Danivia Calderón Martínez, Oaxaca, la ciudad renovada. Historia de los procesos de transformación y crecimiento urbano 1876-1950

 

 

Hablar de la historia de la ciudad de Oaxaca no es cualquier cosa. En 1956, Manuel Toussaint, uno de los más importantes precursores del estudio del arte colonial en México, y defensor denodado del patrimonio artístico y cultural de nuestro país, presentó en una publicación de la Imprenta Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) un documento del siglo XVI resguardado en el Archivo General de Indias de la ciudad de Sevilla.1 En él se asientan los méritos y servicios del alarife extremeño Alonso García Bravo, quien había llegado a tierras americanas en 1513 para sumarse a las campañas de la conquista española. El alarife no fue un conquistador cualquiera. García Bravo tenía conocimientos de geómetra. Hoy diríamos que tenía competencias de topógrafo, es decir, pericia para delinear y describir las características tridimensionales de un terreno; maestría en los procedimientos que permiten la representación gráfica de la superficie terrestre.

Hernán Cortés supo aprovechar aquellas destrezas. Primero, le encargó hacer el trazo de la Villa Rica de la Vera Cruz y la construcción de su fortaleza. Pero una vez caída México Tenochtitlan, Cortés lo mandó llamar para encomendarle el dibujo de la planta de la gran ciudad que debía levantarse sobre las ruinas de la antigua cabeza del Imperio mexica.

Después de haber permanecido más de diez años en la que habría de ser capital de la Nueva España, García Bravo, el creador de aquella magnífica traza de una de las ciudades más destacadas en los anales civilizatorios del hombre, la Ciudad de México, se fue para el sur. En un sitio que consideró conveniente entre dos ríos, al abrigo de los vientos por un cerro, el experimentado geómetra diseñó la traza de la recién titulada villa de Antequera de Oaxaca. También hizo un trazado espléndido, seguramente por encargo que le hiciera el cabildo recién creado o, en su defecto, los miembros de la Real Audiencia.2

Desde que quedaron planeadas la plaza central y el damero perfecto para que pudiera irse extendiendo alrededor, con la orientación correcta ligeramente inclinada de un eje norte-sur para lograr la óptima iluminación solar durante todas las estaciones del año, la ciudad de Oaxaca se convertiría en uno de los ejemplos más notables del modelo urbano de toda la América española, de por sí notable. A decir del propio Toussaint, fueron México, Puebla, Oaxaca y Morelia las cuatro ciudades que, haciéndonos recordar la Utopía de Tomás Moro, sugerirían las normas que después quedarían asentadas en aquella sorprendente y soberbia normativa jurídica, ese tratado de urbanismo renacentista y, como tal, moderno, que fueron las Ordenanzas de descubrimiento y población de 1573 de Felipe II.

Uno de los mayores logros del poblamiento de las Indias españolas se debió, sin duda, a las características de su modelo urbano que, como recientemente ha escrito Esteban Sánchez de Tagle, tienen que ver con “la autonomía, la celeridad, la coherencia con que se llevó a cabo y la desmesura espacial de sus alcances”.3 No hay, en la historia del urbanismo universal, un modelo de ciudad más homogéneo, más extendido geográficamente y más exitoso y versátil para adecuarse a las nuevas exigencias de sociedades transformadas política y socialmente, económicamente reorganizadas, con conceptos distintos sobre las formas y la estética del entorno urbano y, además, con voluntad para actuar sobre él. Pero también sociedades que, aunque renovadas, no estaban reñidas del todo con las herencias de un mundo anterior, persistentemente presentes en todas las ciudades mexicanas de hoy.4

De esto último es de lo que nos habla Danivia Calderón Martínez en su estupendo libro Oaxaca, la ciudad renovada. Historia de los procesos de transformación y crecimiento urbano 1876-1950, salido de la imprenta a finales de 2022. Un libro que, apenas aparecido, entra a ocupar por derecho propio un lugar importante en la historia urbana de México y que, desde luego, será una referencia obligada para los estudiosos de Oaxaca; un texto que pronto se convertirá en un clásico de la historiografía oaxaqueña.

