Huir de la Guerra. Sufrimiento y diáspora al inicio de la Guerra de Castas (Yucatán, 1847-1850)

Fleeing from War: Suffering and Diaspora at the beginning of the Caste War (Yucatán, 1847-1850)

 

 

Resumen

Este artículo se enfoca en los primeros años de la Guerra de Castas en Yucatán y en cómo afectó a las comunidades locales. A través de documentos históricos, se exploran las vivencias de hombres y mujeres frente a las expresiones de violencia suscitadas durante el conflicto armado. Se destaca la diáspora, un fenómeno que ocurrió cuando muchas personas huyeron de la violencia buscando refugio en otras regiones. El artículo presenta datos estadísticos de mortalidad y utiliza gráficas y mapas para ilustrar el impacto de la guerra y la dispersión de la población.

Abstract

This article focuses on the early years of the Caste War in Yucatán and how it affected local communities. Through historical documents, it explores the experiences of men and women facing the expressions of violence unleashed during the armed conflict. The diaspora is highlighted as a phenomenon where many people fled violence in search of refuge in other regions. The article presents statistical data on mortality and utilizes graphs and maps to illustrate the impact of the war and the dispersal of the population.

 

Fecha de recepción: 1 de diciembre de 2022

Fecha de aceptación: 31 de julio de 2023

 

* Doctora en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Miembro fundador del Grupo de Estudios Históricos y Antropológicos en Salud y Vulnerabilidad Social. Investiga epidemiología histórica, historia de la medicina y la salud pública. Autora de libros y artículos en revistas nacionales e internacionales, en donde analiza epidemias históricas como cólera, fiebre amarilla, viruela, hambrunas, y epidemias contemporáneas como dengue, chikungunya y zika, y recientemente covid-19. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, nivel II.

Contacto: ppeniche@yahoo.com


Introducción

En la península de Yucatán, a mediados del siglo XIX, se desencadenó una guerra que dejó una profunda marca en la historia de la región. La Guerra de Castas, que estalló en 1847, no sólo fue un enfrentamiento armado, sino también un capítulo trágico de sufrimiento humano y de diáspora. A través de documentos que relatan los primeros años de este conflicto emergen vivencias de mujeres y hombres que, en poco tiempo, perdieron todo lo que tenían. Muchos, incluso, su propia vida.

La Guerra de Castas es el término que se ha utilizado para referir a la insurrección de grupos mayas que se alzaron en armas contra el gobierno yucateco en el siglo XIX. Esta guerra se prolongó con diferentes niveles de intensidad durante más de medio siglo, hasta que en 1901 las fuerzas militares lideradas por Ignacio Bravo llevaron a cabo la última campaña contra el bastión rebelde de Chan Santa Cruz. A lo largo de todo este tiempo, los mayas que participaron en la rebelión encontraron refugio en las selvas del sur de la península, lo que les permitió mantener su movimiento. Además, el suministro de armas desde Belice también contribuyó a su prolongada duración.

En este artículo nos adentraremos en los sucesos y las consecuencias de los primeros años de esta guerra. Durante esta época, la región se vio sacudida por actos de violencia que dejaron una profunda huella en la experiencia de aquellos que presenciaron y vivieron la contienda. Este trabajo se enfoca en el sufrimiento y la diáspora que muchas personas y familias de Yucatán experimentaron tras el estallido del conflicto armado, especialmente quienes habitaban en el oriente del estado. El objetivo es explorar cómo la guerra afectó a las comunidades locales, a las familias y a las personas, y cómo éstas se enfrentaron a la adversidad. A través del análisis de estas experiencias, esperamos arrojar luz sobre un periodo histórico que ha dejado un legado profundo y duradero en la identidad y la memoria colectiva de Yucatán.

La identificación inicial del fenómeno de la diáspora se basó en información cuantitativa extraída de las actas sacramentales, la cual develó las consecuencias sanitarias y demográficas del estallido de la guerra, como se detalla más adelante. Luego, la caracterización social de la diáspora, como respuesta a la violencia, y la comprensión de la experiencia histórica del sufrimiento se fundamentó en documentación primaria de tipo cualitativo. Con el objetivo de acercarnos a la vivencia colectiva, se examinaron detalladamente las expresiones sufrimiento y diáspora en función de su significado histórico. Para ello, se llevó a cabo una revisión exhaustiva de los diccionarios y vocabularios más representativos del castellano de la Edad Moderna, abarcando desde los siglos XV hasta principios del XX, como los trabajos de Nebrija (1516), el Diccionario de Autoridades (1739) y la Academia Usual (1780-1925). Este proceso de revisión permitió situar la documentación cualitativa en su contexto sociocultural correspondiente. Además, se retomó la noción de sufrimiento desarrollada por la antropología, en concreto el enfoque de Kleinman, Das y Lock (1997),1 el cual aporta una perspectiva complementaria para interpretar las categorías históricas.

