https://doi.org/10.15174/orhi.vi19.18

Estante


Julio Contreras Utrera, El abastecimiento de agua y el saneamiento urbano: el largo sueño de los cordobeses, 1760-1913

 

 

Nos interesa compartir con otros lectores las experiencias de ciudades mexicanas que nos aparten del centralismo historiográfico y nos acerquen a las historias locales y regionales. Afortunadamente, cada vez hay más autores que las abordan, que dan cuenta de tiempos, circunstancias y actores propios. Es el caso del libro publicado en 2019 por la Universidad Veracruzana, titulado El abastecimiento de agua y el saneamiento urbano: el largo sueño de los cordobeses, 1760-1913, de Julio Contreras Utrera.

La historia se desarrolla en la ciudad de Córdoba, Veracruz, desde su fundación, en 1618, reconocida jurisdiccionalmente como villa. En los periodos virreinal e independiente tuvo un papel destacado tanto en la vida económica como en la política. Por razones de su clima y su ubicación geográfica, se inserta en el mundo comercial de alcance global. Su agradable temperatura de tipo subtropical, la abundancia de precipitaciones, aparte de sus copiosos mantos acuíferos, favorecieron el desarrollo de la agricultura y la industria. Fue sobresaliente por su producción de tabaco, azúcar y café, así como por sus productos frutales, razón por la cual desde fechas tempranas la vincularon con mercados nacionales e internacionales. Además, fue escenario de sucesos relevantes en la historia patria, como la firma de los tratados con los que España reconoció la Independencia de México.

La historiografía de Córdoba está colmada de textos que documentan ese pasado glorioso, aunque ayuna de estudios que propiamente den testimonio de la ciudad, que analicen los procesos, necesidades, dificultades y actores que participan en su transformación. Ahí radica la importancia de la obra de Contreras Utrera y el vacío que cubre.

La temporalidad que abarca el autor -poco más de centuria y media- no responde a un periodo político de la historia mexicana, sino se circunscribe al fenómeno que desea narrar: el abasto de agua y saneamiento de la ciudad de Córdoba. Principia cuando los proyectos hidráulicos inspirados en una conciencia de salud pública comenzaron a circular en las oficinas municipales, y cierra describiendo las grandes obras de abasto y saneamiento de agua financiadas por capitales privados. Valga decir que ese periodo coincide con la puesta en marcha de las ideas higienistas y los avances de la ciencia, la medicina y la ingeniería hidráulica y sanitaria que alcanzó a buena parte de las ciudades mexicanas -y de otras latitudes- en sus afanes de estar al día.

Deja claro el autor que no fue el aumento de la población -aunque lo tuvo: un incremento de 262% entre 1840 y 1910- lo que orilló a los munícipes a modernizar el sistema de aguas, pues la ciudad contaba con manantiales suficientes y a su alcance que podían cubrir las necesidades hídricas de sus habitantes. Lo que motivó a aquellos a embarcarse en tales faenas fue una cuestión de salud pública y, a la vez, tecnológica: los altos índices de mortandad, las enfermedades gastrointestinales y las epidemias atribuidas al consumo de agua, hechos que ya inquietaban a los gobiernos, se habían aunado a una vieja infraestructura hídrica, por lo que el líquido que llegaba a la ciudad ni lo hacía en la cantidad suficiente para satisfacer la demanda de la población ni era apto para el consumo humano.

El libro de Julio Contreras está organizado en cinco capítulos, más introducción, conclusiones y anexos. Destaco la introducción por lo bien lograda, con una lectura cuya ligereza no demerita su contenido, en la que presenta un balance historiográfico útil para conocer lo que se ha escrito respecto del tema y, a la vez, para ubicar la obra. Asimismo, justifica su temporalidad y la selección de la ciudad que aborda. Plantea que la modernización del sistema de abasto de agua se debió, en buena medida, a la necesidad de contrarrestar la contaminación de la que llegaba a la ciudad, y así frenar los males que acarreaba en consecuencia.

