. Atribuimos la autoría a quien firma, pero sabemos bien poco de los creadores. Podemos imaginar un encuentro en algún lugar de poca visibilidad entre Morel y Robles, en el que, tras una breve discusión sobre el porvenir de la “compañía”, decidieran escribir al obispo de Huejutla, y sin tener más a mano que un sobre asentaran en él sus ideas, las corrigieran, las pasarán a un borrador y quizá luego en limpio, a máquina... Pero no podemos superar el campo estéril de la suposición.
Es comprensible que estos manuscritos, en algún momento, fueran desechados, puesto que se conservaban las cartas a máquina. Al igual que con lápiz y papel, escribir a máquina requiere un proceso de aprendizaje. El fondo ara conserva un ejercicio de mecanografía que desafortunadamente no sabemos a quién perteneció. Se trata de una hoja en la que se repite la frase “Elías eligió el elíxir embriagador”. El ejercicio presenta algunos errores: teclear incorrectamente, como en “Rlias” en vez de “Elías”, omitir alguna letra, trastocarla u olvidar alguno de los acentos.20 No es arriesgado suponer que a este tipo de ejercicios se sometían usualmente los implicados en el proceso de producción de las cartas subversivas.
Una vez que se producen las cartas, con la diversidad de agentes que intervienen, éstas deben circular. Junto con las cartas se transportaban los impresos y las mercancías. Había predilección por el correo privado, conformado por personas de confianza. Sin embargo, si eran informaciones urgentes que por su extensión no podían ser enviadas por telégrafo, se solía usar el correo aéreo.21 También se valieron del correo terrestre, a pesar de las reticencias.
En el caso del correo privado, mucha de la información relevante la llevaba el portador de la carta, ya fuera por lo delicado del asunto o por las facilidades de transmitirlo oralmente. A veces la correspondencia se retrasaba y llegaba acumulada al destinatario. Este último daba respuesta en una sola misiva, teniendo como referente las fechas. En ocasiones se perdían. En carta a Manríquez y Zárate, Robles se ofrecía incluso a repetir una anterior si ésta no había sido recibida, “ya que tengo interés en que sepa lo que en ella expongo”.22
Aprovechar los roles de género también fue una estrategia desde la clandestinidad. Manríquez y Zárate era muy dado a firmar como Eulalia o Eugenia, y a referirse a Robles como Felipa y a Palomar y Vizcarra como Juana (por lo general se lo conocía como Juan Manuel). En alguna carta también se hace referencia a Robles como Cristina23 (no olvidemos que uno de sus seudónimos era Cristóbal). Esta predilección por asumir roles femeninos, que en cualquier otro contexto sería condenado, estaba justificada por la necesidad de encubrir la identidad: los nombres de mujeres, a juzgar por su relevancia en la circulación de lo escrito subversivo, levantaban menos sospechas ante las autoridades.
Tal ventaja hacía de las mujeres un engranaje fundamental en la circulación de las cartas. Éstas llegaban a sus casas; venían a su nombre. Sin embargo, la confianza depositada en ellas era sólo parcial: a su cargo estaba la circulación, mas no el contenido. Si bien, los sobres de las cartas tenían la dirección y el nombre de mujeres, en el interior había otro sobre con la dirección y el nombre del destinatario reales. El intríngulis se complicaba aún más, puesto que los nombres solían ser falsos, incluso los de las mujeres, que no por su facilidad de pasar desapercibidas al ojo censor dejaban de asumir riesgos. La señora Dolores, por ejemplo, al decir de Robles, se enfadaba cuando veía las cartas a su nombre. Para apaciguarla le recomendaba a su corresponsal José Arellano, de Chicago: “No deje de escribir cuando pueda sólo que le recomiendo no usar el nombre de Dolores, pues esta es una vieja que de verdad vive en la casa y es una calamidad que se pone furiosa cuando ve las cartas a su nombre. No, señor, el nombre debe ser LUZ Moreno a secas”.24 Recordemos que por culpa de alguien que no siguió este protocolo, el secretario Nieto se vio obligado a firmar con el nombre de J. Vega.
También había distinciones en lo que podían recibir las mujeres. Robles le informaba a Manríquez y Zárate que si avisaba algo por telégrafo lo podía dirigir a “Lucita”, pero que si se trataba de dinero o certificados tenía que enviárselos a Fernando (?), porque “la señora no puede atender estas cosas”.25
El género, entonces, delimitó las prácticas que podían realizar los hombres y aquéllas reservadas a las mujeres. La lógica estuvo dada por la relativa invisibilidad de las segundas, que a juicio de los cristeros las hacía más aptas para una mayor exposición sin tomar los mismos riesgos que si fueran hombres.
De modo que a la hora de analizar las cartas debemos preguntarnos por la variedad de actores que intervinieron en su producción y circulación, así como por los artefactos que suelen complementar su sentido.
A las cartas se adjuntaban objetos diversos. Robles le informaba a José Arellano, su corresponsal en Chicago, la llegada de una fotografía que le enviaba el señor Solís:
[...] recibí la foto, lamentando que saliera un poco mal, pero al fin y al cabo no podíamos haber salido mejor sino somos para el caso. Creo que Modesto tiene las otras negativas que no tiene porque haber salido mal una vez que fueron instantáneas al aire libre. Deseo conservarlas como recuerdo de mis amigos, pero si no tiene Ud. facilidad de conseguirlas y enviarlas, lo dejamos por la paz.26
Robles también envió recortes de periódicos con el objeto de fortalecer sus argumentos frente a la situación desesperada del país:
Estoy reuniendo algunos recortes de periódico que quiero enviarle, muchos son solo cabezas de periódico, pero lo suficiente expresivas para hacer ver a los más miopes que estamos en condiciones desesperantes con el asunto comunista. Yo, que he sentido ese peligro desde hace muchos años, me desespero viendo que ya lo tenemos encima y no hacemos nada por sacudirlo.27
Funciones de las cartas
Hacen dias que no le pongo unas letras ni recibo las de Ud. Bien quisiera yo tenerle siempre informado de nuestras cosas, pero es que a veces, por lo menos en las últimas semanas, solo hay que contar hechos desagradables y poco dignos de confiarse al papel porque hasta este se resiste a contenerlos.28
Por la época, éste fue el tono dominante de las cartas de Robles a uno de sus corresponsales más asiduos, el obispo de Huejutla exiliado en Estados Unidos, José de Jesús Manríquez y Zárate. Veamos otro ejemplo de dos días después: “Bien comprendo que estas mis cartas son molestas y cansadas, pero no encuentro otra manera de explicar lo que pasa y hacer que la paz osiquiera sea el mediano entendimiento reine entre nosotros”.29 Cuando consideró que el tono podía no ser el adecuado, se excusó así: “me resta tan solo pedir a Ud. perdones por la forma en que tratado mis asuntos en esta carta y que puedan mis palabras ofender a Ud., pues mi intención no es absolutamente para ello y si algo tienen de ofensivo sirvase, se lo ruego, tomarlas como falta de expresión de mi parte”.30
El tono de las cartas casaba perfectamente con la situación de la Liga (lndl). Todas se refieren a un mismo tema: sus malentendidos con el entonces presidente del Comité Directivo: Miguel Palomar y Vizcarra. El historiador norteamericano Timothy Hanley, en su historia de la lndl, explica el choque entre ambos por su procedencia. Mientras que Robles Acevedo era “an unsophisticated man of action from a humble rural background”, Palomar representaba “the middle class urban intellectual”. Lo paradójico del caso es que, a pesar de sus diferencias y conflictos, encarnaron, curiosamente, los dos tipos de personas que conformaron la resistencia armada de los católicos.31
También podemos asumir el enfrentamiento como el choque entre dos masculinidades. La idea del hombre de campo, directo, aunque resulte ofensivo, honesto, sin las artimañas, aspavientos e irreparable dilatancia de los intelectuales urbanos, era el ideal defendido por Robles. Como veremos en lo que resta del artículo, a través de las cartas Robles desplegó de manera dispersa una concepción de masculinidad opuesta a aquélla representada por ese otro sector que, siguiendo a Hanley, representaba Palomar y Vizcarra, a quien Robles no cesó de referirse en términos antitéticos y negativos.
