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Durante la década de 1970, con el marco de la Guerra Fría, evento que enfrentó a las súper potencias de la época, Estados Unidos y la Unión Soviética, Estados Unidos buscó reacomodar el escenario geopolítico y geoeconómico mundial. Debido a esta razón colocó su atención en una zona de sumo estratégica: Medio Oriente.1 Primero la Segunda Guerra Mundial, después la crisis de Suez (1956) y, finalmente, la Guerra del Yom Kippur (1973) dejaron un vacío de poder en la región, por lo que ocuparlo resultaba crucial en el imaginario imperial estadunidense. Estados Unidos, para lograr sus objetivos, tuvo que negociar con las dos potencias regionales: Israel y Egipto. La primera había salido fortalecida de la Guerra de los Seis Días de 1967, mientras que la segunda lo había hecho de la confrontación de 1973.
A diferencia de los eventos ocurridos en distintas latitudes, como Corea o Vietnam, Estados Unidos optó por una concertación entre los Estados que integraban la región en detrimento de la confrontación abierta. Esta nueva perspectiva geopolítica permitió la reunión entre árabes e israelíes, quienes estaban en guerra desde 1948. Con el fin de apaciguar la situación bélica en la región, las partes integrantes del conflicto árabe-israelí se presentaron a una conferencia de paz, treinta años después de haber iniciado la confrontación armada.
A pesar de que el conflicto entre árabes e israelíes también involucraba a sirios, libaneses y palestinos, ninguno de éstos tuvo representación en dicha conferencia. La delegación egipcia asumió la voz de toda la región. Esta situación, lejos de promover una paz duradera, sólo exacerbo los malestares contenidos entre todos los involucrados. La partición del territorio palestino en 1948 fue el momento primigenio de una guerra desigual; sin embargo, la fracción palestina, apoyada por los Estados árabes y posteriormente por la Liga árabe, constantemente se negó a aceptar la derrota, lo que generó el estado de guerra permanente que se hizo común en la región hasta la etapa de los acuerdos.
En las líneas subsecuentes se analiza la progresiva aparición del actor palestino en las conferencias de paz, desde el primer acuerdo diplomático llevado a cabo en Campo David en 1978 hasta el movimiento social que significó la Intifada de 1987. La aparición del agente palestino no fue una concesión de Estados Unidos ni mucho menos de Israel, sino una lucha por la construcción del Estado palestino, la cual, poco a poco, los palestinos han tenido que llevar a cabo de forma aislada ante el abandono de los países del mundo árabe que alguna vez los acompañaron. Esto hay que sumarlo al desdén con el que son observados por diversos Estados en el mundo, así como por parte de entidades supranacionales.
Comprender la problemática de la región resulta trascendental para contextualizar las constantes agresiones cometidas por parte de los israelíes hacia los palestinos en la búsqueda del control de los territorios ocupados. De tal manera que el artículo persigue tres objetivos: primero, identificar el ingreso de Estados Unidos en la región entre 1978 y 1987; segundo, la relación entre el acuerdo de Campo David y la Intifada con Israel; y tercero, la aparición del palestino en esta larga disputa por su reconocimiento como actor central en la resolución del conflicto que aqueja a aquella región del planeta.
A diferencia de lo que actualmente suele pensarse, los intereses de Washington no siempre estuvieron presentes en Medio Oriente, ni siquiera durante la primera guerra árabe-israelí de 1948; sin embargo, hacia finales de la década de 1970, el marco de la Guerra Fría había cambiado. La crisis petrolera de 1973 mostró a Estados Unidos lo peligroso que resultaría si la región cayera en la esfera de influencia soviética, temor que permitió que la región reapareciera como un agente determinante en la política mundial. La crisis de esta década también había golpeado económicamente a la Unión Soviética, condición de la que finalmente no se pudo recuperar, como lo atestigua su aparente y abrupta desintegración en 1991. Campo David no sólo era una reunión por la paz, sino que puso su acento en el abastecimiento de petróleo de forma permanente para la industria estadunidense. Entonces, su intervención en Medio Oriente se convirtió en un paso fundamental para la consolidación de su hegemonía.
En 1978, el entonces presidente Jimmy Carter (1924) declaró que “él se consideraba un negociador pleno por los intereses de Norteamérica en Oriente Próximo,2 relacionando estos con el suministro de petróleo y por razones de seguridad nacional”.3 Las declaraciones de Carter mostraron el cambio que existía en la geopolítica y geoeconomía estadunidenses hacia la región. Señaló: “no seremos espectadores pasivos, ni simples portadores de mensajes. Tenemos intereses nacionales directos en Oriente Próximo y estamos, por tanto, legítimamente envueltos en estas discusiones”.4 Esta afirmación del presidente estadunidense sentenciaba la posibilidad de imponer una pax americana. Con ello evitaría que la Unión Soviética permeara con su poder militar y su ideología política a los países de la zona, pero, ante todo, aseguraba la influencia estadunidense en la región.
Durante los primeros años del conflicto entre árabes e israelíes, la Unión Soviética había ocupado un papel importante en el desarrollo de los eventos. Una muestra de ello es que a largo del tiempo que duró la Revolución Rusa de 1917 se contabilizaron más de 100 000 judíos integrados a los partidos radicales rusos. Algunos de estos participantes tuvieron un papel importante en la sociedad israelí posterior a la etapa fundacional.5 El hecho de que una buena parte de la población israelí proviniera de la Unión Soviética creó lazos entre ambos Estados. No obstante, también existía una buena relación de ésta con los países árabes de la región, de tal suerte que en la década de 1960 la Unión Soviética entregó aviones Mig 21 a Egipto e Irak. Dicho avión fue considerado el más importante de la época y jugó un papel trascendental en la aventura militar del Yom Kippur de 1973.6 Esta cercanía de la Unión Soviética con ambos bandos preocupó a Estados Unidos dada la importancia que la región adquirió durante las décadas de 1960 y 1970.
Los intereses estadunidenses alentaron a Carter a que convocara a Isaac Shamir (1915-2012) a reunirse con su par egipcio Anwar Al-Saddat (1918-1981) en un territorio neutro: Maryland, Estados Unidos. En ese contexto, Carter aprovechó los acercamientos previos que habían tenido ambos mandatarios. Desde 1971, previó a la Guerra de Yom Kippur, Saddat se acercó a Israel a través del Sha iraní Reza Pahleví (1919-1980), quien fungió como intermediario. El propósito era llegar a un acuerdo entre egipcios e israelíes. A pesar de que no hubo acuerdos formales entre ellos previo a Campo David, la intención de firmar un acuerdo de paz entre Egipto e Israel ya estaba sobre la mesa. Carter aprovechó ese escenario para reactivar las negociaciones entre ambos en 1977, pero ahora auspiciadas por Washington. Ese año, Shamir fue electo primer ministro de la Knesset,7 y el segundo ya tenía siete años en el poder tras la muerte de Gamal Abdel Nasser (1917-1970).