En el primer capítulo se subraya el papel de Córdoba como centro agrícola y mercantil hacia finales del siglo XVIII y durante la centuria siguiente, favorecida por una extensa red de caminos que la conectaban con los principales mercados de la región: la también modernización del sistema de transporte le permitió mantener ese comercio con el interior, y a través de los ferrocarriles Agrícola, Mexicano y de Tehuantepec con el exterior. La prosperidad económica de los cordobeses no coincidía, sin embargo, con la imagen de su ciudad. El adelanto alcanzado también debía reflejarse en el espacio urbano, alineado a las ideas más predominantes de la época. Según los pensadores que las postulaban, las ciudades tendrían que ser “limpias, lavadas e inodoras”, debían contar con espacios bellos y abiertos que contribuyeran a la circulación del aire y al saneamiento del agua. Tales conceptos fueron replicados por las autoridades de la ciudad, quienes comenzaron a poner en práctica medidas higienistas tendentes a mejorar la salud de los habitantes y a erradicar los “malos” hábitos que iban en contra de los avances científicos de ese entonces. En palabras del autor, el propósito iba en dos sentidos: frenar los altos índices de morbilidad y mortalidad, y asear la ciudad.

A pesar de las buenas intenciones de las autoridades, del dictado de los reglamentos y de la incitación de los anuncios en favor de la buena salud, entre otras acciones emprendidas, a lo largo del siglo XIX Córdoba mantuvo su condición de ciudad insalubre. En ese sentido, su historia no fue distinta a la de otras urbes mexicanas, que, como apuntamos arriba, compartían las mismas -o muy similares- experiencias: autoridades rebasadas técnica y económicamente, una infraestructura hidráulica que, heredada del periodo virreinal, llevaba de manera lineal y por gravedad el vital líquido al interior de la ciudad. El sistema en red -asociado a la modernidad- no vería su aplicación sino hasta bien entrado el siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX.

Estos temas: las dificultades de la sociedad cordobesa decimonónica en el abasto, distribución y saneamiento del agua, se abordan en el capítulo dos. Muchas y variadas razones explican esa situación; ya dijimos, las arcas municipales empobrecidas, más problemas en la recaudación por el servicio del agua, el reducido y poco diestro personal, instalaciones antiquísimas, la falta de alcantarillado, una topografía que constantemente dañaba los tubos -de barro y de plomo-, el desvío de recursos, el robo y la contaminación del líquido, imposibilitaban que el agua llegara en el volumen y la calidad -valorada por un largo tiempo, en la vista, el gusto y el olfato, sin poder garantizar su potabilidad- requeridos.

El tercer capítulo aborda los proyectos hidráulicos impulsados por el ayuntamiento de Córdoba. Teniendo a su alcance los abundantes manantiales del río Metlac, las obras comenzaron en los primeros años del siglo XIX; sin embargo, se vieron obstaculizadas por malversación y desvío de recursos económicos. Frente a ese panorama, las autoridades buscaron por todos los medios llevar a cabo la obra hidráulica, recibieron donaciones de vecinos y cobraron las deudas que tenían pendientes, sin olvidar, claro, los largos años de recibir el impuesto del tabaco. Pese a todos los apoyos, las obras hidráulicas del Metlac fueron intermitentes, de modo que en determinado momento la corporación municipal tuvo que deshacerse de sus bienes para reunir dinero con que reanudar los trabajos que se habían suspendido. Como era de esperarse, las quejas y el malestar social no se hicieron esperar, así que las autoridades no sólo tenían que dar cara a los problemas técnicos y económicos derivados de las obras, sino también al señalamiento de los cordobeses, que exigían un buen servicio.

Fue entonces cuando, ante el aparente fracaso de las obras del Metlac, el gobierno municipal, con el apoyo de la autoridad estatal, puso los ojos y los intereses en otros manantiales, acaso más accesibles para alcanzar sus propósitos. No obstante, las limitaciones económicas persistieron y, de nuevo, impidieron avanzar. La historia del suministro de agua de la ciudad de Córdoba estuvo plagada de intentos, de avances y retrocesos, es decir, de vivencias que, como las mencionadas antes, la unen con otras ciudades mexicanas, pues no hubo ayuntamientos lo suficientemente robustos ni económicamente holgados como para satisfacer la demanda; de ahí que, para cubrir las improrrogables petitorias, las autoridades tuvieron que ingeniárselas: una vía fueron las concesiones subvencionadas. La subvención -refiere acertadamente el autor- fue una estrategia que el Estado mexicano empleó para estimular la inversión del capital extranjero, e incluso de los inversionistas locales, en la ejecución de las grandes obras materiales.

