“¿Para dónde habría volado el pájaro?” El sitio de Cuautla y sus historiadores*

“Where would the bird have flown?” The siege of Cuautla and its historians

 

 

Resumen

Este ensayo analiza las diferentes interpretaciones que los historiadores presentan sobre el sitio de Cuautla. Asimismo, estudia la construcción del héroe y explora cómo evolucionó esta figura. En la primera mitad del siglo XIX, el cura José María Morelos y Pavón monopolizó, en general, la atención respecto del sitio, pero en la segunda mitad recibieron atención otros actores. El siglo XX siguió con esa tónica, pero apareció el embellecimiento de la crónica como una respuesta al movimiento armado de 1910. A partir de 1930, aparece un cambio de paradigma, ya que los historiadores revisan otros objetos de estudio.

Abstract

This essay analyzes the different interpretations that historians present about the Cuautla siege. Also, study the construction of the hero and explore how this figure evolved. In the first half of the 19th century, the priest José María Morelos y Pavón generally monopolized attention regarding the siege, but in the second half other actors received attention. The 20th century continued with this trend but the embellishment of the chronicle appeared as a response to the armed movement of 1910. Starting in 1930, a paradigm shift appeared as historians reviewed others objects of study.

 

Fecha de recepción: 4 de mayo de 2023

Fecha de aceptación: 4 de octubre de 2023

 

** Doctor en Humanidades por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Actualmente realiza una estancia en el Programa Posdoctoral del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Autor de Guerrilla, violencia y xenofobia en la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848), Guerra, violencia y vida cotidiana. Los sectores populares y las campañas militares de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende en el Bajío (1810-1811) y Conflicto socioeconómico, judeofobia, antiprotestantismo y violencia contra extranjeros en México, 1821-1839. Ha escrito artículos en Estudios de Historia Novohispana, Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, y Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México.

Contacto: ayax1945@live.com.mx


Cuautla es una de las columnas de la

Independencia donde la sangre inocente

humea hasta el fin del mundo.

Felipe Benicio Montero

 

Introducción

El 19 de febrero 1812, Félix María Calleja atacó Cuautla, localidad defendida por el cura insurgente José María Morelos y Pavón. Luego de tres asaltos fallidos, Calleja sitió el poblado y tras setenta y dos días de combates, bombardeos, hambre y enfermedad, Morelos rompió el cerco y huyó. Los historiadores registraron el sitio con diferentes matices. Unos lo soslayaron, otros lo menospreciaron y algunos más lo colocaron en el altar de los hechos icónicos del conflicto independentista. Pese a las diferentes interpretaciones del suceso, ¿por qué se convirtió en un referente de la historia mexicana? Para intentar responder esta pregunta, vale la pena definir el mito:

Entiendo por mito el relato fundador transmitido de generación en generación, relato cuyos personajes son seres extraordinarios, sobrehumanos o casi sobrehumanos con acciones portentosas a las cuales se trasladan hechos históricos o ficticios. Como relato fundador el mito se ubica en el tiempo primordial de tal o cual sociedad que lo considera como su “historia” viva, en cuanto que el mito es recordado y celebrado culturalmente, dentro de un rito. Los elementos históricos del mito están supeditados a su objetivo que es configurar la identidad original de un pueblo, sus ideales, sus frustraciones, esperanzas y desengaños. Funciona como un credo al que se atiene un pueblo para afianzarse en unas raíces.1

El sitio de Cuautla representa uno de los episodios más destacados de la historia nacional y que dio a Morelos la figura de genio militar.2 Muchos historiadores decimonónicos y del siglo XX contribuyeron a la construcción del mito. En efecto, Josefina Zoraida Vázquez señala que los adoradores de Clío forjaron un “patriotismo histórico” y “crearían las primeras visiones heroicas, acuñarían héroes y anécdotas que, más tarde, maestros y políticos utilizarían”.3 Cabe señalar que un mito no es estático sino dinámico porque, dependiendo de su defensor y del contexto histórico en que se escribió o reinterpretó, se presenta en diversas formas e incluye a numerosos héroes: el culto al caudillo, la admiración a su oficialidad, el reconocimiento a la masa combatiente o a la fascinación por las hazañas de los civiles que son arrastrados al remolino de la violencia. Cuautla ofrece la posibilidad de realizar este ejercicio apreciativo a partir del estudio de las principales obras historiográficas escritas desde 1813.4

Asimismo, el mito tiene una función en la sociedad, especialmente en aquella que enfrenta una guerra civil, dotando de cualidades excepcionales a un suceso o a un hombre que se convierte en un ejemplo de inspiración, fortaleza y esperanza. Un hecho que se transforma en una muestra de orgullo colectivo para los miembros de un bando. Pero los mitos también se erigen, o se mantienen vivos, después de haber concluido un conflicto y tienen la capacidad de cohesionar a un grupo determinado.

¿Existe algún balance historiográfico sobre el sitio de Cuautla? Sólo uno. El ensayo de Irving Reynoso Jaime contempla los trabajos de Carlos María de Bustamante, Felipe Benicio Montero, Lucas Alamán, entre otros. Si bien, su análisis resulta por demás interesante, esquemático y reflexivo, olvida a toda una generación de escritores decimonónicos que relataron el sitio, sin sustentar su omisión. Asimismo, el autor afirmó que el asedio no ha sido propiamente estudiado, sino que forma parte de la narración que acompaña las gestas de Morelos. Esta premisa es parcialmente cierta, porque Reynoso presta muy poca atención a las obras del siglo pasado construidas a partir de documentos del Archivo General de la Nación (AGN) y que sí se ocuparon del sitio como tema principal.5 Más adelante presentaré su análisis.

A modo de hipótesis, el mito de Cuautla fue erigido por la primera generación de historiadores que escribieron durante y después de la Guerra de Independencia. Esto no es revelador, pero sí el hecho de que el mito continuó hasta la Revolución de 1910, momento cuando fue embellecido y focalizado en la figura del caudillo. En los últimos años, los estudios abordan nuevos paradigmas y se alejan del culto al héroe. Para intentar demostrar mi supuesto, este ensayo presenta dos secciones. La primera es tudia los debates en torno al sitio, su fundación como mito y continuidad hasta 1921. El hilo conductor es que las guerras civiles de 1810 y 1910 provocaron, en muchos historiadores, la necesidad de crear y creer en mitos y héroes. La segunda plantea cómo los historiadores dejaron de embellecer el sitio a partir de 1930, expone las nuevas investigaciones sobre el asedio y algunas propuestas para reinterpretarlo a través del enfoque de la Nueva Historia Militar.

Una centuria de escritores (1813-1921)

Este apartado estudia cómo casi todos los historiadores que narraron el sitio de Cuautla se enfocaron en el caudillo insurgente, salvo algunos que pusieron sobre la mesa la importancia de la oficialidad rebelde. Sólo un par aterrizaron en los efectos que la guerra ocasionó en la población durante y después del asedio. Los estudios concuerdan que, consumada la independencia, los historiadores emprendieron la difícil tarea de reflexionar sobre los sucesos que acababan de ocurrir. Además, reunieron documentación inédita, generalmente sin clasificar, con el permiso de las autoridades imperiales y más tarde republicanas. Pero el mayor reto consistió en crear una identidad nacional acorde con el contexto histórico que vivían, pues erigir un nuevo Estado también significaba la necesidad de emplear la historia para fundar mitos y emular héroes.6

Antes de entrar en materia, explicaré qué entiendo por héroe, palabra reiterada en la historiografía sobre el sitio. De acuerdo con Thomas Carlyle, era una persona que causaba admiración en los demás, quienes, a raíz de esto, pretendían imitarlo. Así, el término muestra flexibilidad, ya que no sólo atañe a las cuestiones militares, sino también posee aplicación en otras áreas, de ahí que haya héroes literatos, religiosos, etcétera.7 Dicho esto, inicio el balance historiográfico en torno al sitio de Cuautla y a la construcción de sus héroes.