La habilidad, así como el poder político y militar de los políticos estadunidenses, se hicieron patentes, de tal suerte que insertaron los intereses de su nación en la agenda regional. Desde 1970, Estados Unidos había dado el primer paso, entregó cazabombarderos F-4 Phantom a Israel con lo cual irrumpió la posición soviética en la región.8 El segundo pasó fue acercarse a Egipto para dotarlo de aviones similares, aunque esto ocurrió hasta 1977. En el momento en que las conversaciones iniciaron, la relación se había consolidado. Con el acuerdo en puerta, Estados Unidos había logrado dos objetivos básicos: convertirse en la potencia dominante en la región y convertir a Egipto e Israel en potencias regionales, alejando de paso a la Unión Soviética.
El Acuerdo de Campo David de 1978 tenía sus principios legales en el derecho internacional, específicamente en las resoluciones 242 y 338 de la Organización de Naciones Unidas (ONU).9 No obstante, sólo se respetó la segunda parte de las resoluciones, concerniente a garantizar la libertad de navegación por las vías legales internacionales en la zona de Medio Oriente.10 De esa forma se buscó proteger a la región y sus vínculos petroleros con la industria occidental. La resolución 242 sugería el retiro de las tropas israelíes, aunque ésta siempre fue ignorada por las tres partes que signaron el acuerdo. Por lo que, el marco que se presentaba era que:
[...] las partes están determinadas a alcanzar una solución justa, comprensiva y duradera del conflicto en Medio Oriente por medio de la conclusión de tratados de paz basados en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad en todas sus partes. Su propósito es alcanzar la paz y las buenas relaciones entre vecinos… (las partes) Reconocen que para que la paz sea duradera, debe implicar a aquellos que han sido más profundamente afectados por el conflicto. Por lo tanto, ellos están de acuerdo que este marco de trabajo es apropiado, y es deseado por ellos para que constituya una base para la paz no solamente entre Egipto e Israel, sino también entre Israel y cada uno de sus vecinos que estén preparados para negociar la paz con Israel sobre estas bases.11
Los arreglos tenían una clara dimensión económica. Así lo demuestran los puntos 3, 4 y 5 de la primera parte, concerniente a la nueva relación entre Egipto e Israel. Todos ellos referentes al tránsito de la navegación por el Golfo de Suez, lo que no modificó el acuerdo de la convención de Constantinopla de 1888. Otro punto que se discutió fue la construcción de carreteras entre el Sinaí y el Jordán, cerca del golfo de Eliat. Un comercio que resguardarían Egipto e Israel.12
Para que la región se activara económicamente, Israel reclamó que sus vecinos lo reconocieran de forma total en todos los ámbitos: diplomático, económico y cultural, exigiendo que se terminara el boicot económico que existía en su contra.13 A cambio, Israel no tendría asentamientos en Cisjordania y terminaría la discriminación hacia las minorías étnicas de origen árabe-palestinas que habitaban ahí desde 1948.14 La postura israelí se plasmó, de forma tajante, cuando en los anexos del acuerdo el primer ministro Shamir sugirió modificar el término palestinos y pueblo palestino por árabes-palestinos.15 La terminología expone el problema de la interpretación de los acuerdos entre Israel y los países árabes y, principalmente, entre Israel y Palestina. Esta diferencia interpretativa es el sustento legal a partir del cual el gobierno israelí se ha negado a retirar los asentamientos en Cisjordania.16
En el acuerdo de Campo David, Estados Unidos, Israel y Egipto llevaron a cabo una serie de resoluciones que los posicionaba en una nueva lógica geoestratégica en Medio Oriente. La nueva estructura que estaban por definir involucraba el espacio geoeconómico bajo la premisa del comercio. Los intereses con los cuales llegaron a la negociación de Campo David, Israel y Egipto, los dos Estados militares más poderosos de la región, explica en gran medida los acontecimientos ulteriores entre palestinos e israelíes.
El Acuerdo de Campo David firmado por Sadat, Manajem Begin (1913-1992), quien había sustituido a Shamir como primer ministro israelí, y Carter, ignoró deliberadamente al agente palestino de la nueva ecuación política que emergió en Medio Oriente el 5 de septiembre de 1978. El acuerdo proponía una nueva relación entre Israel y sus vecinos bajo el amparo de las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La condición era respetar de forma multilateral dicha resolución en todas sus partes integrantes, algo que hasta ese momento no había ocurrido. La propuesta no otorgó el control de los territorios de la Franja de Gaza y Cisjordania a los palestinos; por el contrario, omitía su representación y, por ende, aceptaba de facto al gobierno israelí en ambos espacios.17 Aunque en un principio Carter mostró su preocupación por la situación de los territorios de Gaza y Cisjordania, antepuso los intereses geoestratégicos.
La designación de Begin como primer ministro había mostrado el crisol que existía en Israel debido a la anexión de facto de los territorios ocupados que venía ocurriendo de forma sistemática. Desde la Guerra del Líbano en 1982, tan sólo cuatro años posteriores al acuerdo y tres de haber sido firmado, hubo inconformidad generalizada entre la sociedad israelí. En una carta abierta enviada a Begin, los militares expusieron las razones por las cuales no querían ir a combatir al Líbano:
Nosotros, oficiales y soldados de reserva, nos dirigimos a usted para pedirle que no nos envíen al Líbano, porque nos resulta imposible ir. En esta guerra ya hemos matado demasiado y ya hemos tenido demasiados muertos. Hemos conquistado, bombardeado y destruido demasiado. ¿Por qué y con qué fin?