Metodología. La lectura de las fuentes documentales sobre la Guerra de Castas se hizo a partir del interés por conocer la experiencia humana frente a la violencia desatada en los primeros años de este conflicto, a partir de las categorías de sufrimiento y diáspora. Ambos son términos ambiguos desde un punto de vista metodológico, pero con un gran significado desde la experiencia humana. Son relativos, imprecisos, y tienen como referente obligado un tiempo y un lugar. Son relacionales, porque aunque puedan referirse a experiencias individuales, siempre suceden en función del vínculo establecido entre dos o más personas.

El término sufrimiento aparece en los diccionarios del castellano desde muy temprano, en el siglo XV (1495, Nebrija), y significó “paciencia, conformidad y tolerancia con que se sufre algo”, hasta la primera mitad del siglo XX (1925, Academia Usual).2Sufrir era “padecer, resistir, tolerar, recibir con resignación un daño moral o físico”. Con el tiempo, el sufrimiento fue perdiendo su contenido de paciencia y tolerancia, para pasar a significar simplemente “padecimiento, dolor, pena”. Desde una perspectiva filosófica, el sufrimiento puede interpretarse como la privación del bien y la percepción de esta carencia.3 Así, el sufrimiento es una experiencia histórica y situacional, ya que su contenido depende del contexto sociocultural en el que ocurre; es decir, la percepción de la privación se configura con los valores y las necesidades de cada época.

El sufrimiento no es una emoción, sino una experiencia compleja que afecta el estado físico, mental y emocional de las personas. Esta experiencia abarca tanto una dimensión individual como una representación cultural, una experiencia transpersonal y una encarnación de la memoria colectiva. El sufrimiento ocurre en condiciones de ruptura y disrupción. Por lo tanto, según Kleinman, el sufrimiento es una experiencia social, ya que no sólo daña las relaciones y los organismos, sino que también provoca respuestas de ayuda por parte de instituciones y grupos sociales en algunos casos, mientras que en otros se niega o se trata con indiferencia. El concepto de sufrimiento social en antropología engloba una serie de problemas humanos que tienen su origen y consecuencia en las devastadoras heridas que una fuerza social, como la violencia de una guerra, puede infligir en la experiencia humana. Bajo esta categoría, se incluyen afecciones que suelen ser abordadas en campos separados, ya que involucran cuestiones de salud, bienestar, integridad, jurídicas, morales y religiosas, simultáneamente.4

En un contexto de violencia agravada por el estallido de una guerra -cualquier guerra-, la diáspora ha sido históricamente un mecanismo para huir del daño, potencial o consumado. Diáspora significa “dispersión de individuos humanos que antes vivían juntos”.5 Este fenómeno es, por definición, multidireccional, desorganizado, y se da en un lapso relativamente corto. No es lo mismo que migración. ¿Por qué se fracciona un grupo de personas que compartía los beneficios de la vida en común? Desde que diáspora aparece como término en los diccionarios históricos, se le asocia a la violencia a la que se ve sometido un grupo, y se refiere como ejemplo histórico la diseminación de los judíos por todo el mundo.

En este trabajo se opta por la categoría de diáspora y no la de desplazamiento forzado, porque, aunque también se trata de un movimiento de población asociado a la guerra, se considera anacrónico su empleo en el contexto del siglo XIX. La noción de desplazamiento forzado tiene su origen en el campo del derecho internacional y los derechos humanos. Se utiliza para describir la situación en la que las personas se ven obligadas a abandonar sus hogares y territorios debido a conflictos armados, violencia generalizada, violaciones de derechos humanos u otras circunstancias que amenazan su seguridad y bienestar. Su empleo se popularizó en la década de 1990 en el ámbito legal y político como un concepto clave para abordar la protección de los derechos de las personas desplazadas.6

El ejercicio analítico que se presenta en este trabajo inició a partir de un interés preliminar por reconocer el sufrimiento de la gente que salió huyendo de sus casas para evitar ser asesinados. El siguiente paso fue abordar los indicios históricos que ofrecían los relatos sobre el estallido de la Guerra de Castas en Yucatán. Al decir “el estallido”, se habla de los tres primeros años, desde que se declara abiertamente en 1847 (aunque obviamente hubiese conflictos previos) hasta que se da el primer impulso de pacificación en 1850. Más adelante se profundiza en las etapas de esta guerra.

