Estante
El análisis de los ejércitos tiene una gran cantidad de aristas, aunque es sabido que durante mucho tiempo la historiografía privilegió las grandes batallas y los grandes personajes. Estos enfoques empezaron a cambiar desde hace varias décadas, cuando la historia social puso en el tema de discusión a otros actores y otras problemáticas relacionadas con los diferentes cuerpos armados. Para el caso mexicano, aunque hubo algunas investigaciones pioneras, la publicación de trabajos en esta línea quizá empezó a darse de manera más sistemática en las fechas cercanas a las conmemoraciones de los doscientos años del inicio de la Independencia y cien de la revolución; todo ello como una manera de reparar en la gente del común que se incorporó a las tropas insurgentes y revolucionarias.
Pero, aunque la historiografía ha avanzado en estos temas, el estudio de la conformación de los ejércitos como institución -no necesariamente insurgentes o revolucionarios- ha recibido poca atención. Esto es particularmente cierto para los “tiempos de paz”, cuando sus integrantes se enfrentaron a situaciones de escasez, de violencia y de injusticias que llegaron a marcar su cotidianidad. En ese sentido, el cuartel se convierte en un invaluable espacio de análisis, no sólo por su funcionamiento interno, sino por su conexión con la vida exterior. El libro que reseñamos trata de esto, así como de la manera como las autoridades en turno incorporaron hombres al ejército, y de las situaciones y relaciones que se tejieron entre sus integrantes, sobre todo entre soldados, cabos y sargentos. Asimismo, encontramos a otros actores de rango superior, a mujeres, tenderos, comerciantes, jueces, etcétera. En cinco capítulos, el libro analiza diferentes aspectos de la cotidianidad en los cuarteles. Nos acerca a la vida “real” que protagonizaron los actores ya señalados, presenta una variedad de circunstancias a las que se enfrenaron y la manera de solucionarlas, y lo hace a partir de diferentes fuentes.
Un primer punto a resaltar son los escenarios. Si bien, el objetivo es alejarse de la historia nacional, ésta no puede soslayarse para entender la vida del ejército, sobre todo en un siglo tan convulso como el siglo XIX, marcado por enfrentamientos como la Guerra de Independencia, la guerra contra los Estados Unidos y la Guerra de Reforma, además de la invasión francesa y, en medio de todo esto, una gran cantidad de pronun ciamientos, todo lo cual dotó de una gran importancia al ejército, propiciando que las diferentes autoridades hicieran necesaria su presencia.
En ese marco, la autora analiza la precariedad económica que esa inestabilidad política trajo consigo y los estragos que causó en los sectores sociales que le interesa estudiar: soldados, cabos y sargentos; individuos provenientes de los sectores sociales más bajos de la sociedad, con un promedio de edad de entre 21 y 29 años, y que en su mayoría eran reclutados de manera forzosa. En esta parte concluye diciendo que en el ejército se forjó “una historia compleja y llena de vicisitudes que mucho dependió de los gobiernos en turno, los pronunciamientos militares, las guerras civiles, la relación tensa entre los poderes locales y centrales” (p. 30). Esa inestabilidad y precariedad también determinaron la situación del ejército en los periodos de paz, cuando las tropas estaban acuarteladas.
Luego de explicar la estructura de la institución, la autora anota que durante el periodo estudiado en ella prevalecía “una multiplicidad de corporaciones con diversa nomenclatura”, con distintas tareas, ámbitos de competencia y financiamiento, lo que no pocas veces derivó en disputas de diversa índole (p. 49). Posteriormente, señala que los intentos por crear un ejército moderno fracasaron, pues a pesar de la existencia de un Colegio Militar desde 1822, lo cierto es que la formación se dio principalmente en los días de campaña y acuar telamiento, es decir, en la práctica y en el día a día, en donde prevalecía la precariedad en toda la extensión de la palabra (p. 263). Por otro lado, su composición no cumplía con las características esperadas, porque se carecía de instrucción y habilidades militares, además de que existía cierta “informalidad”, porque sin mayor control sus integrantes podían pasar de una fuerza a otra.
En términos generales, se aprecia lo poco atractiva que resultaba la vida castrense, algo que pudo influir en el proceso de reclutamiento y esto, a su vez, en las dinámicas internas. En tiempos de inestabilidad, se echó mano de casi cualquier estrategia para engrosar los contingentes, y el reclutamiento forzoso fue una práctica muy recurrida por las autoridades civiles y militares; también se recurría al sorteo, servicio militar o se incorporaba a quienes habían cometido algún delito o a los vagos. Del universo consultado, sólo el 13% eran voluntarios, y lo común fue que se buscara evadir su ingreso a las tropas o que desertaran, por lo que muchos cuerpos armados estuvieron incompletos. En esa línea, ausentarse una y otra vez de las compañías hace suponer que los mecanismos institucionales para imponer la disciplina y aplicar justicia fueran frágiles, de ahí el título del trabajo.