Hoy ya no albergamos ninguna duda: con esta guerra ustedes tratan de resolver la cuestión palestina. Pero no existe una solución militar al problema de un pueblo... ¡Ustedes nos han mentido!18
Si bien la sentencia provenía del ejército, la sociedad israelí no era monolítica y comenzaba a presentar diferencias con el discurso militarista de la cúpula dirigente. En fechas posteriores, hubo peticiones de otros sectores que mostraron su descontento con la situación que se vivía en Israel. La guerra contra el Líbano polarizó a los israelíes. En la guerra del Yom Kipur, la molestia había sido amplia, pero la ocupación de los Altos del Golán en el Líbano significó una afrenta directa hacia el conjunto de la sociedad israelí. En el imaginario colectivo de algunos grupos del vasto crisol social israelí, sus problemas tenían relación con la ocupación de los territorios palestinos.
Los primeros en poner sobre la palestra el entorno al que habían sido impuestos los israelíes desde la fundación de su Estado fueron los periodistas de izquierda, casi todos ellos provenientes del grupo de israelíes que habían estado en la tierra de Palestina por generaciones. éstos habían vinculado el problema social con la conformación étnica del país al afirmar que “llegará un día en que nosotros, los excluidos, los primitivos sefardíes, los sucios árabes y los ashkenazies abandonados a su suerte, caeréis debajo de todo. Y entonces, ¡sorpresa! Veréis a los hijos del barrio popular de Hatikva estudiando [...]”.19
En 1978, la estrecha relación que Israel y Estados Unidos habían conformado desembocó en el ingreso del aparato militar israelí en el presupuesto del Congreso estadunidense. Originalmente esto significaba un cambio mayúsculo en la política israelí, lo que en inicio se destinaba al ministerio de defensa se utilizaría en el bienestar social. Sin embargo, esto no sucedió, ya que el supuesto ahorro no se vio reflejado en el nivel de vida de los israelíes, por lo que las voces disidentes se incrementaron. En su lugar, el presupuesto estadunidense se sumó al que ya destinaba el gobierno israelí para mantener la ocupación, lo que terminó evidenciando las múltiples divisiones, las cuales ya no sólo eran de índole étnico, sino que iban más allá: una división socioeconómica y cultural.20
El modelo israelí que pretendía unificar a todo Israel bajo la premisa: “un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo” amenazaba los cimientos mismos de la complejidad demográfica de Israel. Dejar de lado, de forma abierta y persistente, a las minorías que habitaban el territorio israelí minaba la viabilidad del proyecto original, razón por la cual el Estado buscó borrar el pasado árabe en las regiones ocupadas. Por vez primera, Israel confrontó su contradicción étnica. Por ejemplo, para detener las quejas, se pusieron nombres judíos a todas las regiones que en épocas pretéritas tenían nombres árabes.21 Bajo la lógica de configurar un Estado que ganaba territorio en las guerras y la anexión por medio de colonias, Israel comprobaba que “no había guerra que empezara sin mapas, ni guerra que acabara sin ellos”.22
Este proyecto vinculó la nueva identidad israelí con los acuerdos de Campo David hacia una definición geográfica de sus fronteras. El acuerdo fue la forma de establecer en el derecho internacional las anexiones y la búsqueda del reconocimiento internacional de las fronteras móviles con las que contaba el Estado de Israel, como afirma Schlögel: “Toda gran ruptura es derrumbamiento y nueva formación de espacios, sociales, políticos y culturales. El mundo tiene que modificarse de nuevo, cartografiarse, denominarse, y así, redefinirse [...] grandes territorios y espacios”.23
La sociedad israelí se enfrentó a una transición que puso en la balanza la perpetuidad del sionismo como forma de apropiación del espacio; es decir, se mostró que bajo condiciones muy tradicionales, una sociedad agraria que transitara a la nueva relación colono-tierra para transformar los asentamientos en áreas urbanas era el recurso que les permitiría la apropiación cultural. El acuerdo de Campo David no sólo fue un acuerdo de paz, sino que incluso abandonó su ámbito económico para transitar al ámbito espacio social agrario.24
En 1983, el periodista Marcello Wesker debatió sobre el discurso del gobierno laborista, además de regresar sobre un tema proscrito para la sociedad israelí: el aspecto étnico y su incompatibilidad con el discurso democrático.25 En 1985, apoyados en el discurso de Yeshayahu Leibowitz, sugirieron “que un fenómeno colectivo, aunque sea minoritario, podría cuestionar el consenso nacional fascista que domina toda la sociedad”.26
En el periódico Haaretz, el 2 de marzo de 1988, en plena Intifada, parte de la población israelí mostró su molestia y simpatía por el pueblo palestino:
[...] comprendí que lo que había pasado en Alemania podía pasar en cualquier otro sitio, podía hacerlo cualquier pueblo, incluido el mío [...] muchos israelíes creen que la mayoría del pueblo siente un odio abismal hacia los árabes, y están a si mismos persuadidos del odio abismal de los árabes hacia nosotros [...] en mi opinión, no existe ninguna relación entre la pérdida de control y el extremismo ideológico. Además, el fanatismo ideológico caracteriza más a los judíos originarios de Rusia, Polonia y Alemania que los que vienen de áfrica o de Medio Oriente [...].27
En ese mismo tono lacónico, el autor del artículo continuó en torno a la democracia. En el texto, le dio peso a la historia como receptáculo y difusor de la memoria colectiva que no puede olvidar un pueblo y así preservar su bien máximo: la democracia. Así:
[...] la historia y la memoria colectiva forman estrechamente parte de la cultura de un pueblo, pero no hay que dejar que el pasado domine y condicione el futuro de la sociedad y el destino de este pueblo. La existencia misma de la democracia está en peligro cuando la memoria de las víctimas del pasado interfiere activamente en el proceso democrático. Los ideólogos de los regímenes fascistas lo entendieron perfectamente [...] Convertir las lecciones del pasado en fundamento del futuro, convertir el sufrimiento del pasado en un argumento político es convertir a los muertos en los actores del proceso democrático de los vivos [...].28
El artículo muestra un pensamiento secularizado, pero vinculante en su conceptualización de historia del pasado-presente-futuro. El autor, en un modelo aplicativo de su discurso, puso en juicio la democracia israelí que había pasado una década peleando contra su propio gobierno. La radicalización de un pasado que “mina los fundamentos de la democracia”, pero que relacionaba territorio, ideología y economía con el problema palestino: “creo que si la Shoa (holocausto) no estuviera tan profundamente anclada en la conciencia nacional, el conflicto con los palestinos no provocaría tantos actos anormales y el proceso político seguramente no estaría en un callejón sin salida”.29
Un sector de la sociedad israelí mostró su rechazo hacia la problemática de 1987 en los territorios ocupados palestinos; rápidamente se vinculó la ocupación de sus efectivos militares ante la complacencia de Occidente con el levantamiento de la Intifada. Yamal Zahalka, miembro de la Knesset por el Partido Unión Nacional Democrática, evidenció la fractura del parlamento por las problemáticas relaciones con los árabes, y palestinos en particular, que en un artículo de 1988, y reeditado en 1998, mencionó:
Todas las ciudades palestinas que Israel conquistó en 1948 fueron destruidas en tanto que ciudades árabes y reconstruidas como ciudades judías. El proyecto urbano fue destrozado de golpe en plena progresión, prometedora, hay que reconocerlo.