La historiografía sobre el sitio puede dividirse en los historiadores que vivieron la guerra (1810-1821) y la posguerra. Los primeros contemplaron la transición de la emancipación y, por lo mismo, algunos residían en la capital virreinal cuando las tropas del cura Miguel Hidalgo se acercaron (Carlos María de Bustamante y probablemente José María Luis Mora), unos sirvieron en las filas insurgentes (Montero, Bustamante y Fray Servando Teresa de Mier) y algunos fueron marcados de por vida al observar la violencia popular que desaprobaron en sus escritos (Alamán). La participación o la simpatía por la guerra alineó, en muchos casos, un perfil liberal con sus diferentes matices (Montero, Bustamante, Mora y Mier), mientras que quienes condenaron el conflicto como Alamán buscarían mantener los privilegios de la Iglesia y del ejército.

Los historiadores de la posguerra no atestiguaron el conflicto, porque eran muy jóvenes (Paula y Arrangoiz, Manuel Payno, Zamacois y Guillermo Prieto) o no pisaron el teatro de la guerra, pero aun así se interesaron por la suerte de la antigua colonia (Mariano Torrente). Obviamente, esta generación de escritores recurrió a los historiadores de la guerra, porque tales trabajos se convirtieron, como actualmente los contemplamos los amantes de Clío, en un punto de partida para investigar, discutir o formular nuevas interpretaciones sobre la historia de México. Como sea, cada escrito refleja el perfil de su autor o sus intereses particulares que a continuación presento.

En 1813, Mier publicó la Historia de la revolución de Nueva España en Inglaterra. El autor dialogó con sus fuentes (la Gazeta de México y el Español), quienes insertaron las cartas de los soldados realistas y los Detall de operaciones (reportes militares) del general Calleja.8 Mier dudó de la palabra de Calleja y confió en el Ilustrador Americano como su punto de contraste. Asimismo, Mier ridiculizó el papel del general realista frente al sitio y subrayó la argucia de Morelos para abandonar Cuautla.9 Si bien, la obra careció de reflexión y análisis al ser escrita en pleno conflicto (muchas veces su voz se pierde entre eternas citas textuales), posee la virtud de realizar una crítica de fuentes cuando cuestiona la fiabilidad de los testimonios realistas, aunque, por otro lado, omitió una crítica de los documentos insurgentes. Lo anterior pudiera explicarse a raíz de que el libro fue una herramienta propagandística a favor de la insurgencia y la búsqueda de apoyo en el extranjero para intentar liberar la Nueva España, como finalmente lo hicieron Mier y Francisco Xavier Mina en 1817. Como sea, la importancia de la obra no debe ser subestimada porque tuvo recepción en Europa, Estados Unidos y México. Incluso Alamán, el historiador más importante del siglo XIX, reconoció su valor historiográfico.10

Tan pronto México consiguió su emancipación en 1821, la imprenta realizó el tiraje del primer libro sobre la guerra de 1810. Carlos María de Bustamante fue un insurgente, periodista, político e historiador oaxaqueño que publicó en Puebla el Cuadro histórico de la Revolución Mexicana con redición de 1844 (la cual utilizo aquí) y 1846. Aunque Alamán criticó la obra por considerarla repleta de hechos poco verídicos,11 el Cuadro histórico era -y es- un referente para estudiar la independencia. Los historiadores actuales coinciden en que Bustamante impulsó el mito de Hidalgo como padre fundador de la patria, aunque no olvidó el papel de Morelos y su participación en el Congreso de Chilpancingo.12

En la narración del sitio de Cuautla, Bustamante fue el primero en hablar del “niño artillero” y de la “Compañía de Emulantes” (niños soldados) que algunos historiadores decimonónicos desacreditaron (más adelante retomo estos sujetos históricos). El autor describió a los sitiados con estimación:

Morelos procuraba sacar toda la ventaja posible del orgullo de sus soldados: celebraba sus acciones heroicas, y procuraba distraerlos y alegrarlos formando todas las tardes jamaicas con sus flores y músicas en los puntos militares, a vista, ciencia y paciencia del enemigo, que se desesperaba al ver tanto desprecio de fuegos. Hubo tarde que se hizo necesario meter al general Morelos dentro de la misma trinchera del ojo de agua, casi con violencia por sus mismos soldados, porque era tanta la lluvia de balas que se dirigía sobre él, que era conocidísimo.13

El Cuadro histórico retrata al cura Morelos como un hombre virtuoso que encarna todas las características de un héroe guerrero: valentía, fortaleza, virilidad y desprecio por la muerte (“un hombre que jamás le vio la cara al miedo”).14 Bustamante observó el pasado con nostalgia, lamentando la muerte de aquellos caudillos que sacrificaron sus vidas, en contraposición a los políticos de su tiempo:

¡Prez eterno y honrosa nombradía a tan ilustres caudillos! Ya me parece que veo sus caras sombras en torno de mi cabeza; pero cuando quiero elevarla para atribuirles un homenaje de lágrimas (como las que ciertamente derramo al formar estas líneas) tengo que bajarla al momento, pues me contemplo indigno de mirarlas. ¿Qué has hecho? me parece que me preguntan. ¿Qué servicios has prestado a tu nación en aquellos días en que nosotros la llenamos de gloria? ¿En qué te ocupabas cuando nosotros nos inmolábamos por comprar tu libertad? ¡Buen Dios! ¿Reconvención tan amarga no podríamos hacer a los que osan ahora disputar el relevante mérito de aquellos héroes, a los que tal vez abreviaron sus días, y se constituyeron sus verdugos y asesinos, y ahora brillan y desprecian a los que partieron con aquellos caudillos sus trabajos y su gloria?15

En 1828, Bustamante publicó las Campañas del general D. Félix María Calleja, que eran adiciones a su Cuadro histórico. Bustamante afirmó que el genio de Morelos era insuperable, pues mientras Calleja escribía a las cuatro de la mañana al virrey Venegas la urgencia de abandonar Cuautla, dado su pésimo estado de salud, Morelos había huido dos horas antes sin que éste se hubiera percatado.16 La anécdota, aunque claramente exagerada, no fue menor, porque Bustamante patentizaba la astucia de Morelos y demostraba que fue el único insurgente capaz de burlarse de Calleja en el campo de batalla.

Además de sus publicaciones, Bustamante propuso al Congreso la construcción en la plaza mayor de columnas para reverenciar a Hidalgo, Allende, Mina y Morelos.17 No se llevó a cabo el proyecto, pero se impulsaba el culto a los héroes que habían iniciado el movimiento o lo mantuvieron vivo, en detrimento de Agustín de Iturbide que lo había consumado. Además, para Bustamante la historia era una herramienta pedagógica que mostraba los horrores de la guerra, pero también en el contexto de la joven nación advertía la potencial amenaza que representaba España,18 pues en 1823 Francia había restablecido el absolutismo en la antigua metrópoli. Seis años después, España intentó reconquistar México, pero sin éxito. Sin duda, Bustamante buscó crear héroes y gestas dignas de ser emuladas por una joven nación en peligro.

Felipe Benicio Montero militó en las filas insurgentes durante el asedio de Cuautla, obteniendo el grado de capitán. Escribió su relato en la década de 1820, aunque vio la luz hasta 1909. Bustamante y Alamán utilizaron su manuscrito para escribir sus trabajos. Montero narró los hechos más representativos del sitio que dieron nombre a las calles del pueblo (por ejemplo, cuando el insurgente Bollas perdió la cabeza por una bala de cañón, la vialidad recibió la denominación de “Callejón sin cabeza de Bollas”). Si bien, la lectura resulta un poco confusa, en tanto no posee un orden cronológico, tiene la virtud de dar pincelazos sobre la vida cotidiana durante el sitio, el resentimiento hacia los hacendados españoles y del papel de la mujer.19

Mariano Torrente publicó su obra entre 1829 y 1830. Su interés por la revolución se debió a su amistad con Iturbide, a quien conoció en su exilio. Su relato está acompañado de un fuerte sentimiento anti-insurgente (llama apóstata a Morelos). Sus fuentes no son mencionadas, y eleva el número de los defensores de Cuautla a 10 000, cifra dudosa según cálculos actuales.20 El sitio apenas es mencionado y repara, en un reproche implícito hacia Calleja, en las consecuencias de la huida de Morelos porque aparecieron infinitas partidas guerrilleras que trastocaron aún más el orden.21 La situación alarmante del otrora virreinato invitaba a España a realizar un segundo intento de reconquista tras el fracaso de 1829, porque concebía al pueblo mexicano incapaz de gobernarse.

