En estos tiempos, resulta un lugar común hablar de las relaciones políticas, económicas, sociales y culturales que Cuba y México han construido a lo largo de su amplio desarrollo histórico. Los lazos que unen a ambas naciones van más allá de la fecha en que devinieron entidades nacionales independientes, y puede rastrearse hasta los inicios mismos del proceso de conquista y colonización americana, e incluso hasta el periodo precolombino. El continuo intercambio marítimo y aéreo (este último a partir de la década del treinta de la pasada centuria) que enlazó a La Habana con Mérida, Veracruz y la Ciudad de México incluyó, además de géneros mercantiles y económicos, a personas que llevaban consigo su cultura, ideología y formas de pensar y actuar.
Los flujos migratorios entre el espacio cubano y el mexicano fueron un fenómeno constante provocado por las causas más diversas, entre las que resaltan las socioeconómicas y políticas, y en no pocos momentos históricos estas últimas resultaron cardinales, asumiendo los migrantes el estatus de exiliados. Estos últimos buscaron refugio tanto en tierra mexicana para los cubanos como a la inversa. Lo hacían impelidos por el establecimiento de regímenes políticos de corte dictatorial o a causa de estallidos revolucionarios. Así ocurrió durante las guerras de independencia en Cuba, el Porfiriato y la Revolución de 1910, y en las décadas de los años veinte, treinta y los cincuenta. En dichos momentos llegaron a México revolucionarios cubanos como José Martí, Julio Antonio Mella y Fidel Castro, por sólo citar tres ejemplos relevantes.
Ahora bien, en vista de este trasiego constante de exiliados, tanto el gobierno de la mayor de las Antillas como el de México no actuaron de manera pasiva ante la presencia de extranjeros que podían resultar perniciosos y que desplegaban un activismo político constante. En este sentido, la mirada gubernamental impuesta a estos exiliados fue permanente. Sobre esta temática versa el libro México frente al exilo cubano, 1925-1940, de Laura Beatriz Moreno Rodríguez, que busca arrojar luz en torno a la vigilancia que el gobierno mexicano estableció a los cubanos entre las décadas de los años veinte y los años treinta, condicionada por dos razones fundamentales: “[...] la primera dependió del apoyo de Cuba en asuntos de interés mutuo; y la segunda se debió a la intervención de los exiliados en la política interna” (p. 26). Al respecto, se debe consignar desde la arrancada que el texto viene a llenar un vacío investigativo notable existente tanto en la producción histórica de Cuba como en la de México, con lo cual abona al acervo historiográfico de ambos países, verificándose en ese aspecto uno de sus principales aportes historiográficos.
En su primer capítulo, Moreno Rodríguez coloca en contexto a su lector y analiza las principales variables, especialmente las políticas, que caracterizaron tanto al país emisor de los exiliados como al país receptor. De esta manera, la autora refiere las relaciones políticas y diplomáticas que mantuvieron Cuba y México a lo largo de la temporalidad que estudia, en sus diferentes etapas. Incluso va un poco más allá y refiere las relaciones cubano-mexicanas durante los años del porfiriato y la Revolución, para luego introducirse de lleno en los años veinte y treinta del siglo pasado.
En ese sentido, expone las relaciones políticas establecidas por México con Estados Unidos y la Unión Soviética, asunto de gran importancia y que engarza armónicamente con el tema fundamental de la investigación. Este acápite resulta significativo si se tiene en cuenta que la gran mayoría de los exiliados cubanos presentes en el México del periodo se declaraban partidarios de la izquierda revolucionaria y antimperialista. Muchos de ellos, incluso, eran abiertamente comunistas y militaron tanto en el partido comunista cubano como en el mexicano, por ejemplo Julio Antonio Mella.
El capítulo cierra con el análisis del contexto insular caracterizado por la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933), la vorágine revoluciona ria de los años treinta (1930-1935) y el periodo de paulatina estabilización política y social que se impuso en el país bajo el control de las fuerzas militares encabezadas por Fulgencio Batista, en colaboración con la embajada norteamericana en Cuba (1935-1940). En este apartado se debe señalar la existencia de algunas imprecisiones históricas, especialmente referidas a algunas fechas. Por otra parte, existe un error en cuanto al significado de las siglas de una de las formaciones políticas que se mencionan. Se trata del ABC, cuyas letras no tenían significado alguno puesto que sus fundadores lo decidieron así con el objetivo de darle a la organización mayor secretismo y nivel de compartimentación. Dicho error puede encontrarse también en la sección de “Siglas y acrónimos”. No obstante, justo es decir que estos detalles no afectan en lo más mínimo la seriedad, sentido y profundidad del análisis investigativo presente en la obra, así como su estructura expositiva.
A continuación, y en lo que constituye el segundo capítulo del texto, Moreno Rodríguez ofrece una vasta explicación respecto al desarrollo y funcionamiento de los organismos de control político mexicanos y cubanos. En el apartado destacan más los servicios confidenciales y la estructura policiaca mexicana, fundamentalmente porque su quehacer respecto al exilio cubano constituyó el principal objeto de estudio de la autora y porque, como bien se declara en el texto: “Actualmente no existen en la historiografía cubana estudios que versen sobre los organismos de seguridad de aquel país que se encargaron de la vigilancia y el control político durante las primeras décadas del siglo XX” (pp. 169-170). No obstante, la autora realizó un notable trabajo de reconstrucción de ellos a partir de las fuentes y la escasa bibliografía que logró consultar, con lo que este apartado constituye, en sí mismo, un aporte investigativo relevante, especialmente para la historiografía cubana.