A principios del siglo XX, el 15 por ciento de los palestinos vivían en ciudades y en 1945 era ya cerca de una tercera parte. Jaffa, por ejemplo, era una ciudad muy viva: una actividad económica variada, un puerto muy activo, escuelas para todos los niveles educativos, lugares de oración, restaurantes. En Jaffa se publicaban varios periódicos y la vida política era intensa. Tras la Nakba, de los 70 000 residentes árabes de Jaffa sólo quedaron 3 500.
La destrucción de las ciudades árabes, que era un objetivo prioritario para la dirección sionista, se llevó a cabo escrupulosamente [...] la población palestina que se quedó en su patria después de 1948 era en su mayoría una población rural, subdesarrollada y aterrorizada sin elites ni centros urbanos [...] sólo tras la guerra de 1967 se restablecieron vínculos [...] la Intifada se dio en el lugar moderno, la ciudad, espacio de encuentro urbano el triángulo de cultura-nación modernidad, único lugar donde podía estallar la Intifada por carecer de esos tres componentes.30
Un sector de la población israelí no había olvidado que eran una democracia multiétnica; entonces, se urgió al Estado eliminar la carga étnica territorial y poblacional para integrar a todos los sectores a la nación. Esta solicitud pública se agregó al discurso de Begin. No obstante, nunca se puso en práctica, por lo que al momento en que comenzó la Intifada, muchos israelíes la interpretaron como una revolución contra la ocupación.31
El resurgimiento de la identidad palestina se desarrolló en fases asociadas con la promesa de la retirada incondicional de las tropas israelíes de la Franja de Gaza y Cisjordania, así como de otros territorios ocupados después de 1948, 1956 y 1967.32 No obstante, no se pueden atribuir los elementos identitarios a una sola causa. Como advierte Stuart Hall, la identidad se forma a través de un discurso hegemónico de índole político para transitar hacia los demás niveles de masificación en la identificación de la semántica en una constante construcción.33 En el caso palestino, al delegar, en un primer momento, su representación a la dinastía Hachemí, los palestinos lograron consolidar una identidad más o menos homogénea que encontró su expresión en 1978 en Campo David, aunque no precisamente para hacerse parte del acuerdo, sino para levantar la voz en la búsqueda de su autodefinición como ente histórico.
El acuerdo de Campo David de 1978 no fue precisamente el momento en que los palestinos fueron reconocidos para ser interlocutores de sus propias demandas. La resistencia palestina había existido desde los años inmediatos al estallido del conflicto en 1948; ejemplo de ello fueron las guerras de 1956 y 1967, acompañados por la Liga árabe dirigida por Egipto. Los pueblos árabes llamaron a esta época “la avanzada del imperialismo europeo”,34 en la que la Haganá y el Palmach jugaron un rol de fuerzas paramilitares de origen sionista que nacieron durante la era del Mandato Británico.
Esta situación cambió a lo largo de los años debido a las pérdidas territoriales de la Franja de Gaza, Sinaí y Cisjordania causadas por las derrotas militares. Este escenario agudizó los problemas de fragmentación y comunicación que ya existían desde la propuesta de la partición de las Naciones Unidas de 1947.35 En este contexto, Líbano, Siria y Jordania fueron los refugios que encontraron los palestinos ante la colonización israelí. La llegada de refugiados palestinos a Jordania le dio al rey Hussein la posición de interlocutor de los palestinos refugiados. Hussein fue nieto de Abdulla y miembro de la resistencia palestina durante el Mandato Británico, condición que le otorgó legitimidad política frente a los palestinos. Dicha situación contrastó con el trato que recibieron los palestinos, quienes fueron recluidos en la orilla oriental del río Jordán.
En un principio, el reino de Jordania era un lugar mucho más amable con los palestinos; recibirlos significaba un capital político para la dinastía hachemí. Otros países como Siria y Líbano dieron a los nuevos habitantes un trato similar al de cualquier extranjero. Incluso los exiliados no fueron bien recibidos, al grado que no se reconocieron sus derechos civiles y fueron recluidos a refugios temporales. La condición asimétrica de los palestinos, ante la ausencia de un Estado consolidado que tuviera representación frente a sus pares árabes, marcó un cambio en la relación. Durante la década de 1970, y ante el debilitamiento de la Liga árabe, tanto Egipto, Siria y Jordania se alejaron de la causa palestina. El primero con la intención de normalizar su relación con Israel, y los últimos dos para evitar situaciones que los arrastraran a una conflagración, como lo demostró la propia experiencia del Líbano en la invasión de los Altos del Golán en 1982.36
En la década de 1970, se observó un aumento de la presión por parte de Siria y Jordania sobre la vida cotidiana de los refugiados palestinos asentados en sus territorios. En ese entorno hostil, los campos de refugiados se fueron politizando a lo largo de toda la región. De tal manera que la exhibición pública de la bandera de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en Palestina en Medio Oriente (UNRWA, por sus siglas en inglés) en edificios de los campos de refugiados fue una constante. Esta organización cobró notoriedad al grado de convertirse en el principal proveedor de empleos en los campos de refugiados. A pesar de la ayuda de la ONU, la pobreza y el hacinamiento radicalizaron la violencia y la desesperación, las cuales se canalizaron en la actividad guerrillera. Estas condiciones explican el resurgimiento del movimiento nacional palestino, el cual tenía dos ámbitos: uno político y otro sociocultural. El ascenso de Al-Fatah en 1967 y la revitalización de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), fundada en 1964 bajo el auspicio de Naseer, en las actividades de resistencia contra la ocupación israelí en forma de guerrilla forman parte del hastío social en el que se encontraban los refugiados e incluso los países receptores de éstos. Ambas organizaciones adoptaron el programa para establecer un Estado palestino que gradualmente encontró expresión en organismos internacionales que no había adquirido en años anteriores.