Lorenzo de Zavala publicó su obra en 1831 en París. Apenas mencionó el sitio, minimizó las cifras rebeldes (2 000) para aumentar la osadía de Morelos y afirmó, como lo había hecho Bustamante, que el general Calleja no se dio cuenta de la salida insurgente. Todo esto hizo que “la fama del héroe se llevó entonces hasta las estrellas”.22 Cinco años más tarde, José María Luis Mora manifestó una visión original del sitio. A diferencia de Mier, Bustamante y Zavala, Mora no sólo reparó en las virtudes de Morelos, sino también en los militares allegados al caudillo, porque la fuga de Cuautla fue un hecho “glorioso a los ilustres héroes mexicanos, Morelos, Matamoros, los cuatro Bravos y el invencible Galeana”.23 Con esta perspectiva, Mora ensanchaba el panteón de héroes, porque el caudillo no sólo resultaba importante, sino también la oficialidad que encabezaba a la tropa y los dirigía en combate. Los oficiales eran, se infiere según el pensamiento de Mora, los puentes entre el soldado raso y el cura Morelos.

El fracaso militar con Estados Unidos (1846-1848), sumado a los levantamientos indígenas en Yucatán y la Huasteca, fue un llamado de atención para la élite política, que también escribía la historia del país sobre el porvenir de la nación.24 La incapacidad para autogobernarse patentizó la necesidad de que la historia debería crear un sentimiento de adhesión hacia México.25 Esta experiencia coincidió con un aumento de la profesionalización de la escritura de la historia y del empleo de la crítica de fuentes.26

Alamán comenzó la publicación de su Historia de México en 1849 y constó de cinco volúmenes. El distanciamiento con la Guerra de Independencia le permitió reflexionar lo suficiente para elaborar uno de los trabajos más acabados del conflicto, aunque como observador de la primera matanza de la Alhóndiga de Granaditas en 1810 nunca disipó su temor hacia los sectores populares. Criticó constantemente a Bustamante, a quien acusó de embellecer su texto y faltar, en no pocas ocasiones, a una narración confiable de la guerra.27 Defensor asiduo de la crítica de fuentes, revisó los procesos judiciales contra Morelos, así como las comunicaciones entre el general Calleja y el virrey Venegas. Si bien, conoció las decenas de causas de infidencia en el AGN, no las utilizó, salvo la del estadounidense Nicolas Cole (uno de los pocos extranjeros en el ejército de Morelos) y la de un indígena, quien supuestamente confesó que el cura Morelos o un niño cercano a él (quizá su hijo Juan Nepomuceno Almonte) podía resucitar a los muertos.

Alamán confesó que para la narración del sitio de Cuautla, además de consultar el Cuadro histórico y las Campañas de Bustamante, contó con los testimonios de Juan Félix Goyeneche (administrador de la hacienda de Casasano y subalterno del general Calleja durante el sitio) y de Montero (quien le proporcionó su manuscrito y un plano del lugar).28 Con una visión equilibrada, reflexiva, y en la que buscó separar la ficción a partir de un análisis crítico, el autor expuso los padecimientos de los sitiados y de los sitiadores. Y aunque Bustamante suele ser considerado el fundador de los mitos nacionales, cabe señalar que Alamán también impulsó el de Cuautla:

Los insurgentes dieron durante todo el asedio, prueba de valor y constancia, y en esta ocasión se demostró, más que en ninguna otra, cuan diverso hubiera podido ser el éxito de la Revolución, si Hidalgo, en vez de presentar en campo raso masas numerosas de gente indisciplinada, se hubiera reducido a organizar el número de hombres que podía armar, y defender con ellos las poblaciones que había ocupado y las fuertes posiciones en que abunda el país en que hizo sus campañas.29

Enrique Plasencia de la Parra señala que Alamán no construyó héroes porque eran “hombres débiles, dominados por sus propios vicios y ambiciones”.30 Esta premisa pudiera aplicarse para Hidalgo y algunos caudillos menores como bien lo atestigua la cita de arriba, pero Alamán admiró a Morelos e implícitamente lo colocó en el panteón nacional. Incluso, cuando el general Calleja lo llamó “cobardón”, Alamán cuestionó el calificativo porque “hasta [ese] entonces nunca había escusado poner en persona su peligro”.31

En las siguientes décadas, el país enfrentó una guerra civil (1857-1861), una internacional (1862-1867), el Segundo Imperio (1864-1867) y el restablecimiento de la República (1867). Estos sucesos marcaron las pautas de los nuevos escritos. En 1871-1872 apareció Méjico desde 1808 hasta 1867..., obra de Paula de Arrangoiz, quien pretendió limpiar la imagen de México en el extranjero y presentar la visión conservadora del Segundo Imperio.32 Para el sitio de Cuautla, el autor glorificó el papel del ejército realista y subrayó su humanidad para alimentar a la población tras el asedio. Si bien, Arrangoiz con sideró la huida de Morelos como un “gran golpe” para la insurgencia, reconoció implícitamente que fue una victoria a medias, pues los costos humanos y materiales habían sido altos para que Morelos, en poco tiempo, “con su extraordinaria actividad volvió a reunir fuerzas, y presentarse en campaña a los pocos días de su fuga de Cuautla”.33

El español Niceto de Zamacois publicó, entre 1876 y 1882, una obra dividida en dieciocho tomos. Una motivación principal de su titánica empresa fue limpiar, como Arrangoiz, la imagen de México en el extranjero, pero desde la perspectiva liberal.34 Su relato sobre Cuautla lo construyó a partir del proceso judicial contra Morelos y de las contribuciones de Bustamante y Alamán, aunque no siempre los citó. También se valió de documentos inéditos del AGN y fue el primer historiador que, tras la conclusión del sitio, se ocupó ampliamente de la situación de la población, pintando un cuadro tan desolador como conmovedor. Finalizó su narración señalando que “la reputación de Morelos creció con la defensa heroica de Cuautla, y aunque el triunfo quedó por los realistas, el renombre y la gloria fue sin duda para Morelos”.35 Zamacois vio en la coyuntura de independencia, quizá un reflejo de la resistencia durante la invasión francesa, la capacidad de algunos mexicanos para hacer la guerra y enfrentar adversidades.

Bajo la dirección de Vicente Riva Palacio, se publicó México a través de los siglos en 1884, empresa monumental sobre la historia nacional y una reivindicación del pasado indígena. Josefina Vázquez sostiene que esta obra tuvo “una influencia importante en los textos que le seguirían”.36 Julio Zárate escribió el tomo referente a la Guerra de Independencia, y concluyó:

El nombre de Cuautla, como los de Sagunto, Numancia, Gerona y Zaragoza, simboliza el patriotismo ardiente elevado hasta el sacrificio, y si la historia de la guerra que emprendieron nuestros padres sólo se redujese a la defensa de aquel pueblo, esta bastaría para eternizar su recuerdo.37

A diferencia de Bustamante que consideró pasivos a los cuautlenses en la defensa, Zárate narró que tanto mujeres como niños participaron en la construcción de trincheras, porque “estaban dispuestos a sepultarse bajo los escombros de su lugar antes de rendirse al enemigo”.38 Sin manifestar la documentación que respaldara tal afirmación, Zárate, como Zamacois, pretendía ensanchar el mito de Cuautla y el cementerio de héroes nacionales, ya no sólo era el cura Morelos, su oficialidad o algunos civiles destacados, como hasta ese momento habían propuestos los historiadores, la población también formaba parte de la gesta heroica. Esta misma población, junto a los hombres de armas, bebieron, afirma Zárate, de agua con sangre cuando el general Calleja cortó el suministro del vital líquido.39 El autor retornó a la narración épica de la guerra y retomó el papel de las fiestas que los insurgentes realizaron para mostrar su valentía durante el sitio. También retrató la brutalidad de la caballería realista cuando persiguió a los sitiados: “degollando sin compasión a todos los que hallaba a su paso”.40 Décadas más tarde, la crueldad española también fue denunciada por Prieto cuando narró el asalto del 19 de febrero: “Calleja, en el delirio de su ira, ordenó el incendio, el degüello, y la matanza de mujeres y niños”.41