El tercer y cuarto capítulos que completan la estructura capitular de la obra constituyen el núcleo central. En el primero de los mencionados, titulado “Los exiliados cubanos apoyan el proyecto nacionalista mexicano (1925-1928)”, Laura Beatriz Moreno trabaja, además de las actividades de los exiliados cubanos en el país, la relación entre éstos y las administraciones insertas en el periodo. Aunque esta fue una etapa de confluencia de intereses entre los gobiernos mexicanos y los grupos comunistas y antimperialistas de México, en los que militaban muchos de los exiliados de la isla, éstos aun fueron vigilados e incluso “se transformaron en una herramienta de negociación del Estado mexicano frente a su homólogo cubano, cuando se requirió tratar asuntos de carácter interamericano” (p. 234).
En el cuarto capítulo, que lleva por título “Los exiliados cubanos, huéspedes inconvenientes para el gobierno posrevolucionario (1929-1939)”, se presenta una situación histórica completamente diferente a la anterior, donde los cubanos se convierten en exiliados perniciosos para el gobierno, dado el giro de radical que dan los interés políticos e ideológicos de la administración mexicana. Como bien refiere Laura Beatriz Moreno: “[...] ya no interesaba su simpatía por el proyecto nacionalista, ahora México combatía a sus aliados, los comunistas, a quienes persiguió, encarceló, expulsó y, en otros casos, eliminó” (p. 288). En ese nuevo contexto, marcado además por el asesinato de Julio Antonio Mella ordenado directamente desde Cuba, incluso fueron deportados diversas figuras de relevancia dentro del movimiento de exiliados cubanos, todos ellos por ser declarados comunistas.
De entre los aportes que se pueden mencionar de la obra, además de los ya apuntados, se encuentran que la misma rebasa la figura de Julio Antonio Mella, protagónica en la mayoría de las investigaciones, tanto cubanas como mexicanas, que estudian el exilio cubano en México. En ese sentido, en el libro se da cuenta del resto de los miembros, quienes se involucraron activamente tanto en las actividades desarrolladas contra la dictadura machadista como en las organizaciones de la izquierda mexicana, y quienes en no pocas oportunidades son soslayados por los estudiosos de la temática. Asimismo, la presencia y labor del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y de la Joven Cuba, dos organizaciones surgidas luego del golpe de Estado que derrocó al denominado Gobierno de los Cien Días en la Isla, son estudiadas por la autora. El análisis de las actividades de estas formaciones políticas en México deviene un importante vacío historiográfico que Moreno Rodríguez trabaja. En este sentido, aborda en el acápite aspectos poco conocidos como los acuerdos se establecieron entre estas organizacio nes, además de las contradicciones y desencuentros que más adelante se generaron entre ellas, hasta su definitiva disolución. Lo anterior constituye una línea de investigación susceptible de ser continuada por otros investigadores, tanto cubanos como mexicanos, interesados en la temática. Finamente, en la obra se estudia ese otro exilio que llegó a México generado por los simpatizantes de la derrocada dictadura que salían huyendo de la justicia revolucionaria, aunque aquí vale señalar que no se hace con la misma amplitud y profundidad que el exilio anteriormente referido.
Son de agradecer los cuadros y diagramas insertados por la autora en el texto, por lo general tras cada capítulo o acápite, y que aportan al lector la síntesis necesaria tras la explicación histórica antecedente. En este caso se encuentran referidos los principales hechos y procesos acaecidos en México y Cuba insertos dentro del contexto nacional e internacional correspondiente a ambos países. Además, se alude a la estructura de la policía mexicana en los dos periodos que se estudian, así como la evolución de los organismos de seguridad cubanos y mexicanos. Y finalmente, se abordan las distintas organizaciones creadas por el exilio cubano en el país y la totalidad de sus miembros, que resulta una de las tablas más valiosas de las elaboradas por Moreno Rodríguez, pues ofrece información muy útil para futuros intentos investigativos. También se debe significar el aparato crítico que ofrece la suficiente y necesaria claridad informativa cuando éste lo demanda, así como la profusión de fuentes, la mayoría de ellas originales, provenientes de los archivos consultados, donde destacan el Archivo General de la Nación, el Archivo Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Archivo Nacional de Cuba y el perteneciente al Instituto de Historia de Cuba.
Sirvan estas líneas para invitar a la lectura de la obra México frente al exilio cubano, 1925-1940 de Laura B. Moreno Rodríguez, el cual es un aporte historiográfico relevante para la producción histórica mexicana y cubana. En el caso mexicano, se han ponderado otros exilios y soslayado algunos como el que ocupa el texto reseñado, y cuando se estudia el cubano se suele centrar la atención en figuras destacadas, como Julio Antonio Mella. Para el caso cubano, muy poco se ha trabajado en torno a los grupos exiliados en el exterior durante la denominada Revolución del Treinta, donde la atención suele enfocarse en el proceso y sus causas, desarrollo y consecuencias al interior de la isla. Así pues, bienvenida sea esta obra que, además de ofrecer certezas historiográficas de gran valor, deja abierta diversas líneas de estudios que pueden ser continuadas por los historiadores.