La OLP y su nuevo presidente, surgido de Al-Fatah, Yasser Arafat, organizaron a la sociedad palestina en sus lugares de refugio en los territorios ocupados a través extensas dinámicas clientelares, las cuales no eran ajenas a la dinámica social palestina. Estas redes se conformaron siguiendo la tradición que provenía de la época del Imperio Otomano. En éste, la sociedad estaba conformada en clanes que se transformaron en poderosas élites locales, las cuales buscaron representación en los órganos del gobierno otomano por medio de arrendamientos y responsabilidades heredadas. El propósito de los sultanes y de los clanes locales era fortalecer su autoridad apoyándose en redes clientelares.
Estar en un territorio que no era suyo, como en Siria, Jordania y Líbano, hizo que el conflicto tuviera una autoridad compartida con la del país receptor de refugiados. Las características propias de cada país fueron un agente que exacerbó la “palestinización” del conflicto. Desde 1967, con la Guerra de los Seis Días, la representación jordana había sido cuestionada, no así la de Siria y Líbano, que fueron más receptivos a la representación por parte de la OLP de la cuestión palestina.
La etapa entre 1967 y 1978 se puede resumir en la transformación de la representación, la cual coincide con la aparición de grupos que buscaron representar la situación de los palestinos: el Consejo Supremo Islámico y el Alto Comité de Orientación Nacional fueron dos de los más importantes. El declive de la élite tradicional palestina refugiada en Siria, Jordania y Líbano formó parte de las trasformaciones socioeconómicas y políticas que sufrió la sociedad palestina a mediados de los años de 1970 como consecuencia de su condición de refugiado. Poco a poco, los grupos establecidos en los territorios ocupados remplazaron a la élite tradicional aduciendo su ausencia en la defensa de los palestinos que coexistían con los israelíes.
A partir de este cambio, los nuevos grupos acudieron a la vieja idea del panarabismo. ésta era una herencia de la época de Gamal Abd-al Nasser, la cual sostenía que la causa palestina era la causa del mundo árabe. Desde 1964, Nasser había hecho suya la causa palestina al incentivar la creación de un Congreso Nacional Palestino (CNP). Bajo esta influencia, el conflicto árabe-israelí se palestinizó, por lo que a lo largo de la década de 1970 se convirtió en un conflicto palestino-israelí. La premisa era resolver el problema original de la desestabilidad en Medio Oriente. Para identificarse en el conflicto y adueñarse de la lucha de autodeterminación del pueblo palestino, el secretario del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), Nayef Hawatme, concedió una entrevista al diario israelí Yediot Ahronot. En ella mencionó que los diferentes grupos palestinos exiliados se proclamaban partidarios de una autoridad nacional independiente sobre Cisjordania y Gaza.37
En la entrevista, se vislumbró una interacción de fuerzas entre los diferentes grupos políticos palestinos para lograr:
[...] la implantación de una paz verdadera que requiere mucho tiempo. Al mismo tiempo somos conscientes de que en esta etapa la obtención de ciertos derechos para los palestinos representa uno de los factores esenciales para alcanzar una solución en las etapas posteriores. En la vanguardia de estos derechos está la creación de una autoridad independiente en Cisjordania y Gaza, y el retorno de los refugiados a su patria y a sus hogares que les fueron arrebatados [...] la satisfacción de estos derechos permitirá a los palestinos progresistas y democ ráticos, al igual que a los israelíes hostiles al imperialismo y al sionismo, entablar un diálogo democrático tomando así la vía de la búsqueda de una solución radical y democrática del problema, solución basada en el establecimiento de un Estado demo crático palestino.38
Con estos argumentos, apoyados por la gran mayoría de las facciones políticas palestinas, se avecinó Campo David. En estos acuerdos, la facción palestina fue ignorada de forma abierta, no obstante que la delegación egipcia argumentó representar a los palestinos y a los intereses regionales de todo el Medio Oriente. La cuestión palestina fue ignorada bajo la premisa de Begin de separar la tierra y la población, argumento que fue aceptado por Egipto. La condición territorial emanada de las aventuras bélicas de 1948 y 1956 expuestas por Begin mostró que las tres entidades presentes en los acuerdos tenían poca voluntad para resolver la diáspora palestina. El acuerdo de Campo David de 1978 supuso el olvido en varios niveles de la entidad palestina, lo cual, sumado a las difíciles condiciones de vida, radicalizaron a la sociedad palestina. En los años posteriores al acuerdo, los palestinos reclamaron su ausencia en esos encuentros, argumentando que el Egipto de Sadat no representaba su causa.
Los resultados del acuerdo evitaron la retirada de las tropas israelíes de los territorios de Cisjordania y la Franja de Gaza, condición que resultaba esencial para una paz regional. En esa tónica, se dejó de lado la problemática de los territorios ocupados en 1967, situación que se contrapone con la Resolución 242 de la ONU sobre el retorno de los refugiados, el estatuto de la ciudad de Jerusalén, y específicamente de Jerusalén Este. La condición de esta ciudad fue un tema que tampoco se hizo explícito en los resultados de Campo David. Su condición era ya de sumo conflictiva por ser considerada la capital indivisible del Estado de Israel, pero que no fuera mencionada en el acuerdo resultó aún más problemático. Entre 1994 y 1995, mediante un postulado casi constitucional, se consideró israelí de facto, con lo cual se negó la creación de un Estado palestino independiente. En la práctica, el hecho de haber ignorado a todos los alcaldes de los territorios bajo control militar israelí supuso la marginación del pueblo palestino en la toma de decisiones en órganos internacionales.
Dentro de los acuerdos de Campo David de 1978, el “Marco para la paz de Medio Oriente” dejó de lado todas las posturas en torno a la reivindicación de los palestinos. En términos políticos, los acuerdos negaron la existencia de los palestinos. La cuestión de éstos quedó representada por Israel, Egipto y Jordania, y sólo a ellos correspondían las decisiones sobre los territorios ocupados y el estatuto final de Jerusalén.39
¿Por qué no hubo una representación palestina en Campo David en 1978? Hacerlo hubiese significado reconocer la existencia implícita de los palestinos, así como su diáspora y tragedia de 1948 y 1967.40 Ni estadunidenses, ni israelíes querían reconocer ese complejo problema. Lo que no tuvieron en cuenta Israel, Egipto y Estados Unidos fue que al firmar el acuerdo radicalizaron sociopolíticamente a los palestinos y sus élites refugiadas en Siria, Líbano y otros países de Medio Oriente. Esto propició que la resistencia organizada desde 1948 encontrara un camino para restablecerse como interlocutor ante las instituciones supranacionales.