Por supuesto, el conflicto entre ambos no puede atribuirse únicamente al choque de dos sectores sociales o masculinidades. Se trataba más bien de un efecto más del desgaste de la Liga (lndl), que moría lentamente por inanición. Como respuesta, y en esfuerzos separados, tanto Robles como Palomar buscaron el dinero para avivar la organización liguera y a partir de ahí inyectar de nueva “moral” el conflicto armado. Al mismo tiempo, debieron cuidarse las espaldas y procurar buenas relaciones dentro de la Liga para mantener e incrementar su influencia.
Quiero centrarme en la función de las cartas en este momento álgido. Robles necesitaba el respaldo de las personas más influyentes de la Liga para imponer sus planes, no sólo en lo referente a la financiación, sino en las formas de levantar la moral de los adeptos en las ciudades y en el campo, de aumentar su número, de mejorar la imagen de la Liga para que se encendiera de nuevo la rebelión. Con ese fin tuvo que establecer su posición dentro de la Liga, generar ideas en común con los adeptos, robustecer la circulación de impresos, crear y fortalecer vínculos y, por supuesto, hacerse del control como jefe del Comité Especial.
El valor de un hombre de acción poco sofisticado
“‘Antijesuita’ —‘atiborrado de lecturas filosóficas y, por lo mismo, cargado de prejuicios o errores’— ‘apegado al ‘hueso’ [su cargo en la Liga] de tal manera que no ha querido dejarlo’ ‘engañador, intrigante, desleal, incinsero, etc. etc., total: un malvado”. Según Robles, eran los adjetivos que merecía de sus contrincantes, entre ellos Luis Aramburo, que hacía “eco a la voz del Lic. por todos conocido [Palomar y Vizcarra]”.32 En su agenda personal de 1938, escribió de manera más íntima:
Luis A. dice que yo soy antijesuita, antimarista y que tengo engañados a medio mundo, que estoy indigestado de lecturas filosóficas, que soy un monstruo, que en total no entrega 2 millones, que tiene, mientras yo no desaparezca del escenario. Todo su coraje es producido por los cuentos de Juan Manuel [seud. de Palomar y Vizcarra] que me odia porque no le quise hacer dictador con mi influencia, sin fijarse que no tengo ninguna ni es posible hacer un dictador de un zoquete fósil y malvado que es mas pasional que nadie, un hipócrita y un calumniador, además de ser un sinvergüenza.33
El problema, según el mismo Robles, es que “todos los idiotas y los intelectuales han pretendido hacer un frente contra los que no lo somos”.34 Estos intelectuales buscaban la “muerte moral” de los que no estaban en su bando a través de dos estrategias: restringir facultades y quitar dinero. Querían también entorpecer uno de los principales objetivos de Robles: lograr más autonomía para el ce, con lo que podría actuar de manera más independiente. A la cabeza de los idiotas e intelectuales estaba Palomar y Vizcarra, “el malvado Juan”, que se valía de “artes del demonio” e “intrigas” para entorpecer los planes de financiación de Robles.35 La muerte moral de los oponentes se lograba con un respaldo superior, para lo que resultaba una buena vía el desprestigio y, por qué no, la animadversión hacia los contrarios.