Zárate, como Bustamante, hizo una historia de héroes contra villanos, el bien contra el mal que representaba la lucha constante del pueblo mexicano para expulsar, en primer lugar, al español peninsular (1810-1821), y más tarde rechazar su intento de reconquista (1829), el enfrentamiento contra los texanos (1835-1836), la primera intervención francesa (1838-1839), la guerra con Estados Unidos (1846-1848) y otra vez contra Francia (1862-1867). ¿Pero estas conflagraciones inocularon en los mexicanos la importancia de la Guerra de Independencia? Considero que sí, porque durante la intervención estadounidense, por citar un ejemplo, la prensa llamó a la población a imitar las gestas heroicas de Hidalgo y Morelos frente al ejército extranjero.42

Bustamante es considerado el fundador de muchos mitos de la historia de México, como el del padre de la Patria (Hidalgo) o del “Pípila” para sustituir la figura del rey de España, así como el forjador “de casi todos los mitos y anécdotas de la guerra de independencia, más tarde repetidos en los libros de texto”.43 Pero el asedio en Cuautla, como una gesta histórica, había sido propuesta por Mier mucho antes que Bustamante o Montero. Zavala y Alamán igualmente admiraron el rompimiento del sitio y la figura heroica de Morelos. Mora, encima de aplaudir al cabecilla, reconoció el liderazgo de Bravo, Matamoros y Galeana, ensanchando así el panteón nacional. Zamacois, además de maravillarse con el caudillo y su oficialidad, consideró los padecimientos de los cuautlenses tras el sitio, y fue el primer escritor que se ocupó ampliamente de estudiarlos. La misma tónica siguió Zarate porque los héroes, según estos dos últimos historiadores, también se encontraban abajo. A diferencia de Bustamante que focalizó su atención en el “niño artillero”, Zamacois y Zarate dotaron de heroicidad a toda la población cuautlense.

Puede apreciarse que tanto el posicionamiento liberal como el conservador, a excepción de Arrangoiz, observaron el sitio de Cuautla como una hazaña militar sin parangón en la guerra. ¿Por qué? Más allá del mérito insurgente de haber derrotado a Calleja el 19 de febrero, hasta ese momento invicto, el cura Morelos despertó admiración por sus dotes de estratega y visión política (como su participación en la promulgación de la Constitución de Apatzingán), a diferencia del cura Hidalgo, quien se caracterizó por poseer un liderazgo permisivo durante las matanzas de españoles en Guanajuato, Valladolid y Guadalajara. El primero prefería, en general, organizar y disciplinar a un pequeño grupo de tropas, mientras que Hidalgo optó por la cantidad (se calculan 100 000 insurgentes presentados en la batalla de Calderón).44 Asimismo, el sitio de Cuautla refleja, especialmente para los escritores liberales, una muestra de orgullo colectivo para una nación que acaba de erigirse. Los hechos más significativos de la Guerra de Independencia, entonces, dotaba, al menos para estos escritores, de una identidad común para los mexicanos.

¿Qué impacto tuvo la historiografía decimonónica, específicamente el sitio de Cuautla, en la educación mexicana? Esta pregunta escapa a los alcanc es del presente ensayo. Cabe señalar que tras la Guerra de Reforma, “los liberales convencidos de la necesidad de implantar las enseñanzas que formaran ciudadanos leales imponían instrucción cívica e historia patria en el nivel elemental”.45 La disposición legal hizo que Payno, Prieto, entre otros, buscaran en sus estanterías las obras de sus predecesores para escribir sus historias. En la segunda mitad del siglo XIX, Payno redactó un manual, utilizado por la compañía lancasteriana y el Ayuntamiento de la Ciudad de México, para enseñar la historia del país, y en la que convirtió al sitio de Cuautla en uno de los hechos más trascendentales del conflicto. Ahora los docentes enseñan a los niños los mitos y héroes de la Guerra de Independencia:

[Morelos] peleó valientemente casi todos los días y a todas horas, particularmente por conservar la posesión y el uso del agua. Esta resistencia de Morelos en Cuautla peleando contra fuerzas superiores y disciplinadas, es uno de los hechos más gloriosos de su historia y de la historia mexicana.46

En 1910, Francisco Bulnes (1847-1924) publicó La Guerra de Independencia: Hidalgo-Iturbide. El autor apenas mencionó el sitio de Cuautla y prefirió alabar la organización y capacidad militar de Morelos, en contraposición con las huestes saqueadoras del cura Hidalgo, como lo había hecho Alamán.47 Implícitamente, Bulnes retomó los argumentos de Bustamante para colocar a Morelos en lo más alto de los “héroes” nacionales. Observó el actuar de los caudillos con argumentos selectivos y premeditados, pues soslayó adrede las ejecuciones que Morelos ordenó en Oaxaca.

Los escritos hasta aquí revisados reflejan la necesidad de construir héroes únicos y bien definidos como símbolos identitarios y dignos de ser emulados en las constantes intervenciones extranjeras que la joven república enfrentó. Pero la construcción de héroes creaba otra historia, una repleta de desconfianza y de reproches hacia la antigua metrópoli. Al tiempo que se erigía el héroe ideal y virtuoso (Morelos), se construyó, a excepción de Alamán y Arrangoiz, una retórica antiespañola que denunciaba la depravación, las atrocidades y los supuestos males que la dominación española trajo durante 300 años y que se representaba en el general Calleja. El primero constituía el estereotipo de cómo debería ser el mexicano, el segundo la prueba de cómo eran los españoles.

Los combatientes que militaron en las filas insurgentes o la población que sufrió el asedio fue, en general, olvidada. ¿Por qué? Porque para la mayoría de los historiadores era una multitud de “léperos” sin rostro, voz ni hazañas que, muy importante subrayar, sus nombres se habían marchitado con su muerte. Sólo el amargo recuerdo de la sangre derramada en la Alhóndiga de Granaditas perduraba.

Y cuando se identificaba a uno de ellos, como lo hizo Bustamante con el “Pípila” en Guanajuato o el “niño artillero” en Cuautla, fueron soslayados y, en el mejor de los casos, su existencia desacreditada. Para el caso de Cuautla, llama la atención que el mismo Alamán o Zamacois prefirieron consultar las causas de infidencia del estadounidense Cole para narrar el sitio, uno de los poquísimos extranjeros en el ejército de Morelos, que el de algún cuautlense, más allá del rumor de la resurrección de los muertos que representaba un suceso peculiar.

La guerra civil de 1910 creó en los historiadores la necesidad de mirar hacia el pasado para forjar una identidad común sustentada en las hazañas de los caudillos. Esto hizo replantear a los historiadores la urgencia de continuar describiendo las gestas de la Guerra de Independencia para afrontar su presente. En efecto, Eric Hobsbawm plantea que la historia “es la materia prima de la que se nutren las ideologías nacionalistas, étnicas y fundamentalistas”.48 Los intelectuales de la época consideraron que el pasado debería tener un fin didáctico para encarar los problemas de su presente. En plena guerra revolucionaria, el abogado, literato e historiador Alfonso Teja Zabre publicó Vida de Morelos (la primera edición de 1917, la segunda de 1921, la tercera de 1934 y la última de 1959, la cual utilicé). El motivo del intelectual para estudiar a Morelos fue, probablemente, que este caudillo “haya encarnado [...] aquellas cualidades de las que carecían los jefes y líderes de su propio tiempo”.49

Teja presentó un cuadro peculiar sobre el sitio. Si bien enriquecería su última edición con la producción historiográfica de la época, su trabajo careció de aparato crítico, algunas veces inventó diálogos y en otras retomó la información presentada por Bustamante y Alamán para hacerlos. También embelleció hechos al decir que Narciso Mendoza “(y del que cuenta la leyenda estaba buscando a su madre herida)”, activó un cañón contra los realistas en la batalla del 19 de febrero (ni Montero ni Bustamante, quienes hablaron del “niño artillero”, afirmaron que éste buscara a su progenitora, aunque sí que accionó un cañón).50 Resulta por demás interesante el uso de un diario anónimo escrito en Cuautla durante el asedio, documento que ningún otro historiador ha empleado, aunque no refirió su ubicación ni lo reprodujo en un anexo (sospecho que se refiere a la obra de Montero, que propiamente eran unas memorias, no un bando).51

Los primeros años del siglo XX continuaron con el embellecimiento del mito del sitio. Justo Sierra afirmó que tras la derrota realista de Zitácuaro:

Morelos se movió rápidamente en medio de las fuerzas realistas, obteniendo ventajas con frecuencia y adoptando, por fin, el plan de atraer sobre sí el grueso del ejército de Calleja, dando campo a la insurrección para adquirir vigor en toda la zona meridional. El sitio de Cuautla por el ejército realista fue el resultado de este plan; constituyó esta la operación militar más seria y mejor organizada durante la guerra de insurrección [...] Cuando, después de una serie de heroicos episodios, consideró éste su situación insostenible, rompió el cerco, frustrando admirablemente los planes del general español, y reapareció más brioso y más temible que nunca en el sur de Puebla, en las comarcas veracruzanas, logrando desconcertar todos los planes de campaña de los realistas por la celeridad de sus marchas y lo inesperado de sus golpes.52

Los historiadores decimonónicos concuerdan que Morelos supo de la expedición de Calleja una semana antes de su ataque. Sierra, sin embargo, modificó la historia para hacer el genio militar de Morelos más grande de lo que otros historiadores afirmaron. Hobsbawm argumenta que “el pasado es un factor esencial -quizás el factor más esencial- de dichas ideologías [nacionalistas]. Y cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo”.53 Lo anterior fue precisamente lo que hizo Sierra, inventar una descripción gloriosa de la batalla para fortalecer la figura del héroe insurgente porque, “cuando el presente tiene poco que celebrar, el pasado proporciona un trasfondo más glorioso”.54 Esto, además, delata que Sierra presentó una visión construida a partir de la historiografía decimonónica, no de una investigación archivística y hemerográfica original.

El cambio de paradigma, fuentes y algunas interrogantes

A partir de la década de 1930, la mayoría de los trabajos observaron el pasado con una mirada crítica. En este apartado se puede apreciar que el mito, al menos entre algunos historiadores, comienza a desdibujarse pero algunos autores continuaron venerando al héroe. Otros trabajos, entre ellos tesis de grado, se distanciaron tanto del mito como del héroe, iniciando una época de contribuciones académicas cada vez más sólidas, ambiciosas y originales.

En 1931, Luis Chávez Orozco publicó la primera obra que estudia propiamente el sitio de Cuautla y que retoma la crítica de fuentes, dejando a un lado el embellecimiento del mito. El mérito de Chávez consistió en construir un trabajo a partir de una exhaustiva investigación en el AGN. Utilizó el proceso judicial contra Morelos y cotejó sus declaraciones cuestionando su concordancia.55 Asimismo, fue el primer historiador que empleó sistemáticamente las sumarias que el ejército realista realizó a los tránsfugas de Cuautla. Esto le permitió reconstruir el sitio desde diversas perspectivas, más allá de la mirada del jefe realista. Con todo, Chávez no ocultó sus simpatías por Morelos:

Tal fue la ruptura del sitio de Cuautla. Fue desastrosa, es verdad, si se atiende al número de víctimas que perecieron en la persecución, pero de esto no puede hacerse responsable a Morelos, pues si lo hubieran auxiliado en esa maniobra los insurgentes que había fuera del recinto, quizá se hubiera derramado menos sangre. Lo que hizo Morelos estuvo muy bien hecho, porque no había otra manera de hacerlo. Morelos salió con vida de esta empresa: esto bastaría para justificarlo todo, porque su vida habría de ser la condición indispensable para que la revolución de independencia no sólo perdurase, sino que se organizase y se fecundase con su ideología y sus sentimientos.56

Pese a la persistencia del culto al héroe, el trabajo de Chávez fue, después de Zamacois, una minucio sa investigación que presentó información novedosa. Dos años más tarde, los militares Rubén García y Pelagio Rodríguez publicaron Ataque y sitio de Cuautla: 1812, estudio sustentando en una rica pléyade de documentos provenientes del AGN (comunicaciones entre el virrey y Calleja, así como algunos procesos de infidencia), de El Ilustrador Nacional, de El Ilustrador Americano y de las obras de Bustamante, Alamán y Chávez. Los autores de Ataque y sitio de Cuautla retomaron el estilo de Mier, insertando documentos completos que hacen un poco tediosa su lectura. Pese a esto, su estudio presenta una visión equilibrada, ya que, además de ocuparse de los insurgentes, prestan mucha atención al rancho (alimentación) y equipamiento de las tropas realistas sin olvidar las atrocidades cometidas durante la batalla del 19 de febrero (asesinato de civiles desarmados, “aun [de] los niños de pecho y las madres que trataban de esconderlos en su regazo”).57

Cabe señalar que, a diferencia de todos los trabajos hasta ese momento publicados, este es el primer estudio realizado desde la perspectiva militar, cuestión de no poca monta, pues presenta reflexiones ausentes en otros trabajos. Los autores concluyeron que el fracaso realista del 19 de febrero se debió, entre otras cosas, a la falta de reconocimiento del campo por parte del general Calleja.58 Con el rompimiento del sitio, Morelos recibió críticas por dos razones: no destruyó su artillería que más tarde capturaron las tropas del rey y, por otro lado:

Si no quería retirarse por escalones como una tropa perfectamente disciplinada, puesto que la suya no lo era, sí podía haber efectuado su salida por ocupación de posiciones alternas, por lo cual disponía de tropas tan decididas como la de los costeños y con jefes y oficiales de tan celebrado valor, como Don Hermenegildo Galeana, el Teniente Coronel Catalán, el de igual grado Abad Rivera y los capitanes Aguayo, Anzures y Ursúa, así como el subalterno Andrés Carranza.59

A la luz de nuevas investigaciones y de la profesionalización institucional de la historia realizada durante el siglo XX, se aprecia un nuevo viraje hacia los objetos de estudio. Ahora se explora el papel del general adversario de Morelos (Calleja), el financiamiento de sus tropas, así como el papel de otros insurgentes durante el sitio.60 Prueba de esto último lo presenta Jorge Gurría Lacroix, quien se ocupó de dos individuos muy importantes y polémicos de la historia mexicana: Narciso Mendoza, alias el “niño artillero”, y Juan Nepomuceno Almonte, hijo biológico del cura Morelos y aliado del emperador Maximiliano de Habsburgo durante el Segundo Imperio. En 1812, ambos pertenecieron a la “Compañía de Emulantes”, una unidad militar compuesta por párvulos en su mayoría costeños. Lo novedoso de su trabajo fue que, con base en el estudio de una carta escrita por Mendoza y dirigida a Almonte, Gurría demostró que la anécdota del “niño artillero”, quien abrió fuego con un cañón y dispersó un embate realista durante la batalla del 19 de febrero, sí sucedió, pero fue olvidada por Alamán, Mora y Zavala.61

En 2010, Irving Reynoso Jaime analizó la obra de Montero, Bustamante y Alamán en torno al sitio. Confía en la narración del primero “por su buena dosis de verosimilitud”, aunque no hizo una sólida crítica de fuentes que lo llevara a tal conclusión, duda de la crónica del segundo y aplaude la ecuanimidad del tercero. Señala que Bustamante es “el verdadero iniciador de la construcción historiográfica de la epopeya sobre el sitio de Cuautla”,62 olvidando a Mier, quien puso la primera piedra para construir el mito y su influencia en otros historiadores mexicanos; a Zamacois, quien vio en los cuautlenses héroes sin igual, incluso más que Bustamante; y a Zarate, quien siguió este enfoque. Los anteriores autores también edificaron y mantuvieron vivo, junto a Bustamante, las bases de los mitos nacionales del conflicto independentista, pues sus obras no sólo tuvieron influencia en los futuros historiadores o en los libros de texto que los párvulos leerían en las aulas, sino también en el extranjero, como fue el caso de Mier. Asimismo, Reynoso omitió a importantes autores de la década de 1910 quienes, como se observó, embellecieron el sitio en aras de encontrar fortaleza para enfrentar las peripecias de su presente.

Reynoso minimizó, sin una argumentación sólida que explicara su proceder, la importancia de Ataque y sitio de Cuautla que, como observamos, puntualiza los yerros tácticos de Morelos, cuestiones que ningún otro historiador había contemplado. Asimismo, Reynoso confió exageradamente en el trabajo de Chávez quien, pese a su crítica de fuentes, no dejó de continuar rindiendo culto a Morelos, pues el influjo de los historiadores decimonónicos apareció con todas sus letras en el trabajo de Chávez.