Fuentes. Este artículo se basa en dos tipos de fuentes de naturaleza diferente: fuentes cuantitativas y fuentes cualitativas. Las cuantitativas consisten en actas de defunción del barrio de San Sebastián de la ciudad de Mérida. A partir de recuentos anuales, se elaboró una gráfica de serie temporal que abarca un periodo de 64 años, desde 1834 hasta 1899, con el objetivo de identificar los picos máximos que representaran crisis de mortalidad. En este conjunto de datos se registró un total de 7 074 eventos, con dos lagunas, una de tres años entre 1868 y 1871, y otra de un año en 1876. Estos registros proporcionaron una primera aproximación al impacto de la guerra, como se detalla más adelante, y mostraron la necesidad de comprender el contexto más general para explicar las particularidades de los fenómenos reflejados por los números. La elección del barrio de San Sebastián se basó en la disponibilidad de fuentes. Inicialmente, la intención era reconstruir las series de defunciones de alguna localidad de la zona oriente del estado, pero la falta de libros obligó a buscar información en los registros sacramentales de la ciudad de Mérida, que parecían ser los más completos. Este hecho, en un principio fortuito, adquirió una gran relevancia en el desarrollo de la investigación, ya que reveló el fenómeno de la diáspora que inicialmente no se había tenido en cuenta.

El segundo conjunto de fuentes, de tipo cualitativo, se buscó en dos archivos digitales de gran riqueza. En primer lugar, se accedió a la Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona, que alberga una valiosa colección de cartas y otros manuscritos en maya y español que intercambiaron líderes insurgentes y otros protagonistas de la Guerra de Castas durante los primeros veinte años del conflicto. En segundo lugar, se recurrió a la Hemeroteca Nacional Digital de México, donde se resguardan los boletines oficiales del gobierno del estado de Yucatán y otros periódicos locales. En estos repositorios, la búsqueda se orientó hacia el interés de encontrar relatos históricos, indicios y testimonios sobre cómo la vida de la gente común se vio impactada durante esos primeros años de la guerra. Se encontraron documentos de distinto tipo: a) cartas e informes oficiales; b) columnas periodísticas y notas editoriales, y c) manuscritos que incluyen relatos, apuntes y testimonios en primera persona, así como ensayos contemporáneos a la guerra.

a) Cartas e informes oficiales: se localizó correspondencia redactada entre 1847 y 1849 por militares y políticos en la que informaban sobre situaciones y sucesos en la zona de conflicto, como Valladolid, Peto, Tekax e Izamal. También se trabajó con cartas dirigidas al obispo por parte de curas y párrocos, donde dieron cuenta de lo que habían visto y vivido en sus jurisdicciones. Además, se incluyeron escritos de vecinos dirigidos a autoridades, en los que relataron su participación voluntaria en patrullas de vigilancia destinadas a proteger sus propias localidades de la irrupción de los insurgentes. Asimismo, se incorporó una carta escrita en maya por líderes rebeldes que informaron al gobernador sobre acciones de violencia por parte de los militares, y le advirtieron las consecuencias que habría en caso de que no se cumplieran los acuerdos del Tratado de Tzucacab firmado en 1849. También se tomó en cuenta un informe de la situación sanitaria en las ciudades de Mérida y Campeche, publicado en la revista médica La Emulación en 1848.

b) Columnas periodísticas y notas editoriales: estas fuentes provienen de tres periódicos locales publicados entre 1847 y 1849 que son abundantes en detalles sobre la diáspora. De La Revista Yucateca, editada en Mérida, se consultó la columna titulada “Interior. Sobre nuestras cosas”, que se incluía ocasionalmente en sus publicaciones semanales y ofrecía información sobre diversos sucesos relacionados con la guerra. De El Amigo del Pueblo, editado en Campeche, se trabajó con la columna titulada “Emigrados”. Además, del Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán se tomaron en cuenta las notas editoriales de “La Redacción”, que también proporcionaban detalles relacionados con los “emigrados”.