Manríquez y Zárate había intentado en vano reparar las relaciones entre los dos jefes de la Liga. En enero de 1937, con las relaciones en tensión, le escribía a su “estimado amigo” Felipe Robles: “¡Cuánto lamento que todavía no lleguen Uds. a una perfecta inteligencia! aunque, por lo que me ha escrito últimamente don Juan, me entero de que han empezado ya ciertos arreglos amistosos”. Al parecer, Manríquez y Zárate era consciente de las maneras “rancheras e incultas” de Robles, porque en otra carta por las mismas fechas le escribió: “estoy de acuerdo en que defienda siempre la verdad y la justicia; pero procure hacerlo con toda suabidad y buen modo. Precisamente las causas justas reclaman esa suabidad, porque la verdad casi siempre es amarga, y por lo tanto, necesita uno endulzarla con el almibar de la caridad”.36 Un mes después, le reiteraba el obispo a su “muy estimada” Felipa Robles que “mucho te recomiendo que visites con frecuencia a Juanita [Palomar y Vizcarra] y que procures platicar mucho con ella, para que se estrechen más las amistades. Hazlo por el bien de toda la familia”.37
Los intentos de Manríquez fracasaron, por lo menos en esa década. Antes que ser receptivo a las recomendaciones del obispo, Robles aprovechaba el recurso de las cartas para mostrar su propio valor, en especial frente a figuras como el obispo de Huejutla, que tenía mucha influencia entre los católicos radicalizados. En una carta del 12 de marzo de 1937, expresaba: “[...] mi delito en los últimos meses consiste en ser el mismo pues ahora si hablo soy majadero, indisciplinado, separatista y todo cuanto se quiera, pero si no hablo entonses soy hosco”. Robles aceptaba la realidad de los cambios en su actitud, aunque en el fondo siguiera siendo un hombre del campo poco sofisticado: “Mi comportamiento fue siempre el mismo en cuanto a maneras rancheras e incultas, pero con la diferencia de que muy al principio estava yo pidiendo disculpas y perdones por la falta de espresión y por lo que pudiera ofenderles”.38 Este cambio es el resultado de una nueva conciencia de su propio valor. Tal conciencia la sintetiza bien en otra carta: “Se me acusa de que no reconosco a la lina [nombre en clave de la Liga] o al cd. --Baste decir que si no lo reconociera ni siquiera existían”.39 ¿Qué buscaba con ello?: “no quiro supremacía, pero sí un trato conforme a los méritos”, porque “el puesto o dignidad que represento tienen méritos suficientes para que se le tenga en cuenta en todos los asuntos”.40
El jefe del ce quería más peso en las decisiones de “Lina” (lndl), especialmente las referidas a la financiación. Ateniéndonos únicamente a su opinión, tal deseo no nacía del orgullo personal. Quería, en cambio, descubrir “los cursos torcidos” del dinero. Para Robles, la falta de liquidez de la Liga (lndl) se debía a la incompetencia de los encargados y también a su corrupción. No estaba dispuesto, por tanto, ni a apartarse ni hacerse el de la vista gorda: “No será este el caso que yo ‘deje hacer’ por simples caprichos, mejor dicho por haber conseguido algo que no se había logrado antes, y menos cuando llevo muy adentro en la conciencia que yo también tengo derecho a poseer lo que me ha costado tanto sacrificio y en cambio a ellos nada”.41
“Deshacer chismes” era su ruta en contra del desprestigio. Si los chismes eran sobre él, no tenía otra opción más que hablar de sí mismo, aunque esto no estuviera muy acorde con las maneras de un hombre del campo. Estos textos resultan interesantes porque son una grieta en la de por sí hosca y hermética personalidad de Robles, la visión que de sí mismo tenía. La defensa de los calificativos injuriosos con los que comenzamos este apartado la expuso así:
Protesto decir verdad cuando aseguro a Ud. que jamás he leído obras filosóficas ni de ninguna otra clase que me hallan hecho el mal que Ud. asegura tengo. Y para mejor seguridad diré a usted que durante mi adolescencia hasta entrar a la mayoría de edad, las obras que leí y procuré aprender de memoria fueron las sociales del R.: Méndez Medina (S.J.), pues ha de saber que la Acción Social fue mi debilidad y trabajé en ella desde 1912 es decir desde que tenía 12 años. Fuera de los pocos libros del R.P.M. medina, que me gustaron por su claridad y actualidad, apenas y conocí otros como la Rerum y pare usted de contar. Desde 1926 hasta el 32 sólo me ocupé de estudiar a conciencia la Ordenanza General del Ejército, y de ese tiempo a la fecha solo leo, por razón de mi oficio los periódicos, y eso en sus encabezados o aquellas noticias que me interesan: estos son solamente cuatro diarios que son El Universal, La Prensa, Novedades y Últimas Noticias. Leo también por si hace falta saberlo, los artículos anticomunistas de Sucesos y los de fondo de Hoy, y mire Ud. como son las cosas, me embeleso leyendo lo que ha publicado el RP Vertiz. - Confieso a usted que he hasta sido inconsecuente con los amigos en eso de lecturas, pues una vez me regaló una obra (la Doctrina de Monroe) el Sr. Lic. y... no la he leído a pesar de que la conservo con esmero; la razón es la siguiente: no me agrada que nadie me haga a su imagen y semejanza en cuanto a odiar aunque el blanco de los odios sean los gringos. Y nueva coincidencia, esa misma persona me regaló un folleto de D. Alfredo y ese sí que lo leo y a cada cierto tiempo, pues aunque no soy agrarista me encanta el conocer esos achaques.
Vale preguntarse hasta qué punto este tipo de testimonios informan el verdadero perfil intelectual de Robles. No olvidemos que lo atacaban por estar “atiborrado de lecturas filosóficas”, por lo que no le venía bien hacer alarde de la variedad de sus conocimientos, por más de que fuera honesto. Lo que sí podemos percibir es la marca que le dejaron algunas obras en su formación. El jesuita Alfredo Méndez Medina había cumplido un papel importante en la creación de asociaciones católicas (círculos de estudio y círculos católicos de obreros) y sindicatos desde 1912.42 Robles estuvo muy vinculado a estos espacios, que tenían uno de sus pilares en la influyente encíclica Rerum Novarum de León XIII. Leer las obras hasta aprenderlas da cuenta de un tipo de lectura intensivo, muy vinculado a la lectura religiosa, por encima de una lectura más variada, propia de los letrados urbanos.43
También enfatizó el papel de los impresos como instrumentos. Sus lecturas estuvieron arraigadas a una labor de activismo católico. En los años del conflicto, escribe que se concentró en cuerpo y alma a los impresos que aportaran algo a su labor. De hecho, uno de los argumentos para defender su trabajo en el ce es su lectura diaria de “la prensa en lo que habla de España”, por los que está “familiarisado con los términos guerreros usados allá y que pueden usarse donde quepan”.44
Estar familiarizado con la prensa diaria era otra forma de decir que se conocía la situación del país, la cual, se entiende, tenía que ser mala. Sólo si las condiciones de la nación mexicana eran desesperadas, se justificaba el levantamiento armado; era un motor del belicismo. Las noticias servían, además, para la creación y afianzamiento de ideas en común, que fortalecían dicho belicismo, y la correspondencia fungió como un canal adicional para su circulación. A partir de la versión de la realidad política y social que se generaba de estas noticias, Robles y sus corresponsales formularon su pronóstico y su única salida.