La última parte del estudio de Reynoso explora las alianzas entre hacendados/cuautlenses y las tropas realistas e insurgentes, concluyendo que la región de Tierra Caliente fue una zona políticamente fragmentada. Tal afirmación, sin una investigación de fuentes primarias y sólo con la interpretación de algunos trabajos, resulta arriesgada. Una publicación que saldrá a la luz en el 2024 demuestra, a partir del testimonio de un espía realista de los procesos de infidencia realizados a los tránsfugas de Cuautla y la declaración de Morelos, que antes de la batalla del 19 de febrero los gobernadores de indios, además de simpatizar con la causa insurgente, ofrecieron vituallas y efectivos a Morelos, mientras que las haciendas apoyaron al bando realista (como las de Gabriel de Yermo), y que, frente a tal renuencia, los insurgentes los obligaron a militar bajo sus órdenes. ¿Por qué se perfilaron estos bandos? Los pueblos habían sufrido la expansión de las haciendas mientras que los trabajadores de las mismas dependían de ellas para su subsistencia.63

Herrejón publicó Morelos. Revelaciones y enigmas. Se trata de un estudio biográfico bastante acabado. Herrejón narró de forma sintetizada la batalla por Cuautla, exponiendo las peripecias del asalto del 19 de febrero, el hambre, la peste y el rompimiento del sitio.64 Por su parte, Juan Ortiz Escamilla narró la vida, las campañas militares y el cargo de virrey que el general Calleja ostentó a partir de 1813.65 Sin embargo, ambos autores, pese a que sus trabajos resultan nodales para el estudio de los jefes en pugna más brillantes de la insurgencia y la contrainsurgencia, respectivamente, no realizaron un balance crítico de las consecuencias militares del asedio en la insurgencia o la contrainsurgencia.

Carlos Barreto Zamudio, en “Revisando el sitio de Cuautla de 1812…”, presta atención a la experiencia de los cuautlenses, consultando las causas de infidencia publicadas. Si bien su propuesta resulta interesante, adolece de una falta de crítica de fuentes debido a que no contrasta las diferentes versiones en torno al sitio, llegando a creer que los cuautlenses bebieron agua con sangre del río. Asimismo, el autor da la impresión de que se posiciona del lado insurgente, pues omite que las tropas del rey, después de tomar Cuautla y saquearla, otorgaron alimentos a los famélicos habitantes, centrándose sólo en narrar el pillaje.66

Las tesis de grado han contribuido al estudio del sitio de Cuautla. Alexandra Rodríguez investigó los costos fiscales a través de los gastos erogados del sueldo, la alimentación, el armamento, el hospital militar, etcétera. Para tal efecto, contrastó los costos propuestos por Bustamante (2 000 000 pesos) con documentación del AGN. La tesista desmintió tales cifras, demostrando que el sitio osciló alrededor de 249 045 pesos.67 Virgilio Ocaña Miranda expone acerca de las formas de reclutamiento, las enfermedades y las operaciones militares del ejército del centro en las batallas de Aculco, Guanajuato, Puente de Calderón y Cuautla. Desde una perspectiva general, el trabajo explora los métodos de reclutamiento, financiamiento, sanidad y tácticas. La mirada particular sobre el sitio de Cuautla revela que, tras no capturar al cura Morelos, el virrey Venegas disolvió al ejército que había derrotado a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende.68

También se han publicado fuentes primarias sobre la vida de Morelos y el sitio de Cuautla.69 En 1965, Ernesto Lemoine compiló, con reedición de 1991 (la cual utilizo aquí), una serie de bandos, cartas y testimonios en torno al cura Morelos que inician en 1810, tras el grito de Dolores, y concluyen en 1815 con la ejecución del caudillo. Sobre el sitio se incluye una supuesta proclama de Morelos a los cuautlenses (digo supuesta porque no está firmada), reconvenciones de Morelos para que los criollos realistas se pasaran al bando insurgente y una carta satírica dirigida a Calleja.70

En 1982, Valentín López González reunió una serie de declaraciones de indígenas, del estadounidense Cole, las memorias de Montero y las comunicaciones entre el virrey Venegas y el general Calleja.71 Tres años después, Carlos Herrejón Peredo publicó dos compilaciones sobre el caudillo insurgente. La primera concierne a los procesos, tanto inquisitoriales como de la capitanía general, que se realizaron contra Morelos tras su captura. La declaración de Morelos sobre Cuautla ante la capitanía general es breve pero sustanciosa porque asentó el número de efectivos que reunió, la batalla de 19 de febrero, algunas peripecias del asedio y las bajas contabilizadas (aunque no de forma total) tras el rompimiento del sitio. También confesó que en caso de derrotar a Calleja en Cuautla se atrevería a hacer lo que su mentor, el cura Hidalgo, no hizo: invadir la Ciudad de México.72 La segunda compilación se titula Morelos. Antología documental, y en ella Herrejón reunió desde la partida de bautismo del caudillo hasta el proceso inquisitorial contra él. Los documentos concernientes a Cuautla son los mismos recopilados por Lemoine.73

Dos años más tarde, Herrejón publicó Morelos. Documentos inéditos de vida revolucionaria. La compilación concerniente a Cuautla refleja la frustración del caudillo, quien solicitaba constantemente refuerzos, armamento y vituallas a la Junta. Asimismo, sugería que los insurgentes apostados en el exterior de Cuautla deberían atacar Chalco para cortar las vías de suministros del general Calleja.74 Sin duda, esta valiosa documentación permite comprender el sitio desde adentro y complementa la visión que se tiene desde afuera, a partir de las comunicaciones entre Calleja y el virrey.

En 1824, el Supremo Poder Ejecutivo solicitó a los eclesiásticos que hubieran participado en la Guerra de Independencia enviar un informe con el objeto de escribir su historia. El fraile Manuel Zabalza y Valencia, cura párroco de Cuautla, entrevistó a su rebaño y escribió una crónica de sumo interés. Edmundo O'Gorman la publicó en 1986 en el Boletín del AGN. El documento, breve pero precioso por su belleza narrativa, muestra la experiencia de quienes vivieron el sitio, el saqueo de las tropas realistas tras la salida de Morelos y ratifica la acción del “niño artillero” (aunque el documento no lo llama así).75 En resumen, la documentación inédita publicada permite reconstruir el sitio y comparar las diferentes versiones para precisar o desmentir sucesos poco creíbles durante los 72 días de combate (como el que los insurgentes tomaran agua con sangre del río). Asimismo, la diversidad de fuentes posibilita, a su vez, contestar viejas interrogantes y plantear nuevas.

Algunos trabajos han tenido un perfil de difusión a un público no especializado. Con el 175 aniversario del inicio de la Independencia, figuraron una serie de folletos conmemorativos, descriptivos y sintetizados sobre la lucha emancipadora. No poseían originalidad, pero fueron presentados como una herramienta difusiva de la historia y una muestra de orgullo colectivo.76 Tres años después apareció un estudio de Raúl Solís Martínez, donde sintetiza los trabajos de Montero, Bustamante y Chávez, y presenta una serie de “corriditos” elaborados por él mismo para glorificar la defensa insurgente. Su estudio carece de rigor histórico porque constantemente alaba a Morelos y llama “sanguinario” al general Calleja, aunque representa un aporte a la difusión histórica y turística del lugar porque explica el nombre actual de las calles y su relación con el sitio, como lo había hecho Montero.77

Vázquez demostró que durante el siglo XX, el Estado mexicano pretendió crear una conciencia nacional a partir de los textos gratuitos de historia que se leían en las escuelas primarias. ¿Cuál fue la importancia de la educación en México y el nacionalismo? Vázquez señala:

El nacionalismo es generalmente un producto artificial. Se observa con la propaganda del gobierno para cumplir sus fines, mediante la educación organizada, el culto a los símbolos cívicos y a los héroes de la 'patria'. Los historiadores y los maestros son, por tanto, vehículos de la expansión de ese sentimiento para provocar una lealtad al todo o patriotismo. Los historiadores “descubren” las causas históricas de la unidad, crean los mitos que la fortalecen y los héroes que la simbolizan; es decir, proporcionan la versión adecuada del pasado que alienta el sentimiento y la voluntad de participar en un destino común. Los maestros llevan a cabo la función de transmisores.78

¿Los profesores transmitieron la importancia del sitio de Cuautla como lo habían hecho sus predecesores del siglo pasado? Si bien contestar esta pregunta requiere un estudio más amplio que revise las diversas ediciones de los libros de texto gratuitos, recurriré a un ejemplo indicativo. En un manual de historia de nivel medio superior de Nuevo León publicado en 1984, se comentaba que durante el rompimiento del sitio murieron “más realistas que insurgentes”.79 La naturaleza sintetizada de estos manuales no permite explicar cómo un ejército en retirada podría causar más muertes que uno perseguidor. Sin embargo, el manual resaltaba que la huida de Morelos permitió la toma de Oaxaca y Acapulco. Esta clase de impresos, más que explicar un proceso histórico, buscaba difundir las gestas de los héroes y mantener vivos los mitos entre los jóvenes estudiantes.