Fue la época en que aparecieron las empresas y compañías privadas, nacionales y extranjeras, dispuestas a ejecutar las obras que los gobiernos no podían llevar a cabo. En palabras de Julio Contreras, “la modernización de las redes de abastecimiento les brindó un campo para hacer negocio con la nueva situación del mercado del agua”. Con el conocimiento de las necesidades y las limitaciones de los ayuntamientos, las empresas inversoras se movieron con facilidad a lo largo y ancho del país ofertando sus servicios; se dio, pues, una relación muy conveniente, entre las que tenían el capital y los municipios, la necesidad, cuando no, la urgencia de hacer realidad las obras que durante decenios se venían intentando, sin logros significativos. El servicio del agua en las ciudades se vio como un producto comercial del que se podían obtener jugosas ganancias, de manera que el sector privado le hacía frente, como a todo lo relacionado, en la construcción de presas, tanques, filtros, en la disposición de redes de tuberías de hierro, en la perforación de pozos y en la operación de bombas, acorde con la promesa de llevar agua en grandes volúmenes y con la calidad que dictaban las teorías microbianas e higienistas.

De ello habla el cuarto capítulo, de cómo, por medio de la figura de la concesión, el Estado cedía a particulares la construcción de obras y la prestación de servicios sin que ello significara perder la propiedad del líquido. Esto se dio en un momento en que, por otra parte, los municipios comenzaban a ser desplazados por los poderes estatal y federal, por ejemplo, los cambios en el marco legal de finales del siglo XIX en materia de vías generales de comunicación y sus nuevas atribuciones afectaron el estatus de los afluentes de las que se abastecían y administraban las autoridades cordobesas; el río Metlac se decretó de jurisdicción federal, por ser navegable y afluente del río Blanco, razón por la que sería regulado por el Ejecutivo de la nación. De la misma manera perdió el control del manantial de Chocamán.

El quinto y último capítulo describe la culminación del “largo sueño de los cordobeses” con la participación de la Compañía Mexicana de Construcciones y Obras de Ingeniería, S. A., concesionaria del gobierno del estado. A inicios de 1904, la citada firma dio el primer paso en la construcción del alcantarillado de Córdoba, en el que utilizó drenaje de “sistema de apartado”. Las obras de servicio de agua potable y alcantarillado se llevaron a cabo del centro hacia la periferia, algo muy común en la dotación de los servicios públicos; de ahí que las familias más pudientes, integradas por comerciantes y hacendados, entre otros, disfrutaran del vital líquido antes que cualquier otro, pues les favorecía su ubicación en el espacio urbano. En un primer momento, no todos los cordobeses disfrutaron de esos beneficios; los más alejados, los vecinos de los suburbios o periferias, no tuvieron acceso a ellos, y siguieron padeciendo viejos males. Después de la segunda década del siglo XX, la ciudad de Córdoba ya empezaba a experimentar un aumento en su población y una expansión de su tejido urbano, con lo que se resintió todavía más la escasez de agua, causa de que los reclamos y las solicitudes para disponer del líquido no fueron distintos de los de otros tiempos. Pese a esos inconvenientes, Córdoba pudo gozar y experimentar, no tan distante de otras ciudades mexicanas, la modernización del servicio del agua.

Algo meritorio de esta obra es la diversidad de fuentes en las que el autor basó su investigación: archivos federales y locales, así como bibliografía de la época y contemporánea, cuyas pesquisas están perfectamente entremezcladas y narradas en esta historia.

Cierro con un elogio al libro de Julio Contreras Utrera: nos ofrece una muy grata lectura, por su buena escritura, una cartografía impecable, como deben ser los estudios sobre las ciudades.