Circular ideas
Las cartas establecen lazos personales e intelectuales. Son una forma privilegiada cuando el alejamiento, la clandestinidad o cualquier otro obstáculo se antepone al trato personal. Nutren las relaciones intelectuales y políticas, forman una “red”, un “espacio social a distancia”.45 Estos espacios sociales posibilitan la circulación de ideas y sus artefactos: los impresos. Los proyectos editoriales no son únicamente el resultado de la empatía ideológica, sino que también manifiestan afinidades personales, las cuales se pueden rastrear y analizar, precisamente, a través de las cartas.46
En algunos casos, incluso, reemplazan a los impresos en la tarea de soportar las ideas: Robles Acevedo, por ejemplo, aprovechó la correspondencia para suministrar información a sus contactos. A Manríquez y Zárate, en San Antonio, le comentaba que quería enviarle noticias “sobre tópicos de actualidad” que creía “no son del conocimiento de la prensa y menos de la de allá”.47 Días después, el obispo le manifestaba: “Me interesa mucho saber tanto los trabajos que han desarrollado en el rancho como los tópicos de actualidad”. Aprovechaba la ocasión, además, para informarle que había escrito unas cuartillas sobre “el asunto del petróleo”, que había mandado ya a algunas personas, incluido Palomar y Vizcarra.48 La ocasión de socializar textos es también oportunidad de mejorarlos: “En cuanto al trabajo sobre el petróleo [le dice Manríquez a Robles], no se lo mando porque Juana y sus amigos le van a hacer algunas adaptaciones a las circunstancias del momento, ya que la situación cambia casi todos los días”.49
La circulación de noticias tiene un propósito político: mostrar la situación desesperada del país. A su “estimada amiguita”, corresponsal frecuente en el extranjero, le informaba Robles de algunas noticias “esperando que le sean de alguna utilidad”. Le comentaba, dado que la dirección de pensiones había suspendido los préstamos a los empleados: “cualesquiera que sean los motivos que aparezcan públicamente, la verdad es que tanto esos fondos como los del Nacional Monte de Piedad y algunos otros de bancos, han sido gastados para sostener por más tiempo la desastrosa política económica del cardenismo”. Otra noticia: “En el Cenado de los Estados Unidos se ha estado acusando al presidente Roosebelt de estar fomentando el establecimiento en México de un gobierno rojo”. Sin embargo, había rumores, “con base de seriedad”, que el Gobierno de Estados Unidos, así como el Ejército mexicano, estaban presionando a Cárdenas para que renunciara. Pero éste, apoyado en los obreros, pretendía establecer el “soviet mexicano”.50
Robles no ofrecía las fuentes de su información, ni siquiera cuando aclaraba que venía de la prensa. Hay algo de orgullo personal en considerar que su palabra basta, como se lo anotó a Manríquez: “Creo inútil decir a Ud. la procedencia [de información sobre la nacionalización del petróleo], pues tengo aún confianza en que me crea cuando hago una afirmación así tan a secas”.51
A través de las cartas también se recomendaban impresos. Manríquez le insistió un par de veces que buscara su artículo “La misión histórica de México” que había aparecido en Lectvra, la revista de Jesús Guisa y Azevedo. El obispo le pidió que comprara varios ejemplares y le hiciera difusión.52 En una carta posterior repite su solicitud: “búsquela por todas partes”.53 Robles le replica que la revista “no se encuentra; circula muy poco, pero seguiré buscándola”. Y agrega, en relación con el artículo: “recuerdo que bondadosamente me ofreció Ud. permitirme la reproducción al menos de partes, pero si no se puede espero su indicación”.54
El jefe del ce hacía lo mismo con sus trabajos:
Estamos ya comensando a hacer el escrito de Eulalio [seudónimo de Manríquez y Zárate] y pronto le mandaremos también, pero como son pocos diga los que necesitan son sobre el comunismo y es aún tiempo de que avise si se hacen más por su cuenta para aumentar el tiro, pues sólo mandamos hacer de acuerdo con nuestros medios diezmil.55
De este modo, se informaba de la existencia de publicaciones y se llegaba a un acuerdo de su tiraje para evitar sobrecostos a una entidad sin recursos. Pero los impresos tienen una función adicional que aportan a esa “historia de la no-lectura” que propone Martín Bergel.56 Los impresos son en sí mismos una prueba de la vida de la Liga, más allá de las ideas que éstos contengan. En la misma carta, le escribió Robles a su corresponsal: “Es verdad que le hemos abandonado, pero no a causa de pereza sino que a causa de que el maldito correo nada quiere de nuestras cosas, pero para que vea que no hay pereza voy a ordenar que le envíen lo rezagado y se convencerá de que todo está tan activo como es posible”.57
Además de ser una prueba de vida, los impresos clandestinos, sin importar las ideas que movilizaron, obraron como “savia principal que reavivó permanentemente el sentido de la comunidad de la militancia”.58 Ante la distancia física, los lazos emocionales se mantuvieron a través del contacto de los impresos, así como de las cartas: “El señor Solís [el mismo que había mandado la fotografía que mencionamos arriba] me escribió y me manda a decir que le comunique a usted el disgusto que tiene con eso de que no le escribe”; anotaba José Arellano a Robles, “me dijo que cuando recibiera mi carta le escribiera lo más pronto posible, porque está obstruyendo sus trabajos. Dice que la falta de comunicación suya le hace mucha falta, porque su propaganda le exige que esté en constante comunicación con usted”. 59
En esta comunidad de lectores también se establecieron consensos. En enero de 1936, Robles le escribió a Manríquez y Zárate pidiéndole asesoría sobre un “documento” que había puesto en circulación. Le solicitó al obispo su revisión para que le indicara si estaba en “contra [de] las disposiciones de la Iglesia, pues en este caso me vería en la necesidad de retirarlo de circulación”.60 El obispo de Huejutla actuaba, además de consejero, como censor ocasional de las publicaciones de la Liga.
Las cartas eran, por último, un espacio de autocrítica de la labor frente a los impresos. En cierto sentido, el trabajo con los impresos se convirtió también en una insignia en la defensa de Robles:
La Sección de Propaganda si esiste nadie la conoce porque yo por medio de mis agentes o personalmente envío lo que puedo a los foraneos ya sea que consiga donde pueda o lo que produce mi pequeña Sección de Propaganda, pues se han publicado varios opúsculos y David61 ya en su número 36 con una tirada de tres mil quinientos cada quinse días. En cambio Reconquista [el periódico oficial de la Liga] sale cada tres o cuatro meses aunque a veces cada dos meses y en cantidades que nadie la conoce sobre todo en los Estados porque no hay quien la mande ni de donde mandarla o se queda almacenada como ha sucedido con cantidades hasta de seis mil.62
Crear y fortalecer vínculos
A través de la correspondencia se establecen redes. Las cartas ofrecen no sólo los nombres de un remitente y un destinatario, sino las ubicaciones espaciales y temporales de éstos. Unido a los contenidos de las cartas, se pueden generar conexiones entre individuos que en ocasiones alcanzan dimensiones significativas.63
Las cartas, con todas sus posibilidades de análisis, también pueden ser fuente de frustraciones para el investigador. El espacio donde usualmente se ubica el destinatario, justo debajo de la fecha y alineado a la izquierda, es fácilmente un quebradero de cabeza. La correspondencia de Robles Acevedo, a pesar de sus dimensiones respetables, tiene la triste circunstancia del anonimato mayoritario de las personas involucradas. Esto, por supuesto, tiene su comprensible explicación en que eran cartas subversivas y clandestinas. Como ya mencionamos al inicio del artículo, se omitían con demasiada frecuencia nombres y lugares. Era una prohibición explícita de la Liga (lndl). Encontré cartas mutiladas en espacios en los que algún incauto había dejado escapar información sensible. Los nombres cuando aparecen son seudónimos, que cambiaban con frecuencia “por aquello de la mucha luz”, al decir de un corresponsal que estrenaba seudónimo.64
Para llenar este vacío, tratemos de dimensionar el conjunto de la lndl, con el objeto de hacernos una idea del espacio social a distancia sobre el que influyó el jefe del ce. Para 1935, los rebeldes tenían presencia en quince estados y contaban con alrededor de 7 500 hombres.65 Según Robles, a inicios de 1936, la Liga (lndl) contaba con centros en Zacatecas, Guanajuato, Nayarit, Durango, Jalisco, Aguascalientes, Colima, Puebla, Morelos, Sonora, Oaxaca y Veracruz (ordenados por importancia). Se preparaban, en ese entonces, el de Guerrero y Estado de México. Los de Coahuila, Tlaxcala, Hidalgo y Nuevo León estaban inactivos, pero cooperaban con materiales y dinero.66 Para ese mismo año, Robles da una cifra de 5 000 soldados, sin contar a las personas encargadas del aprovisionamiento, espionaje y correos.67
Es difícil precisar si Robles mantuvo correspondencia con todos estos estados, dado que pocas veces se incluyen lugares en las cartas. Es de esperar que así fuera, puesto que el ce era el directamente encargado del movimiento armado. No debemos olvidar que las cartas a las que tuve acceso son las que Robles conservó, por lo que no es descabellado pensar que sólo tenemos una visión parcial —y depurada— de su correspondencia. Sea como fuere, la comunicación con los estados fue fundamental, porque le otorgó la victoria sobre Palomar y Vizcarra.