No es fácil historiar setenta y cuatro años de los procesos urbanos de una ciudad, y menos con el detalle y la profundidad con que lo hace Danivia Calderón. Sus cortes temporales fueron escogidos concienzudamente para abarcar lo que se propuso estudiar, a saber, el reacomodo de los cimientos y la transformación de la imagen y los funcionamientos de la vieja Oaxaca colonial y, más tarde, su desbordamiento físico sobre el suelo rural que la circundó durante tres siglos. Como buena historiadora urbana, supo relacionar momentos políticos, sacudidas sociales, realidades económicas y catástrofes naturales con las dinámicas de cambio en la morfología y el paisaje de la ciudad, pero sin perder nunca de vista que las ciudades evolucionan con una lógica que marca periodizaciones propias. Calderón se aboca a las modificaciones interiores que prepararon la posterior expansión de la ciudad, y eso lo logró con la larga duración que se atrevió a abarcar. Además, hizo una revisión completa por los fondos de numerosas bibliotecas especializadas, hemerotecas, mapotecas, fototecas, y por los acervos de casi una decena de archivos con documentos de primera mano, fuente principal de su investigación. No dejó prácticamente nada de lado. Sus descripciones minuciosas, sus inventarios acuciosos, un afán exhaustivo y perfeccionista no se pierde en detalles innecesarios gracias a una ardua labor de sistematización de tanta información.

Estamos ante un trabajo de gran solidez teórica. Con un enfoque histórico de los procesos espaciales y territoriales, la autora tiene claros cuáles son los agentes urbanos con capacidad de actuación sobre la ciudad estudiada, y desmenuza finamente la relación de los gobernadores del estado de Oaxaca con el papel de un Ayuntamiento débil, sin mayor capacidad económica para tomar las riendas de los cambios. Pero ambos representando, al fin y al cabo, al poder político necesario para construir el marco legal imprescindible para la intervención sobre el territorio urbano y el de sus alrededores rurales. También entran en escena los actores del poder económico. Inversionistas locales, nacionales y extranjeros se colaron en la historia oaxaqueña, tejiendo alianzas y redes que les permitieron obtener avales y prebendas para invertir capitales y obtener ganancias en los negocios urbanos.

En un juego de escalas que le permitió alejar la mirada para abarcar ya no sólo la ciudad sino regiones amplias, Danivia Calderón pudo descubrir una increíble relación de personajes que se tradujo en circulación de dinero, intercambio de conocimientos técnicos, vínculos de fábricas, bancos, negocios de electricidad y tendidos ferroviarios, a lo largo de un corredor geográfico que iba desde la Ciudad de México hasta Oaxaca, pasando por Puebla, Orizaba y Veracruz, pero que además estaba ligado a circuitos trasnacionales. Apellidos como Zorrilla, Grandisson, Braniff y Pearson, entre otros quizá menos conocidos, desfilan por las páginas de este libro descubriendo una historia económica de intercambios, transacciones y redes familiares de unas élites enquistadas en el poder político y convertidas en oligarquías locales. Sobre ello se nos ofrece una información riquísima.

Después de reflexionar sobre el concepto de ciudad y la definición del fenómeno urbano en sí, el texto nos lleva de la mano, como ya hemos dicho, por una historia larga que empieza en 1876, en una Oaxaca de origen centenario que quiere desembarazarse de su semblante virreinal. Nos cuenta de los proyectos gubernamentales interesados en las condiciones de habitabilidad de los ciudadanos; proyectos que tenían propósitos higienistas y de saneamiento, o que procuraban el embellecimiento que muchas veces se justificaba en posturas ideológicas encaminadas a crear símbolos y nuevas identidades locales y nacionales. Así se adecuaron espacios públicos, se plantaron jardines, se levantaron arquitecturas y estatuarias, y se renombraron calles para recordar a próceres y efemérides del nuevo santoral patriótico.