c) Manuscritos con relatos, apuntes y testimonios, así como ensayos contemporáneos a la guerra. En este conjunto se encuentran cuatro escritos de gran utilidad debido a la información que contienen sobre la guerra y la diáspora. El primero de ellos es un documento de cuatro fojas titulado “Apuntes de algunos episodios del sitio de Valladolid por un testigo presencial” (1849). Como su encabezado lo indica, ofrece una narración retrospectiva de hechos ocurridos entre enero y marzo de 1848, antes de que los mayas insurgentes tomaran la ciudad de Valladolid en julio de ese mismo año. El autor, quien afirma haber sido testigo de los acontecimientos que relata, los identifica como “La primera batalla de Dzinup”, y menciona tanto las acciones de los rebeldes como las de los militares en los pueblos de Tixhualahtun, Tikuch, Tahmuy, Hunucú, Tesoco, Xocen, Kanxoc, Chichimilá, Tekom, Ebtún, Dzitnup, Cuncunul y Kaua.7

El segundo documento es una traducción al español de una crónica redactada en maya acerca de los acontecimientos que llevaron a la toma de Valladolid en julio de 1847. La narración, escrita en seis fojas, comienza con la conjura de Xinum en la que participaron los líderes Manuel Antonio Ay, Cecilio Chi y Jacinto Pat; continúa con los hechos que condujeron al fusilamiento de Manuel Antonio Ay; y concluye con la toma de Valladolid, aunque esta última parte se aborda de manera muy breve. La traducción está fechada en Dzitáz en 1937, pero sobre el escrito original en maya no se tienen muchos datos. Es probable que haya sido redactado por un testigo presencial, ya que inicia con la expresión “Recuerdo de...” y el autor se identifica como Yen huntul u chibal ah maya uinic (“Yo soy un hombre de linaje maya”). Aunque la narrativa reconoce los actos de violencia llevados a cabo tanto por los rebeldes como por los militares, en el primer párrafo comienza diciendo lo siguiente:

[...] esa guerra se llevó a cabo a causa de que los amos o encomenderos persiguieron de una manera tenaz a los indios, abrumándolos y reduciéndolos a la miseria con el elevado tributo que pagaban a los mandatarios, a los sacerdotes y a sus amos... llegó un día en que ya estaban fastidiados de esos sarandeos y malos tratos.8

El tercer documento es una relación del viaje que realizó la señora doña Dolores Campos y Montero junto a toda su familia a Veracruz en 1847 debido a la guerra. Este relato fue escrito por el padre José Campos y Montero, hermano de la mencionada señora, quien en ese momento era un fraile exclaustrado de la orden franciscana. El documento consta de cuarenta y cinco fojas y es una copia del original, realizada en 1914 por el licenciado Arturo Gamboa Guzmán.9

Por último, el cuarto manuscrito es un ensayo histórico escrito en 1866 por Serapio Baqueiro, titulado “La Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual”. Gran parte de este escrito fue incluida diez años después en el más conocido “Ensayo histórico de las revoluciones en Yucatán, de 1840 a 1864”, también de la autoría de Baqueiro. El texto comienza su narración con los enfrentamientos entre diferentes facciones políticas que tuvieron lugar en Yucatán antes de 1847, ya que el autor considera que ello es parte de la explicación del levantamiento armado que ocurrió después. La cuidadosa cronología de los sucesos registrados entre 1847 y 1849 que ofrece este texto me ayudó a comprender los hechos de violencia que experimentaron los peninsulares durante esos años y las formas en que trataron de sobrevivir. Aunque el manuscrito está lleno de detalles y referencias, también contiene adjetivos que califican las acciones de los mayas y los soldados según las convicciones sociopolíticas del autor. Los “indios” son descritos sucesivamente como bárbaros, incivilizados y embusteros, mientras que los “valientes” soldados se presentan como víctimas de los engaños y la ferocidad de los insurgentes. A pesar de ello, se describen los excesos de violencia cometidos por ambos grupos contra todas las personas, independientemente de su origen social, étnico o convicciones políticas. El objetivo fue recomponer la crónica de los sucesos a partir de este documento para recuperar la experiencia de la población civil;10 es decir, no de los militares ni de los insurgentes, sino de las personas que fueron hostilizadas sin haber tenido una participación directa en el conflicto armado.