Éste había convocado la VI Convención de la Liga para los primeros días de enero de 1938. Según el presidente del Comité Directivo de la Liga (cd), el objetivo de la convención era nombrar nuevos dirigentes para la institución, con lo que se seguían los lineamientos del reglamento interno. Lo que podría parecer mero trámite, en realidad fue una peligrosa arma de doble filo. Palomar pretendía zanjar de una vez por todas el problema de autoridad y dinero, por lo que le convenía tener en los cargos importantes a gente cercana, al tiempo que se retiraba del foco de atención. No obstante, también daba pie a sus opositores para darle la estocada final con procedimientos similares. Robles aprovechó la oportunidad y mandó gente de su confianza alrededor del país, urgiendo a los miembros de la lndl que lo apoyaran a él y se opusieran a Palomar. Además, distribuyó una circular en la que se quejaba de Palomar y pedía sacarlo del cd. En uno de los puntos de la circular, afirmaba que Palomar quería formar un “bloque de intelectuales” para eliminar a los “guerrilleros sin educación” de las posiciones de poder dentro de la Liga (lndl).68
Palomar tenía un proyecto de financiación con contactos en los Estados Unidos, y esperaba que estuviera cerrado con éxito para el momento de la convención. Dinero en mano, sería mucho más fácil reafirmar su autoridad. Sin embargo, su proyecto no concluyó a tiempo. Palomar sintió muy tarde el viento en contra: cuando quiso cancelar la convención, los delegados ya estaban en la Ciudad de México.69
Los asistentes al evento dan una idea de las dimensiones reales de la lndl. Asistieron ligueros de trece estados, más dos por el Distrito Federal y otras dos de parte de la Cruzada Juvenil Guadalupana Santa Juana de Arco.70 Al final, Robles tuvo un apoyo abrumador. Además de sus agentes enviados a las regiones, las cartas habían sido un propicio espacio para su maduración. En marzo de 1937, mucho antes de que Palomar llamara a la convención, Robles le escribía al vocal del ce, Víctor López, que Juan Manuel seguía “viviendo de ilusiones” y “con los otros asuntos hemos pasado de mal a peor porque cada día está más chocho [Juan Manuel] y por lo tanto más necio, baste decir que ya nadie puede hacerlo convenir en nada que sea justo ni serio”.71 A su amigo don Pedro le mencionaba que Palomar ganaba adeptos afirmando que ellos eran “intelectuales y no es bueno que estén sujetos a jayanes e ignorantes y resucitados como su servidor”.72 Días después lo calificaba como un “tipo repugnante”.73
En efecto, la convención eligió nuevos miembros afines a Robles y dotó de mayor autonomía y poder de decisión al ce, que continuó a su cargo. Palomar, por su parte, renunció a la presidencia y no se presentó a la convención. Hanley explica la victoria de Robles por su capacidad de cooptar los sectores rurales, mientras que Palomar fracasó en asegurarse el apoyo de los citadinos.74 Robles entendió bien esta dualidad y la explotó en su correspondencia, estableciendo distancia con los “intelectuales” e identificándose con la gente del campo. No en vano recomendaba a un joven para la labor liguera afirmando que era “uno de los más entrones, teniendo en su haber el ser provinciano y por lo tanto está excento de las innumerables lacras de los capitalinos que son siempre puras mulas con sus honrosas excepciones”.75
Las cartas sostienen vínculos emocionales que trascienden las afinidades de las ideas. A través de ellas se crean, fortalecen, reparan relaciones, pero también se dañan, se destruyen y se generan sentimientos de odio y rencor. Además de Palomar, el caso más significativo quizá sea el del obispo de Huejutla. Con los años, su relación pasó de la formalidad de un subordinado que informa a su superior, a una de mayor confianza y cercanía. “¿A quien más he de recurrir yo con mis penas?” —le escribía Robles en marzo de 1937— “Y si he de ser franco lo hago solamente para descansar de la enorme pena que me produce la actual situación, pues no creo que tengamos remedio una vez que falta voluntad y sobra el poco interés”.76 En otra carta, le escribe:
Tengo presente la delicadeza del momento así como que todo debe encaminarse a la salvación, hoy por eso es que obro en la forma conocida y evito las precipitaciones nacidas al calor de los caprichos de quienes a pesar de protestar ser apasionados por el negocio, solo son apasionados vulgares. Nuevamente pido perdón por mi manera de expresarme. ¿Con quién más puedo hacerlo en esa forma?77
Puede meternos en aprietos el tratar de establecer la veracidad o espontaneidad de las emociones que se transmiten a través de las cartas. Podríamos pensar que para Robles fueron una válvula de escape, en tanto era el lugar en que se ponían de presente las emociones no manifiestas oralmente, ya fuera por la distancia o las limitaciones expresivas de un hombre del campo. Sin embargo, la escritura suele ser un ejercicio ponderado, por lo que la espontaneidad y vivacidad de las emociones puede ser más una cuestión performática, recreada con el fin de producir una respuesta, también emocional, en el receptor. Como quiera que sea, Robles manifestaba que era una forma de mantener el equilibrio y optimismo en tiempos difíciles: “Afortunadamente para mi ni las penas mayores han podido siquiera mermar mi optimismo; cuando esas penas son muy grandes lo que me pasa es que hago muchos corajes que a veces me aguanto solo y a veces externo, pero desaliento, jamás me viene por nada, bendito sea Dios y a El le pido que me envíe más y más”.78
A su vez, los vínculos se reparan mostrándose vulnerable frente a los corresponsales. J. Vega, el secretario del ce, había renunciado a su cargo aduciendo que el jefe no le tenía confianza. Robles trató de disuadirlo en su respuesta: “Como mi punto de vista respecto a las causas que motivan esa renuncia difiere esencialmente del asentado en la comunicación de referencia, trataré de dar una explicación de mis actos creyendo dar con ello una muestra más de confianza y sinceridad”. Siguiendo su premisa, Robles le confesó que en su último viaje a San Antonio había traído “consecuencias terribles” para su ánimo y salud. Le dijo, además, que habían aparecido los “desmanes” de cuatro años de campaña:
La tención nerviosa constante que motiva el peligro para el que no fue educado en la carrera, la falta de alimentos que infinidad de veces se prolongaba por tres días consecutivos, pero con muchísima más frecuencia días enteros sin probar bocado, largas noches que a veces se convertían también en periodos de cinco y más días de dormir y vivir entre el agua, las temporadas de aguas sufridas sin tener un miserable impermeable que evitara las constantes remojadas de día y de noche, las dificultades causadas por el propio deseo de que las cosas se hicieran como deben y los hechos totalmente contrarios por la poca moralidad de superiores, la responsabilidad para quienes saben sentirla de tantas vidas y tantos intereses así como el triunfo de la Causa de que uno también se siente responsable, pero... a qué seguir cuando basta decir que fueron cuatro años de campaña cristera?79
A pesar de las “muestras de confianza y sinceridad”, Vega respondió a la carta reafirmando su posición: “Para mí es claro el razonamiento en que fundo la presunción de la falta de confianza de usted respecto a mí [...]. Ello se ve confirmado en sus explicaciones, que tanto me honran”, y explicó su punto tomando apartados de la propia carta de Robles. Zanjó la cuestión argumentando: “Ahora bien, si esto que llamaremos irregularidad se deriva de las propias causas por usted explicadas, mi resentimiento queda en el vacío y sin efecto sus consecuencias”. A medida que avanza la carta, se percibe preocupación por el porvenir: “¿El desarrollo de nuestros planes demanda tiempo suficiente o más o menos largo?”. Si fuera mucho tiempo, Vega solicita permiso para regresar a su casa a continuar su interrumpida carrera de jurisprudencia o por lo menos para buscar “algún medio de vida”. No deja de anotar, sin embargo: “soy el primero en reconocer que, frente a los intereses de Dios y de la Patria, familia, afectos y aspiraciones y porvenir más o menos próximos, se reducen a menos cero; pero no es cuerdo permanecer inalterable cuando el éxito de la empresa no se vislumbra”. Dejaba ver la duda del triunfo final de la Liga. Concluía la carta con honestidad y sencillez: “La vida que llevo en estos momentos, sin ser de sacrificio meritorio, nada tiene de risueña. Los años pasan sobre mí, y mañana, que reflexione yo lo inútil del tiempo transcurrido, ni la satisfacción tendré de haber hecho bien. Este sacrificio puede ser grato a Dios; ¿pero si no lo es?”.80 En otra carta, Vega da por aceptada su renuncia, pero seguirá firmando como secretario del Comité Especial (ce). En la entrada de su diario del 2 de mayo de 1938, Robles escribió: “trabajo ordinario de acuerdos con Vega que ha olvidado su renuncia y se muestra contento y animado”.81
El espacio a distancia también se fortaleció con las noticias de terceros. “Sonorita ha estado enfermo” —le comenta Robles a un corresponsal— “y por eso mismo inutilizado para los trabajos de su profesión, aunque no por esto se pueda librarlo de su geniecito”. En la misma carta, le dice que hay un amigo que quiere irse a trabajar a la tierra de su corresponsal, por si le puede ayudar a conseguir algún empleo.82 En otra ocasión, al tiempo que pide noticias de terceros, también aprovecha para renovar indirectamente un compromiso pasado:
Dígame, ¿todavía está el grupito reunido, me refiero el de elementos directores. Si esto es así, sírvase hacerle saber que estoy contando con que están estudiando y preparándose como habíamos dicho, pues no está lejos el día en que tenga que disponer de ellos para cosas grandes y la faya será que no estem preparados.83
El estar informado de terceros, fuera a través de concisos reportes o de “chismes de verduleras” —como Robles los llama en alguna ocasión—,84 es una forma de establecer vínculos, pero también de mantener el control. A Manríquez y Zárate le decía: “le ruego haga lo posible por darme una ayudadita escribiendo directamente a los sujetos a que me voy a referir, pues se que los dos mantienen correspondencia con Ud.” Robles hablaba de “los señores” de Guanajuato y Zacatecas, quienes, a pesar de ser “de mucha estima y muy buenos trabajadores sobre todo en la organización y en todo lo relativo a los negocios de la Cía. [la Liga]”, “ya no es posible aguantarlos por que el vicio los lleva a excesos no solo inconvenientes sino demaciado peligrosos”. El jefe del ce había recibido continuas quejas sobre los dos sujetos, de quienes se rumoraba que andaban de borrachos de pueblo en pueblo y metidos además en “asuntos de faldas”. A este último punto no le daba importancia, porque eran “solo cuentos de malquerientes”, debido a que él tenía “la seguridad de que en ese terreno es demaciado correcto”.85
Vale señalar varios puntos del caso. En primer lugar, Robles apeló a una autoridad moral superior, el obispo, para que ejerciera la represión respectiva. Muy seguramente se trataba de señores con cargos de importancia dentro de la Liga, dado que Robles no los reprendió él mismo. En segundo lugar, sometió los rumores a su propio juicio, y delimitó lo que es y no creíble. “Lo del vino es alarmante y urge remedio a tiempo”, porque son “personas serias” las que se quejaron ante él. La promiscuidad, en cambio, la desestimó basado en su propio conocimiento de los sujetos. El problema más delicado, según Robles, era que los rumores podían ser utilizados por “los enemigos políticos de dentro o de fuera agrandando lo”. Puesto que no podían simplemente prescindir de los sujetos, dado su buen desempeño en otras materias, el jefe cristero recurrió al obispo para que les llamara la atención y de este modo se corrigieran.