Las políticas doméstica y externa iban a depender de esta triada de actores. El ámbito económico supuso la subordinación de los palestinos a los intereses económicos israelíes; la cuestión de la seguridad y el estatuto final de un autogobierno bajo la tutela de Estados Unidos, Israel, Egipto y Jordania. Con este olvido de parte de la comunidad internacional, y su reclamo constante por parte de los palestinos, era hasta cierto punto comprensible que el descontento social se mostrara a través de un movimiento civil como la Intifada.
Los resultados del acuerdo de Campo David incentivaron el inicio de la Intifada.41 Esta manifestación se entiende como una contranarrativa de la realidad a la cual fueron expuestos los palestinos de Cisjordania y Gaza, a los que se suman los refugiados palestinos en Siria, Líbano y Jordania, además de los que se habían quedado en Israel después de 1948.42
Observar la Intifada sólo como una guerra entre los marginados palestinos y sus piedras, contra los poseedores israelíes y sus tanques blindados, es subordinar su interpretación a una guerra civil sólo motivada por la ira de la ocupación israelí. No obstante, se observa en sus demandas una búsqueda de reconocimiento de la identidad de una población marginada por la nueva dinámica sociopolítica y económica de la región y de la geopolítica mundial. Por lo tanto, la Intifada no sólo fue un movimiento de hartazgo social, sino una demostración al mundo sobre la represión militar y política alcanzada por Israel, al mismo tiempo que presentaba los vacíos legales en los grandes acuerdos internacionales.
La violencia con la que habían sido reprimidos en 1948 y 1967 los intentos palestinos por recuperar lo que los israelíes les habían arrebatado muestra el nivel de ira local por expresar su descontento ante la ocupación. Dicha ocupación y su dimensión religiosa alimentaron el conflicto entre israelíes y palestinos. Durante ese periodo, Isaac Shamir, quien era el nuevo primer ministro de Israel, mostró el poder israelí sobre los territorios ocupados, cuando visitó una mezquita en un barrio muy importante para los palestinos musulmanes, lo que desató la violencia, la cual con el paso de los días se convirtió en un movimiento fuera de toda proporción.
La llamada “guerra de piedras contra balas”, como algunos periódicos internacionales le llamaron, integró a todos los sectores de la población palestina de los territorios ocupados. Por un lado, las élites políticas apoyaron este movimiento y sacaron partido de él; los comerciantes urbanos y la pequeña élite comercial que representaban apoyaron e incluso alentaron el movimiento desde sus orígenes; los jóvenes y las mujeres también participaron de esta insurrección.
La policía israelí reaccionó de forma violenta. La forma de organización, que corrió de parte de los grupos políticos, pero ante todo por parte de los pequeños comerciantes, fue a través de tareas que se dividían según la edad y el sexo de las personas. 43 De tal suerte que niños de 10 a 12 años se ocupaban de apilar llantas en las calles para prenderles fuego y evitar que las patrullas israelíes tuvieran una visibilidad clara del frente urbano. Los adolescentes entre 14 y 18 años colocaban barricadas con piedras y chatarra para hacer más difícil el tránsito de las patrullas. Finalmente, los jóvenes entre 19 y 20 años eran los responsables de coordinar los ataques contra blancos israelíes, con la ayuda de observadores que podían verificar los puntos menos arriesgados para iniciar los choques.44
La mayoría de las organizaciones palestinas, pronto entendieron que sus tácticas, equipo y efectivos militares no eran suficientes para combatir y ganar desde la lógica del campo de batalla a los israelíes. El conflicto derivó en agresiones a los militares y civiles israelíes de forma aislada. Esta dinámica fue una forma de expresar el descontento y resistencia local ante los asentamientos que los gobiernos israelíes, ya fueran del Likud o Laborista, autorizaban en los territorios ocupados.
El papel que jugaron los comerciantes en Palestina fue discreto, con el fin de evitar sanciones de parte del gobierno israelí y sus fuerzas de ocupación. En 1989, cuando le preguntaron a Isaac Rabin, entonces ministro de defensa, cuál había sido el peor error que había cometido el gobierno israelí en 1987, respondió: “mantener abierto las tiendas por la fuerza. Ese fue un error y nosotros tenemos que aprender de esa lección”.45
Desde 1987, el integrismo islámico, representado por Hamás, además de otros grupos religiosos de orientación islamista de la región, como Yihad al-Islamy y Al-muyama, frente a la OLP y Al-Fatah, organizaciones de tipo secular, atrajo a un gran sector de la población en Gaza y Cisjordania. Con la inserción de estos grupos a la vida pública y política palestina, la visión religiosa regresó como un factor decisivo, al mismo tiempo que el dominio laico de la OLP y Al-Fatah fue erosionado. El paradigma que usaban a menudo era el de la revolución iraní de 1979, donde el Ayatollah, Jomeini, había alcanzado el poder, restaurando la religión y el Estado en una misma dimensión: la consolidación de la República Islámica de Irán.
En medio de la Intifada, el poeta palestino Mahmoud Darwish escribió la Declaración de Independencia de Palestina, promulgada por el entonces máximo líder palestino Yasser Arafat, el 15 de noviembre de 1988, en la ciudad de Argel.46 La Resolución 43/177 de la ONU de 1988 fue resultado de la preocupación internacional por los acontecimientos de la Intifada; la consecuencia: un cambio en la nomenclatura, se pasó a hablar de Palestina en lugar de Organización para la Liberación de Palestina. Esta nueva condición que adquirieron los palestinos no significó un cambio en las condiciones de vida cotidiana, ni de las prerrogativas que otorgaba el régimen israelí hacia los palestinos de los territorios ocupados. Aunado a que tampoco significó un cambio con las exigencias del derecho de retorno de los exiliados palestinos; sin embargo, este acto mostró ante los ojos del mundo que las organizaciones laicas palestinas como la OLP, Al-Fatah y el Frente Democrático Popular para la Liberación de Palestina (FDPLP), hasta ese momento consideradas terroristas, estaban dispuestas a reconocer, según lo daba a entender la declaración de independencia de Darwish, a Israel como Estado.