Por otro lado, la clase política local y estatal contempla el sitio como un mito y a Morelos como un gran héroe tomando como bases de su discurso a los historiadores decimonónicos. El 2 de mayo de 2022, la heroica ciudad de Cuautla realizó un desfile militar en el que participaron miembros de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), la Secretaría de Marina (Semar), la Fuerza área Mexicana (FAM), entre otras corporaciones locales y estatales de Morelos.80 Se conmemoró el rompimiento del sitio y se refrendó la admiración, entre cientos de espectadores, hacia el cura Morelos. Este suceso mediático no resulta menor, porque demuestra que los políticos continúan observando en la historia la esencia de los pueblos, la identidad de las masas y un vínculo que une a los mexicanos, mientras al español se le exige todavía una disculpa pública por 300 años de su dominio.

Ahora bien, ¿qué nuevas aristas pueden explorarse del sitio de Cuautla? En tanto la historiografía se enfoca, en la mayoría de los casos, en el caudillo, valdría la pena mirar hacia abajo. Es bien sabido que los historiadores europeos analizan el pasado a partir de los sectores populares. Los trabajos de E. P. Thompson, George Rudé y Eric Hobsbawm encontraron eco en las investigaciones de Sonia Pérez Toledo, Carlos Illades y Vanesa Teitelbaum, por citar algunos.81 Sin embargo, para el caso de Cuautla, poco se sabe de la impartición de justicia insurgente (Víctor Bravo era juez de ocurrencias), de los arrestos dentro de la ciudad sitiada, del envío de prisioneros a los presidios insurgentes de Zacatula y Técpan, del papel de la mujer durante el asedio y de los mecanismos que la población cuautlense implementó para sobrevivir al bombardeo, a la escasez de comida y a la epidemia de fiebres misteriosas.

Asimismo, faltan estudios sobre la situación de Cuautla tras la salida de Morelos. Expongo algunas interrogantes que pudieran ser retos académicos a la hora de responderlas: ¿el ejército realista arrasó el poblado como Bustamante afirmó o, más bien, ayudó a la población hambrienta como Alamán aseguró?, ¿cuáles fueron las medidas que el gobierno llevó a cabo para aumentar la demografía del lugar, considerando que había descendido por la epidemia y el bombardeo?, ¿hubo recuperación económica de las haciendas después de 1812? y ¿en la región de Tierra Caliente continuó la adhesión hacia Morelos tras el sitio?

Para responder a esta y a otras preguntas, en la actualidad se cuenta con una nueva propuesta para el análisis de la guerra. Después de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores alemanes estudiaron los efectos del conflicto en las sociedades implicadas.82 Por su parte, los británicos se interesaron por conocer, más allá del dolor de la batalla, la vida cotidiana en las trincheras durante la primera conflagración mundial.83 En esta tónica de creciente revalorización de los asuntos bélicos, José-Luis Martínez Sanz señala que, además de estudiar el papel de los políticos y de los generales, puede explorarse la pericia del soldado, de los civiles y de las consecuencias de la guerra en la sociedad.84

Para el caso mexicano, Peter Guardino y Claudia Ceja Andrade abordan la experiencia de las guardias nacionales y del ejército permanente durante la intervención estadounidense, los mecanismos de reclutamiento y su relación con la población civil.85 Partiendo de estas propuestas historiográficas y tomando prestado las metodologías de la historia social y de las epidemias, formularé las siguientes preguntas para el estudio del ejército realista durante el sitio de Cuautla: ¿cómo fue su vida cotidiana frente al sitio?, ¿cómo lidiaron con las fiebres misteriosas?, ¿había descontento en las filas?, ¿la disciplina se relajó como postuló Alamán?, ¿cuál fue el papel de los médicos militares frente a la epidemia?, ¿los realistas se pasaron al campo de Cuautla cuando Morelos los invitó? y si así lo llevaron a cabo, ¿por qué lo hicieron? Finalmente, ¿qué daños causaron las guerrillas insurgentes al campamento del general Calleja? Sin duda, las respuestas a estas preguntas ampliarán el conocimiento de la composición del ejército del rey y del costo humano del sitio de Cuautla en los sitiadores.

Consideraciones finales

La historiografía en torno al sitio refleja el contexto histórico de quienes escribieron y sus intereses políticos. Para Bustamante era la necesidad de crear un sentimiento de unidad frente a la amenaza que representaba España. Para Torrente, el imperativo de someter a su antigua colonia que parecía incapaz de gobernarse. Establecidas las relaciones diplomáticas entre ambas partes, los historiadores mexicanos continuaron denunciando las atrocidades del ejército realista porque la hispanofobia, entre otras cosas, formó parte del nacionalismo mexicano, según postula David Brading.86

Los historiadores utilizaron el sitio de Cuautla para intentar crear un sentimiento de adhesión a la “patria” entre los jóvenes y párvulos. Cuautla representaba el símbolo de la resistencia, del honor y del estoicismo frente a las adversidades de un futuro incierto, pues la revolución de 1910 había demostrado la fragilidad de la paz y la fragmentación del pueblo. Por esta razón, Teja y Sierra embellecieron el sitio para que ejemplificara la importancia de la unión ante a las adversidades. Orozco resquebrajó la postura del embellecimiento del mito, y si bien no ocultó su culto al héroe, narró los días de combate con base en documentación oficial y la crítica de fuentes. Los azarosos años de 1821 a 1921 reflejaron la necesidad de creer en héroes dadas las adversidades políticas.

Cabe señalar que los historiadores de 1821-1921 continuaron, en general, narrando las campañas de Morelos y prestaron muy poca atención a los individuos bajo su control. El combatiente sólo fue eso, un hombre sin rostro, virtudes o vicios, un fantasma que marchaba tras la sombra del caudillo. Bien lo dijo Jim Sharpe cuando trajo a colación la batalla de Waterloo para explicar la importancia del soldado: “Los libros de Historia nos dicen que Wellington ganó la batalla de Waterloo. En cierto sentido, [el soldado raso] William Wheeler y miles como él ganaron igualmente”.87 Parafraseando a Sharpe, los libros de historia de México nos dicen que Morelos rompió el sitio. En cierto sentido, miles de insurgentes también lo hicieron.

La profesionalización de los historiadores ha permitido observar el sitio desde otras perspectivas, nuevos métodos y nuevas interpretaciones. Hago un llamado para continuar interpretando el sitio de Cuautla a partir de diferentes perspectivas. Eric Van Young, Peter Guardino, Brígida von Mentz y Antonio Ibarra han hecho descubrimientos asombrosos cuando estudian la insurgencia desde los procesos de infidencia y de criminalidad, sosteniendo que el pueblo bajo no necesariamente compartía los intereses de sus líderes, al menos no siempre.88 Seguramente estudiar el sitio desde otra óptica arrojará nuevas luces y enriquecerá nuestro entendimiento sobre la Guerra de Independencia.

Fuentes

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Notas

[*]La frase entrecomillada refiere la huida del cura José María Morelos y Pavón del sitio de Cuautla. Fue tomada de Bustamante, Cuadro, t. II, 1844, p. 75.

[1] Herrejón, “Construcción”, 2000, p. 235. No quiero decir que la única función de la historia sea crear mitos o héroes, porque también sirve, entre otras cosas, para legitimar gobiernos o sistemas políticos.

[2] Claps, “Carlos”, 2011, p. 117.

[3] Vázquez, Nacionalismo, 1975, p. 13.