Robles también pedía informes adicionales de ligueros bajo sospecha. En 1938 mandó investigar a un “fulanito que es amigo mío y buen muchacho”, pero que tenía demasiada “injerencia” en “asuntos juaneriles”, refiriéndose a las integrantes de la Cruzada Juvenil Guadalupana Santa Juana de Arco. Al jefe le habían llegado “muchos chismes” que eran ya “inaguantables”. Ordenó que un espía se alojara en el mismo lugar del fulano y “observ[ara] todos sus movimientos”, pues en cuanto se tuviera “comprobación de lo que hasta ahora son sospechas con fundamento”, el jefe obraría con energía para salvar “la dignidad y el decoro de la cosa”.86
El jefe del ce se valía entonces de las cartas para vigilar y castigar a sus subalternos. Iba más allá incluso de solicitar seguimientos e informes: queda registro que tuvo acceso a correspondencia de terceros. Robles justificaba su forma de actuar en que “no por casualidad ni por indiscreción, sino porque la Suprema Autoridad me da el derecho de informarme de todos los asuntos que se ventilan en la institución”. De ese modo había accedido a una carta que el señor E. Castañares le envió a Palomar y Vizcarra. En ella, el primero desconocía la VI Convención, de la que hablamos más arriba, por considerarla ilegal. Robles, entonces, le dio por escrito sus argumentos de la legalidad de la convención, y con tono algo reconciliador le dijo: “Confio en que Ud. sabrá tener calma y ver las cosas con ella, informarse de la verdad y obrar en consecuencia”.87
Consideraciones finales
Robles Acevedo usó las cartas como instrumento para fortalecer los trabajos de la Liga (lndl) y mejorar su propia posición dentro de ella. La producción y circulación de las cartas respondieron a la lógica de la subversión, lo que las dotó de unas características particulares. En estas prácticas no sólo las jerarquías institucionales jugaron un papel relevante, sino también las facilidades de comunicación y los roles de género. Valga anotar que no sólo las mujeres cumplieron un papel en la circulación de la correspondencia, sino que el juego de roles de los hombres ayudó en su objetivo de mantenerse en clandestinidad.
Las cartas no transmiten únicamente ideas, sean políticas, religiosas o filosóficas, también son artefactos que soportan vínculos emocionales cuando la distancia y la clandestinidad se interponen en el trato físico. Robles Acevedo creó vínculos a través de su correspondencia, estableció afinidades y aversiones, reparó y rompió de manera definitiva relaciones, y supo involucrar a terceros en este flujo emocional, con el objetivo claro de articular un movimiento capaz de imponerse por medio de la violencia sobre el Estado. Al mismo tiempo, desplegó una visión del hombre de campo, como el llamado a sacar a la lndl del brete en que los “intelectuales” la habían dejado por su incapacidad. En esta oposición entre el campesino y el intelectual, se puso en juego la construcción de una masculinidad que tuvo en mucha estima el honor, la capacidad de acción y la honestidad. A través de las cartas, Robles Acevedo desplegó un ideal de hombre cristero, bajo el cual alineó a sus partidarios y del que distanció a sus enemigos.
Es difícil precisar el impacto de las cartas en el desarrollo del movimiento cristero en los años treinta. Es claro a través de la correspondencia y de encuentros secretos se mantuvo el contacto entre los diversos actores del conflicto, tanto con los jefes y combatientes desplegados por todas las regiones del país como con la jerarquía eclesiástica y los simpatizantes. No hay duda de que sin estos artefactos los vínculos se hubieran deteriorado mucho más rápido de lo que lo hicieron. Sin embargo, las cartas, en cierto sentido, también fueron responsables de esa “falta de inteligencia” entre los actores de la que hablaba Manríquez y Zárate. A diferencia del diálogo cara a cara, en que se puede pedir aclaraciones a discreción de cada una de las sentencias de la otra parte, las cartas son declaraciones unilaterales, abiertas a las interpretaciones más diversas de un lector que no puede apelar de manera inmediata a una aclaración.
Las cartas no reemplazan el diálogo, son más bien un sucedáneo. Es de suponer que muchas de las intrigas y malentendidos se hubieran venido abajo, o de plano no hubiesen existido, con una comunicación cara a cara más frecuente, pero como sabemos, en el contexto tratado eso no fue posible. De modo que cumplieron la función de mantener la comunicación entre los actores del conflicto, aunque al mismo tiempo, por las limitaciones propias del soporte, ayudaron a la descomposición de una organización deteriorada.
Este tipo de enfoques en lo escrito y lo emocional aportan a la historiografía sobre el conflicto una premisa que, por lo general, se ignora o se da por sentada sin reflexión: los movimientos sociales no los sostienen únicamente fuerzas ideológicas, políticas o económicas, sino también emocionales, las cuales se articulan en prácticas en las que artefactos como lo escrito cumplen un papel fundamental. El énfasis en dichos artefactos ayuda a dilucidar cuáles son y cómo se desarrollaron dichas prácticas.
Al final, lo escrito no estuvo en capacidad de evitar que el movimiento cristero fuera una fuerza cada vez más secundaria en el devenir nacional. A Robles Acevedo le funcionó para aumentar su influencia dentro de la institución, pero dado que ésta desapareció un par de años después, sus esfuerzos fueron infructuosos. Los intentos de encontrar financiación fracasaron, y lo mismo puede decirse del propósito de levantar la moral de los católicos.
Más allá del éxito o el fracaso, sin estas variables alrededor de lo escrito no se podría comprender la persistencia del belicismo en un contexto donde el poder defendía las vías pacifistas y de sometimiento. La perseverancia de los vínculos, el anhelo de una nueva rebelión, el miedo al fracaso final, pero también la comunidad a distancia creada en medio de la adversidad, explican que estos personajes, todavía al final de la década, siguieran augurando el resurgimiento de la “epopeya cristera”.
Documentales
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Solís Nicot, Yves Bernardo Roger, “Divorcio a la italiana: la ruptura entre el delegado apostólico de los Estados Unidos y el delegado apostólico de México durante la segunda Cristiada”, en: Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, núm. 24, 2008, pp. 121-176.
_______________, Dilemas y conflictos en el seno del Episcopado Mexicano durante la rebelión cristera: 1926-1929, Tesis de Maestría en Historia, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2017.
Valdez Chávez, César Enrique, Enemigos: vigilancia y persecución política en el México posrevolucionario (1924-1946), Tesis de Doctorado en Historia, México: El Colegio de México, 2017.
Zuluaga Quintero, Diego, Crítica literaria y relaciones intelectuales en América Latina en la segunda mitad del siglo xx: Rafael Gutiérrez Girardot y sus corresponsales, Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales y Humanidades, México: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa, 2019.