Todo tenía que ver con anhelos de modernidad. Se renovaron y se introdujeron servicios urbanos. Abasto, agua, alumbrado, limpieza, pavimentación, líneas telegráficas, telefónicas y cables de electricidad; tranvías, y ferrocarril. Todo contribuyó a modificar los quehaceres y las formas de la ciudad, y de todo nos habla prolijamente y con lujo de detalle la autora. Después, se aboca al estudio de los primeros proyectos de ensanche de la ciudad más allá de sus longevos límites, con dos colonias nuevas, proyectos concebidos, como ella misma dice, “por la élite para la élite”, pero que se vieron interrumpidos por la Revolución mexicana que estalló en 1910.

Los efectos de la Ley Agraria de 1915 abrieron el camino a la fragmentación de propiedades rústicas, a la restitución de tierras a viejos pueblos de indios o a la dotación a ejidos nuevos. El reparto agrario significó un reacomodo físico de los espacios y el social que lo acompañó, y que finalmente se tradujo en la desaparición de las tierras productivas y el desbordamiento de la ciudad sobre ellas. Haciendas, ranchos, pueblos, sequías, plagas, escasez, epidemias, pleitos y corruptelas; no falta de nada en esta última parte de la historia.

Es justo señalar un mérito adicional en el es tudio de Danivia Calderón. Haciendo un trabajo de historia, tuvo siempre presente la imprescindible dimensión geográfica de los procesos sociales. Los historiadores suelen olvidarse de que junto al paso del tiempo está indisolublemente presente el espacio que las sociedades organizan para desarrollar su proceso civilizatorio. En esta historia de Oaxaca, el tiempo y el espacio se abordan indisolublemente y, en congruencia, el material cartográfico que la his toriadora supo construir para comprender y explicar es de gran precisión y belleza.

Este excelente libro editado por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora es producto de un gran esfuerzo intelectual y de una disciplina de trabajo evidentes. Su aparición es razón de satisfacción porque, aunque en las últimas décadas la historiografía se ha enriquecido con múltiples trabajos interesados en la historia urbana mexicana, éste contribuye a llenar huecos pendientes en el estudio de las ciudades que no son la capital del país, que por mucho tiempo acaparó la atención de los especialistas y fue considerada como arquetipo de los procesos de todas. El análisis de Oaxaca, desde la multiplicidad de enfoques temáticos y conceptuales como lo hace la autora, y en el largo periodo de tiempo que abarca, no se había hecho antes y permitirá avanzar en la comprensión de las diferencias y las semejanzas de los procesos históricos del vasto universo urbano de México. Con el libro de Danivia Calderón Martínez hay también un buen motivo de celebración para la vieja Antequera de génesis ilustre, con casi cinco centurias de vida, ejemplo magnífico de un modelo urbano sin parangón.

 

Notas

[1] Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo: alarife que trazó la Ciudad de México, introducción de Manuel Toussaint, México: Instituto de Investigaciones Estéticas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1956 (Serie Estudios y fuentes del arte en México, núm. 3).

[2] Iturribarría, Jorge Fernando, “Alonso García Bravo, trazador y alerife de la villa de Antequera”, en: Historia Mexicana, vol. 7, núm. 1, julio-septiembre de 1957, pp. 80-91.

[3] Sánchez de Tagle, Esteban, La fuerza de las costumbres. El poblamiento de Indias y la noción de ciudad; atando cabos, México: Secretaría de Cultura / Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2022.

[4] Ribera Carbó, Eulalia, Trazos, usos y arquitectura. La estructura de las ciudades mexicanas en el siglo XIX, México: Instituto de Geografía-Universidad Nacional Autónoma de México, 2004 (Temas selectos de geografía de México).