[4] En el presente ensayo queda fuera la novela sobre el sitio de Cuautla como la escrita por Enrique de Olavarría y Ferrari (Episodios nacionales mexicanos: El sitio de Cuautla. Memorias de un criollo. 1812).

[5] Reynoso, “Sitio”, 2011, pp. 199-230.

[6] Achmatowicz, “Historiadores”, 2020, pp. 12-13.

[7] Carlyle, Héroes, 1985, p. 31.

[8] El término realista comenzó a aparecer con mayor frecuencia a partir de 1812, pero aquí lo emplearé como un hombre que actúa por “la defensa del rey y de su ejercicio de poder”. Moreno, “Realistas”, 2017, p. 1085.

[9] Guerra, Historia, 1981, pp. 70-84.

[10] Bitrán, “Servando”, 1997, pp. 75-83.

[11] Van Young, “Between”, 2021, pp. 404-405; Kraume, “Escribir”, 2017, pp. 73-87.

[12] Moreno, Carlos, 2006, pp. 189-194; Cuevas, “Carlos”, 2006, pp. 51-59.

[13] Bustamante, Cuadro, t. II, 1844, p. 54.

[14] Bustamante, Cuadro, t. II, 1844, p. 71.

[15] Bustamante, Cuadro, t. II, 1844, p. 74.

[16] Bustamante, Campañas, 1828, pp. 172-173.

[17] Vázquez, Nacionalismo, 1975, p. 37.

[18] Castelón, Fuerza, 1997, pp. 229-243.

[19] Montero, Sitio, 2012, pp. 1-376.

[20] Herrejón, Morelos, 2019, p. 122.

[21] Torrente, Historia, 1989, pp. 194-202; Montoya, “Mariano”, 1997, pp. 143-166.

[22] Zavala, Ensayo, 1981, p. 40.

[23] Mora, México, t. III, 2011, p. 315.

[24] Hale, Liberalismo, 1972, pp. 14-41.

[25] Achmatowicz, “Historiadores”, 2020, p. 18.

[26] Espinoza, “En busca”, 2010, p. 21-58.

[27] En la actualidad, la obra es considerada un referente obligatorio, pero Michael Costeloe demuestra que, tras su publicación, fue considerada propaganda monarquista y antiliberal que se publicó, precisamente, cuando se llevaban a cabo las campañas electorales del Distrito Federal. Costeloe, “Historia”, 1995, pp. 105-127.

[28] Alamán, Historia, t. 2, 1942, p. 314.

[29] Alamán, Historia, t. 2, 1942, p. 340.

[30] Plasencia, “Lucas”, 2011, p. 333.

[31] Alamán, Historia, t. 2, 1942, p. 328.

[32] Correa, “Francisco”, 2011, pp. 204-205.

[33] Paula, Méjico, 1871, p. 169.

[34] Torre, “Niceto”, 2011, p. 559.

[35] Zamacois, Historia, tomo VIII, 1888, p. 202.

[36] Vázquez, Nacionalismo, 1975, p. 76.

[37] Riva, México, t. III, 1884, p. 285.

[38] Riva, México, t. III, 1884, p. 286.

[39] Riva, México, t. III, 1884, p. 293.

[40] Riva, México, t. III, 1884, p. 297.

[41] Prieto, Lecciones, 1896, p. 291.

[42] Santiago, Guerrilla, 2023, pp. 75-128. En la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, Daniel Enrique Padilla Cabrera considera que la élite modificó su percepción sobre Estados Unidos. Primero se le concibió como un arquetipo político y económico, pero después se le observó como un ente potencialmente peligroso dadas sus aspiraciones expansionistas demostradas en la guerra de 1846-1848. De ahí que el autor señale un nacionalismo defensivo mexicano frente al nacionalismo expansivo estadounidense. Padilla, “Mexicanos”, 2016, pp. 80-91.

[43] Vázquez, Nacionalismo, 1975, pp. 39 y 45. Alamán cuestionó la existencia del “Pípila”, mientras que otros historiadores mencionaron que este hombre era, en realidad, una representación metafórica del pueblo. Sin embargo, documentos judiciales de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola y el testimonio de José María Liceaga demuestran que, si bien no se puede comprobar que el “Pípila” incendió la puerta de la Alhóndiga el 28 de septiembre de 1810, sí existió e incluso participó en la segunda matanza de Granaditas (24 de noviembre de 1810). Santiago, Guerra, 2022, pp. 88-89.

[44] Vázquez, Puente, 2012, pp. 25-26.

[45] Vázquez, Nacionalismo, 1975, p. 70.

[46] Payno, Compendio, 1880, p. 124.

[47] Bulnes, Guerra, 1965, pp. 122-123.

[48] Hobsbawm, Sobre, 1998, p. 17.

[49] Yankelevich, “Cura”, 2009, p. 38.

[50] Este hecho, tal como lo relata Teja, fue retomado por los autores de Ataque y sitio de Cuautla en 1933.

[51] Teja, Vida, 1959, pp. 83-108.

[52] Sierra, Evolución, p. 110.

[53] Hobsbawm, Sobre, 1998, p. 17.

[54] Hobsbawm, Sobre, 1998, p. 17.

[55] Chávez, Sitio, 1976, p. 28.

[56] Chávez, Sitio, 1976, p. 188.

[57] García y Rodríguez, Ataque, 1933, p. 30.

[58] García y Rodríguez, Ataque, 1933, p. 36

[59] García y Rodríguez, Ataque, 1933, p. 187.

[60] En 1963, Wilbert H. Timmons publicó Morelos. Sacerdote, soldado, estadista. Como el título de la obra advierte, el objetivo central del estudio fue la vida de Morelos y, por tanto, prestó muy poca atención al sitio de Cuautla. Por esta razón no lo incluí en el debate principal. Timmons, Morelos, 1985, pp. 75-80.

[61] Gurría, “Narciso”, 1979, pp. 43-65.

[62] Reynoso, “Sitio”, 2011, p. 211.

[63] Santiago, “Sitio”, 2024.

[64] Herrejón, Morelos, 2019, pp. 130-140.

[65] Ortiz, Calleja, 2017, pp. 107-109. Recientemente, Moisés Guzmán Pérez publicó un artículo sobre el estado de la cuestión respecto a Calleja. Guzmán, “Félix”, 2022, pp. 5-27.

[66] Barreto, “Revisando”, 2018, pp. 8-22.

[67] Rodríguez, 72 días, 2013, pp. 77-78.

[68] Ocaña, Ejército, 2018, pp. 55-73.

[69] Mención honorífica requiere la recopilación titánica de Juan Evaristo Hernández y Dávalos, que publicó, entre 1877 y 1882, su Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821. Esta compilación contiene documentos del sitio de Cuautla.

[70] Lemoine, Morelos, 1991, pp. 190-201.

[71] López, Documentos, 1982, pp. 1-89.

[72] Herrejón, Procesos, 1985, pp. 406-409.

[73] Herrejón, Morelos, 1985, pp. 76-82.

[74] Herrejón, Morelos, 1987, pp. 203-213.

[75] O'Gorman, “Sitio”, 1986, pp. 22-24.

[76] Archondo y González, Rompimiento, 1985, pp. 1-44.

[77] Solís, Heroica, 1988, pp. 27-76.

[78] Vázquez, Nacionalismo, 1975, p. 9.

[79] Belmares y otros, Historia, 1984, p. 30.

[81] Pérez, Hijos, 2005; Illades, Hacia, 1996; Teitelbaum, Entre, 2008.

[82] Un ejemplo brillante de la renovación de la historia militar es el estudio de las atrocidades cometidas por los soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Véase: Wette, Wehrmacht, 2007.

[83] Kühne y Ziemann, “Renovación”, 2007, pp. 307-347. Para un ejemplo del impacto de la Primera Guerra Mundial en civiles y militares, véase: Englund, Belleza, 2008.

[84] Martínez, “Historia”, 2003, pp. 37-47.

[85] Guardino, Dead, 2017; Ceja, Fragilidad, 2022.

[86] Brading, Orígenes, 1995, p. 11.

[87] Sharpe, “Historia”, 1996, p. 39.

[88] Van Young, Otra, 2010, pp. 143-219; Guardino, “Bases, 2017, pp. 36-50; Mentz, “Bases”, 2010, pp. 27-60; Ibarra, “Crímenes”, 2002, pp. 27-43.