1 Olmos, Conflicto, 1991, pp. 445-446.
2 Olmos, Conflicto, 1991.
3 Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México (en adelante ahunam), f. Aurelio Robles Acevedo (en adelante ara), c. 64, exp. 7, f. 12.
4 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, fs. 60-61.
5 Andrea Mutolo estudia las actitudes diversas del clero frente al conflicto religioso (1926-1929), valiéndose en buena medida de la correspondencia. De especial interés para este trabajo es su artículo sobre la postura del obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, frente a los “arreglos” de 1929; véase: Mutolo, “Episcopado”, 2005; Mutolo, “Acaso”, 2021. En la misma línea están los trabajos de Juan González Morfín e Yves Solís Nicot. Este último aprovecha la apertura de los archivos secretos para complejizar la visión de la toma de decisiones del episcopado mexicano, norteamericano y la Santa Sede; González, “Desconcierto”, 2015; Solís, “Divorcio”, 2008; Solís, Dilemas, 2017. Los trabajos sobre la lndl también le deben mucho a las cartas conservadas; véase: Hanley, Civilian, 1977; Olmos, Conflicto, 1991; Guerrero, Católicos, 2021.
6 González, “Desconcierto”, 2015.
7 González, “Desconcierto”, 2015, p. 139.
8 Respetamos en todos los casos la redacción original de las cartas.
9 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, f. 13.
10 Se puede cuestionar el peligro que realmente corrían los dirigentes a esta altura del conflicto. Por los documentos estatales que se conservan, la Liga ya no despertaba mucho interés para el gobierno, como sí lo había hecho en los años veinte; en todo caso no al nivel de otros grupos, como los sinarquistas o los comunistas; véase: Valdez, Enemigos, 2017. Sin embargo, las condiciones reales no modificaron las representaciones que estos individuos tenían sobre su seguridad; representaciones que son, a su vez, las que determinan las prácticas que aquí nos interesan.
11 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 37.
12 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 71v.
13 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 52.
14 Silva, Pasquines, 2021.
15 Petrucci, Escribir, 2018, p. 166.
16 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 46v.
17 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 55.
18 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 76.
19 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 76.
20 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 34.
21 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 132.
22 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 62.
23 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, fs. 53-55.
24 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 169.
25 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 71.
26 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 169.
27 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, f. 40.
28 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 37.
29 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 40.
30 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, f. 64.
31 Hanley, Civilian, 1977, p. 557.
32 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 151.
33 Acevedo, Narraciones, 2011, p. 390.
34 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 324.
35 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 324.
36 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 11.
37 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 21.
38 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 39.
39 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 41.
40 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 39.
41 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 39.
42 Rodríguez, “Proyecto”, 2021.
43 En realidad, la distinción entre lectura intensiva y extensiva es problemática. Aunque se puede hablar con seguridad de una lectura intensiva cuando hay limitaciones materiales —como por ejemplo los europeos de los siglos xvi y xvii que sólo tenían acceso a unos cuantos libros (la Biblia y devocionarios)—, es difícil distinguir los dos tipos de lectura cuando la circulación no es escasa. En efecto, junto a la lectura extensiva, superficial y variada de periódicos y revistas actuales, puede ir una lectura intensiva de textos que se consideran de especial interés, los “clásicos”. Véase: Darnton, “Lectores”, 1987, pp. 251-254.
44 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, fs. 40-42.
45 Bergel, “Partido”, 2015, p. 85.
46 Zuluaga, Crítica, 2019.
47 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 99.
48 ahunam,, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 103.
49 ahunam,, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 130.
50 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 102.
51 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 65.
52 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 106.
53 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 130v.
54 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 109.
55 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 22.
56 Bergel, “Historia”, 2017.
57 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 22.
58 Bergel, “Historia”, 2017, p. 169.
59 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 132.
60 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, f. 24.
61 La revista David fue publicada, en su primera etapa, por Robles Acevedo y Vicente Viramontes, entre 1936 y 1939. Se ocupó de la “moralización” de los soldados cristeros.
62 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, fs. 40-42.
63 Para un ejemplo de correspondencias de grandes dimensiones y sus posibilidades de investigación y representación gráfica, se puede visitar la página web del archivo de José Carlos Mariátegui (mariategui.org), donde se grafican los datos relevantes de las más de 800 cartas enviadas y recibidas por el intelectual peruano.
64 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 34.
65 Meyer, Cristiada, 2001, p. 375.
66 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, f. 60.
67 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, f. 61.
68 Hanley, Civilian, 1977, p. 571.
69 Para una reconstrucción del episodio, revisar la tesis de Timothy Hanley, Civilian, 1977. El autor se basó principalmente en la correspondencia de Palomar y Vizcarra y en documentos de la Liga. Al parecer, no tuvo acceso a los documentos de Robles Acevedo, o por lo menos no los tuvo muy en cuenta para su relato. Nuestras fuentes complementan su trabajo.
70 Asistieron como delegados regionales José de Jesús García por Tlaxcala, J. Fuentes por Michoacán, Manuel Álvarez Martínez por Puebla, Domingo Nieto por Oaxaca, José Guadalupe Sonora por San Luis Potosí, León Aldama por Aguascalientes, Agustín Estrada C. y Ramón Márquez Soto por Ciudad Juárez, Horacio Martínez y C. Bravo por Distrito Federal, Víctor Ibáñez y Rodolfo Castro por Guerrero, R. Villa por Durango, Luis G. Conde por Querétaro, Juana Bonilla por Saltillo, R. Villa por Torreón, Macario Ortiz por Zacatecas, Juan González y Jean Morel por Unión de Occidente —que controlaba Jalisco, Colima y Nayarit—, Teresa de Jesús G. y María Martínez por la Cruzada Juvenil Guadalupana Santa Juana de Arco. “Acta de la VI Convención General Ordinaria celebrada por la lndl”. ahunam, f. ara, c. 1, exp. 1, fs. 43-50.
71 ahunam, f. ara, c. 33, exp. 9, f. 45.
72 ahunam, f. ara, c. 33, exp. 9, f. 107.
73 ahunam, f. ara, c. 33, exp. 9, f. 111v.
74 Hanley, Civilian, 1977, p. 573.
75 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 353.
76 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 37.
77 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 168.
78 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 167.
79 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 71.
80 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 76.
81 Acevedo, Narraciones, 2011, p. 388.
82 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 27.
83 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 363v.
84 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 33, f. 62.
85 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 32, fs. 39-40.
86 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 100.
87 ahunam, f. ara, c. 9, exp. 34, f. 19.