Esta premisa, que justificaba la Intifada y la convertía en una movilización democrática ante los ojos del mundo, provocó a su vez una escisión interna entre los palestinos. El factor religioso que habían introducido otras organizaciones islamistas palestinas y de la región sumió en una disputa interna el conflicto que hasta entonces sólo habían tenido organizaciones que mostraban una postura laica y democrática en torno a la consolidación de un Estado palestino. En contraposición, apareció el discurso de Hamás, facción que nació en 1987 como heredera de la hermanad musulmana, que disputaba el control de la región de Gaza. Facción que mostró una postura diferente en torno a la construcción de un Estado palestino; en primer lugar, rechazó la existencia de Israel, por lo que negaron la Declaración de Independencia Palestina; en segundo lugar, fusionaron las ideas democráticas con la vida religiosa en una interpretación más dogmática del Corán. La vuelta del factor religioso en momentos de crisis dotó de elementos alternativos a la sociedad palestina, al mismo tiempo que ofreció una redención del pueblo vencido.
La Intifada duró de 1987 hasta 1993; sin embargo, su momento álgido fue de 1987 hasta 1991. El proceso que comenzó con los acuerdos de Madrid en 1991, Oslo en 1993 y Campo David II de 1994 determinó el echar por tierra la violencia que, a los ojos de las potencias occidentales e Israel, significaba la Intifada.47
La década de 1970 fue un periodo en el cual la relación entre los Estados árabes y el Estado de Israel comenzó a cambiar. Se dejó de lado la confrontación abierta para dar paso a una negociación, situación que implicó que los primeros aceptaran la existencia del segundo; sin embargo, esto no significó una relación armónica, sino que ésta pasó a ser una confrontación entre grupos guerrilleros en el plano regional, mientras que en el internacional la confrontación cambió al plano diplomático. La crisis petrolera de 1972 mostró al mundo el papel cada vez más importante de los países árabes con sus vastas reservas de petróleo.
Este cambio regional en el que estuvieron inmiscuidos Egipto, Jordania, Siria e Israel tuvo un participante más: Estados Unidos, que llegó a ocupar el lugar que había dejado vacante el otrora poderoso Imperio británico en la región. La impronta de Washington se dejó sentir claramente con el acercamiento militar y económico entre Israel y Egipto que Estados Unidos promovió. A esto hay que sumar la compleja situación social, económica y política en la que se encontraban los grupos palestinos en los campos de refugiados en Siria y Jordania. Esta serie de factores promovieron la radicalización de todos los sectores de la población palestina tanto en los campos de refugiados como aquellos que estaban en los territorios ocupados.
La partición británica de 1947 y la guerra árabe israelí de 1948 fueron la chispa inicial que radicalizaron a los refugiados palestinos en los países vecinos y en los territorios ocupados. No obstante, la década de 1970 significó un cambió para los distintos grupos palestinos. Los acuerdos de Campo de David de 1978 los habían omitido. Por esta razón, la situación en la región cambió, de tal suerte que la institucionalización propuesta por los actores que habían firmado el acuerdo de 1978 tuvo que incluir a los palestinos en los acuerdos de la década de 1990.
Los acuerdos de Madrid de 1991 y los acuerdos de Oslo de 1993 fueron la primera vez que los palestinos se sentaron en la mesa de negociaciones representados por la OLP. Dicha situación marcó una división interna entre los palestinos; es decir, aquellos que estaban a favor de una solución negociada y la otra facción que se negaba a reconocer la existencia del Estado de Israel en la región. En tanto, la existencia palestina se reconoció siempre y cuando los palestinos aceptaran a Israel como vecino. Por lo tanto, su asiento en la mesa de negociaciones estuvo ocupado por aquella facción que reconoció a Israel como Estado y su coexistencia pacífica en la región de Medio Oriente: la OLP, dirigida por Arafat. Aunque Israel no modificó su posición en ninguna resolución, ni mucho menos su postura inicial en Campo David de 1978, el agente palestino ya estaba presente en las negociaciones de los acuerdos de la década de 1990.
Campo David delineó una hoja de ruta a través de la que han transitado todos los involucrados en los movimientos armados de la región, pero al mismo tiempo inauguró la era de los acuerdos diplomáticos, siempre con Estados Unidos como actor determinante en las relaciones. Los palestinos han recorrido esta travesía con más sin sabores que logros reales. Hasta el momento en que estas líneas se escriben, Palestina no ha sido reconocido por todos los Estados miembros de la ONU, en detrimento de los acuerdos de las décadas de 1990 y 2000. No obstante, la situación de los palestinos parece tener esperanza debido a que en 2012 una comisión palestina buscó el reconocimiento en la ONU, lo cual consiguieron por una abrumadora mayoría. En el 2012, la Asamblea General de la ONU admitió a Palestina como “Estado observador sin derecho a voto” en la resolución 67/19, tras una votación en la que 138 países se pronunciaron a favor, 9 en contra y hubo 41 abstenciones.48 El Consejo de Seguridad de la ONU no vetó la admisión. De esta manera, la organización representativa de la “voluntad internacional” reconoció la soberanía de los palestinos sobre los Territorios Ocupados por Israel desde 1967.
La decisión de la ONU abrió un nuevo capítulo en un conflicto de casi siete décadas. La votación no supuso la admisión de Palestina como miembro de pleno derecho en la ONU, una decisión que sólo corresponde al Consejo de Seguridad, entidad en la que Estados Unidos ha negado aceptar a Palestina como Estado en la ONU. Sin embargo, los palestinos fueron reconocidos como grupo nacional con derechos reivindicativos, conseguido con el apoyo en las resoluciones 242, 338, 478, 1397, 1515 y 1850.49 La resolución 67/ 19, la cual le dio la categoría de Estado Observador sin derecho a voto, no tuvo consecuencias inmediatas en cuanto a la creación efectiva de un Estado, aunque renovó la legitimidad e importancia de su lucha contra la ocupación.
Salgó Valencia, Alejandro J., “La Intifada: el paradigma de la resistencia popular en Palestina”, en: Martha Ortega, Blanca García y Federico Lazarín (coords.), Estudios históricos en torno a las movilizaciones populares, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa / Palabra de Clío, 2007, pp. 11-23.
[1] El término Medio Oriente es complejo, ya que refiere a elementos políticos, religiosos, étnicos y geográficos. En un discurso de 1892, en la Cámara de los Comunes, Arthur Balfour fue quien por primera vez utilizó el término para referirse a la región que comprende Egipto, el norte de áfrica y lo que era el Imperio Otomano hasta los límites con Irán. El concepto se popularizó durante la Primera Guerra Mundial, debido a que Francia e Inglaterra, las principales potencias occidentales, tenían interés en reacomodar el mapa geopolítico de la región en 1916 con el acuerdo Sykes-Picot. Dicho acuerdo introdujo el concepto de Medio Oriente en el horizonte europeo y en la geopolítica mundial. Said, Orientalismo, 2008, pp. 58-80. Agradezco al maestro Daniel Toledo Beltrán por su apoyo en este tema tan complejo. A él va dedicado este texto.