Sin duda, uno de los aportes más significativos del libro es la vida en torno a los cuarteles. Considerados como “sitios propicios para organizar y someter a los soldados a fin de evitar desórdenes y conflictos con la población” (p. 103), Claudia Ceja señala que casi ninguno de ellos cumplía con las características de un cuartel, porque se trataba de edificios públicos o casas acondicionadas para este fin. Y podría decirse que, a pesar de la disciplina inherente a la tropa, eran espacios “abiertos”: se veía a los militares a todas horas por cualquier rincón de la ciudad, especialmente en las noches, propiciando vínculos con la población. En el libro se da cuenta de los seis edificios que albergaban a las tropas en la Ciudad de México hacia 1842; de los sueldos, cuyos pagos eran irregulares, y de los cuales se les descontaba ciertas cantidades por servicios de lavado, barbero, zapatos, cigarros, para el fondo de armamento, etcétera. Se muestra que la carestía también llevó a que los soldados vendieran o empeñaran sus prendas o equipos, que cometieran robos, pidieran limosnas o se hicieran los enfermos para poder recibir alimentos. Para resolver algunas de estas problemáticas, se permitió tanto la salida de soldados para conseguirla, como la entrada de vendedores para abastecer de lo necesario. En ese sentido, el ejército mexicano fue una entidad abierta a la sociedad, que estableció intercambio continuo de relaciones comerciales, laborales y personales con la gente de las poblaciones en donde se asentaba (p. 35).
Por otro lado, si bien la disciplina era fundamental, y con ello la obediencia, la autora da cuenta de diversos casos de abuso que los soldados sufrían por parte de sus superiores, así como de las constantes disposiciones que se dictaron para evitar que se continuaran cometiendo, y señala que la insubordinación pudo estar relacionada justamente con esos abusos de autoridad. Asimismo, el libro muestra solidaridades y redes de protección entre quienes se enfrentaban a circunstancias y temores comunes, pero también entre quienes compartían un origen social, porque los grupos analizados (soldados, cabos y sargentos), en mayor o menor medida, compartían “ideas, creencias y costumbres”.
No podemos dejar de mencionar las relaciones maritales y extramaritales, pues eran parte de la cotidianidad de los soldados, a pesar de que la mayoría de ellos eran solteros. En este marco, resulta interesante el planteamiento de la autora de que las mujeres se hacían cargo de lo que normalmente no proporcionaba la institución: abastecimiento de víveres, limpieza del vestuario, comida y apoyo en actividades fundamentales para el día a día, aunque en su momento fueran consideradas poco trascendentales. En esa línea, las mujeres han sido un sector marginado dentro del ejército, o de la vida de las armas, y casi siempre se le adjudicaba una reputación desdeñable. Durante los tiempos de guerra, su presencia en los ejércitos fue un fenómeno generalizado, como soldaderas y mujeres-soldado, las que no se apartaban de sus labores domésticas, y las que participaban en contiendas militares. También provenían de sectores populares, y con seguridad esto contribuyó a la creación y generalización de estereotipos y prejuicios de clase y género. Pero más allá de esto, la autora reitera que desempañaron un importante papel dentro de una institución que evidenciaba su debilidad interna.
Otros temas no menos importantes son la insubordinación, robos, deserción, riñas, homicidios y maltrato a las mujeres. Al respecto, la autora afirma que “la influencia de un espacio social violento y con poca disponibilidad a la norma contribuyó para que los subalternos vivieran entre el castigo y la indulgencia” (p. 180). ésto muestra los problemas para la impartición de justicia: no siempre se contaba con un control administrativo de la conducta de los soldados. Además, a veces resultaba poco conveniente sancionar el delito, prin cipalmente cuando se cometía contra mujeres, porque las más de las veces se puso sobre la balanza el servicio que el acusado podría dar en el campo de batalla; visto así, “a la institución redituaba más tener a sus soldados en campaña que en los calabozos” (p. 252). Todo ello deja ver que había cierto grado de permisibilidad, y que durante su estancia en el cuartel los individuos “aprendieron la lógica de la institución, entendieron sus debilidades administrativas, conocieron sus cambiantes leyes, establecieron lazos de colaboración, y se valieron de ello para ir y venir en los cuarteles sorteando el castigo” (p. 213).
Finalmente, debo decir que el acercamiento que la autora hace a la vida en el cuartel plantea algunas preguntas a los estudios sobre el ejército: ¿de qué manera todas estas relaciones y prácticas sociales de la tropa permearon la propia dinámica institucional? (p. 35). Sobre todo, a partir de la afirmación de la autora acerca de que “desde abajo se imprimieron ritmos y pautas diferentes que también afectaron a la corporación en su conjunto” (p. 364), y que la fortaleza de la institución militar radicó justamente en su propia fragilidad, porque en las anómalas adecuaciones se hallaron los mecanismos informales para mantenerla en pie: la leva, las salidas del cuartel para conseguir víveres, el ingreso de mujeres para abastecer y comerciar; pasar por alto ciertas faltas, y la configuración de formas alternativas de relacionarse para hacer más llevadera la vida en la institución. Con situación tan pre caria, surge otra pregunta: ¿cómo se esperaban grandes triunfos en los campos de batalla?
Respecto a las fuentes, debe valorarse el enorme esfuerzo de mirar con ojos más frescos documentos que ya han sido utilizados, pero también reconocer que la autora buscó y se apoyó en otras tantas fuentes de diverso origen, como prensa, novela y, sobre todo, normatividad. Respecto a esta última, encontramos un diálogo constante entre la ley y la práctica, porque la realidad siempre resultó más compleja, y esta realidad es retratada gracias a la gran diversidad de fuentes que dieron voz a los actores que analiza la autora.