[2] El término Oriente Próximo tuvo su construcción en la diplomacia estadunidense posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se utilizó como el sinónimo de lo que los europeos llamaban Medio Oriente, razón por la cual es común que en la política estadunidense se ocupe dicho concepto para la región. Previo a que el término se hiciera popular en la diplomacia estadunidense, Alfred Thayer Mahan, ideólogo sobre la geopolítica, propuso utilizar Medio Oriente en 1902. Ozkan, “Oriente”, 2011, pp. 101-107.
[3] El País, Madrid, 15 de agosto de 1978.
[4] El País, Madrid, 15 de agosto de 1978.
[5] Adelman, Rise, 2008, p. 129.
[6] Khalidi, Reafirmación, 2004, p. 184.
[8] Khalidi, Reafirmación, 2004, p. 184.
[9] United Nations, Treaty Collection, Resolución 338. En esta resolución se busca, según la ONU, la paz y la prosperidad comercial de los agentes de la zona. Versión digital en: https://treaties.un.org/
[10] United Nations, Treaty Collection, Resolución 242 de la ONU.
[11] United Nations, Treaty Collection, The Camp David Accords. The Framework for peace in the Middle East, 1978, p. 8.
[12] United Nations, Treaty Collection, The Camp David Accords. The Framework for peace in the Middle East, 1978, p. 7.
[13] United Nations, Treaty Collection, The Camp David Accords. The Framework for peace in the Middle East, 1978, p. 8.
[14] United Nations, Treaty Collection, The Camp David Accords. The Framework for peace in the Middle East, 1978, p. 12.
[15] United Nations, Treaty Collection, Annex to the Framework Agreements, 1978, p. 6.
[16] Lustick, “Israel”, 1981, pp. 558-569.
[17] United Nations, Treaty Collection, The Camp David Accords. The framework for peace in the Middle East, ONU, p. 15; véase: Lustick, “Israel”, 1981, pp. 557-559.
[18] Yesh Gvul, “¡No nos envíes al Líbano!”, Carta abierta de soldados reservistas al primer ministro y al ministro de defensa, 1982, versión digital en: https://elpais.com/diario/2009/01/04/internacional/1231023605_850215.html (consultado el 15 de marzo de 2016).
[19] Wesker, “Dankner, quiero contarte una historia...”, en: Matzpen, 137, marzo de 1983, citado en: Warschawski, Revolución, 2008, p. 55. La Hatikva es el himno nacional israelí.
[20] Kimmerling, “Patterns”, 1993, p. 202.
[22] Schlögel, Espacio, 2007, p. 88.
[23] Schlögel, Espacio, 2007, p. 89.
[24] Avni-Segre, “Israel”, 2009, pp. 279-282.
[25] Uno de los problemas a los que se enfrentan las etnias minoritarias es la adaptabilidad, ya que habitualmente tienen que modificar sus códigos culturales a los de la sociedad que los recibe y los rechaza a la vez. Véase: Ávila, “Repensando”, 2015, p. 159.
[26] Citado en: Warschwski, Revolución, 2008, p. 60.
[27] Yehouda Elkana, “En pro del olvido”, en: Haaretz, 2 de marzo de 1988, p. 4.
[28] Yehouda Elkana, “En pro del olvido”, en: Haaretz, 2 de marzo de 1988, p. 4.
[29] Yehouda Elkana, “En pro del olvido”, en: Haaretz, 2 de marzo de 1988, p. 4.
[30] Zahalka, “Nueva”, 1998, pp. 12-13.
[31] Smooha, “Minority”, 1990, p. 235.
[32] Dakkak, “Back”, 2009, pp. 34-68.
[33] Hall, “Introducción”, 2006, p. 233.
[34] Ferro, Colonización, 1999, p. 396.
[35] Gilbert, Roudtledge, 2008, pp. 36, 46, 61 y 67.
[36] Chomsky, Triángulo, 2002, pp. 226-227.
[37] Ahronot, 15 de marzo de 1974, citado en: Álvarez-Ossorio, Miedo, 2001, p. 77.
[38] Ahronot, 15 de marzo de 1974 citado en: Álvarez-Ossorio, Miedo, 2001, p. 77.
[39] United Nations, Treaty Collection, The Camp David Accords. The framework for peace in the Middle East, ONU, p. 18.
[40] Chomsky, Triángulo, 2002, p. 78; Reinhart, Israel, 2002, pp. 25- 29; Álvarez Ossorio, Miedo, 2001, pp. 112-122.
[41] La conocida como “Segunda Intifada” tiene características diferentes en su inicio y solicitudes.
[42] Devetak, “Postmodernism”, 2001, p. 181.
[43] Tamari, “Revolt”, 1990, p. 24.
[44] Bastenier, “La Guerra de siempre”, 1999, p. 216, citado en: Salgó, “Intifada”, 2007, p. 15.
[45] Defense minister Rabin, Haaretz, 22 de abril de 1989.
[46] La Resolución 43/ 176 fue elaborada de emergencia para “solucionar la nueva cuestión palestina” que apareció durante la Intifada. United Nations, Treaty Collection.
[47] Es interesante mencionar que el prestigio y adepto internacional que había generado la lucha palestina en contra de su opresor israelí perdió credibilidad con el apoyo de forma abierta que otorgó Yasser Arafat al régimen de Saddam Hussein en 1991, en el contexto de la primera Guerra del Golfo Pérsico. No obstante, es difícil, desde nuestro punto, culpar a Yasser Arafat de este mal cálculo político, ya que Saddam Hussein en su búsqueda por consolidarse como defensor de la causa árabe, en detrimento del lugar que había dejado Egipto tras los Acuerdos de Campo David y su expulsión de la Liga árabe, y consolidar a Irak como el gran refugio del Islam, dijo que apoyaría a cada palestino que perdiera la vida durante la Intifada como si fuera un soldado del ejército regular iraquí al otorgar a sus familias pensiones vitalicias. Véase: Salgó, “Intifada”, 2007, pp. 18-19.
[48] Resolución 67/ 19 de noviembre de 2012. Versión digital en: https://treaties.un.org/