A partir de las fuentes primarias señaladas se construyeron los elementos gráficos que se incluyen en este artículo. Más que meras ilustraciones, estos elementos gráficos son herramientas explicativas. Las Gráficas 2 y 3 muestran la serie temporal de datos de mortalidad, pero la Gráfica 3 incluye etiquetas que relacionan los picos máximos con eventos sanitarios específicos. Ambas gráficas cuentan con líneas de tendencia polinómica de segundo y tercer grado, lo que las hace adecuadas para conjuntos de datos complejos que no siguen una tendencia lineal. La Gráfica 4 representa una reconstrucción comparativa de la población total en distintas localidades de Yucatán utilizando datos de los censos de 1846 y 1862. Esto permite visualizar las consecuencias demográficas del estallido de la guerra. Los mismos resultados se presentan de manera diferente en el Mapa 3.

Gráfica 1

Defunciones del pueblo de Halachó, Yucatán, 1779-1840

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Fuente: Libro de defunciones de la parroquia de Halachó, Archivo de la Arquidiócesis de Yucatán.

Gráfica 2

Defunciones de la parroquia del Barrio de San Sebastián, Mérida, Yucatán, 1834-1899

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Fuente: Libro de defunciones de la parroquia de San Sebastián, Archivo de la Arquidiócesis de Yucatán.11

Gráfica 3

Defunciones y sus causas en la parroquia del Barrio de San Sebastián, Mérida, Yucatán, 1834-1899

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Fuente: Libro de defunciones de la parroquia de San Sebastián, Archivo de la Arquidiócesis de Yucatán.

Gráfica 4

Población en algunas jurisdicciones de Yucatán, según los censos de 1846 y 1862

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Fuente: “Historia de la Guerra de Castas de Yucatán / Escrita por el Lic. Apolinar García García”, CAIHLY, F 1376.G37.H57 1865.

Mapa 1

Pandemia de fiebre amarilla, 1878-1879

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Fuente: Elaboración propia a partir de diverso material hemerográfico.

Mapa 2

Avance de la sublevación entre 1847 y 1848, Yucatán

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Fuente: CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2, “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro; “Apuntes de algunos episodios del sitio de Valladolid por un testigo presencial [manuscritos]”, CAIHLY, XLIII-1857-1849-027.

Mapa 3

Efectos demográficos del estallido de la Guerra de Castas, 1846-1864

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Fuente: “Historia de la Guerra de Castas de Yucatán / Escrita por el Lic. Apolinar García García”, CAIHLY, F 1376.G37.H57 1865.

Los mapas fueron creados en la plataforma ScribbleMaps, utilizando datos extraídos de fuentes primarias. El Mapa 2 ilustra el avance de la sublevación durante un año, desde julio de 1847 hasta junio de 1848. La fecha final coincide con los datos de mortalidad en Mérida trabajados estadísticamente, lo que permite analizar los efectos de la diáspora. Por otro lado, el mapa visualiza cómo se fue desplazando la huida de familias y personas a lo largo del territorio. Es fundamental resaltar que estas herramientas gráficas enriquecen la comprensión de la información histórica presentada en el artículo, permitiendo una visualización más clara y detallada de los eventos y tendencias analizadas.

La estructura del artículo se ha organizado en torno al objetivo de explorar cómo la guerra afectó a comunidades, familias y personas, y la manera en que la diáspora se convirtió en una de las respuestas para escapar del daño potencial o consumado. El núcleo central del artículo consta de tres secciones principales, además de la introducción y las conclusiones.

En la primera sección, titulada “Desenredando la madeja”, se expone cómo emergieron los datos sobre el impacto de la guerra en términos de mortalidad. Estos datos surgieron como los primeros indicios durante el proceso de investigación. Aunque la búsqueda inicial de estos datos fue involuntaria, se han incluido en este trabajo porque se considera que metodológicamente son relevantes, y también porque resultaron ser reveladores de un contexto problemático que requería un análisis más profundo.

La segunda sección, titulada “El estallido”, emprende una reconstrucción histórica de los tres primeros años de la guerra, desde su inicio en 1847 hasta el repliegue de los rebeldes en 1850, un año después de la firma de los Acuerdos de Tzucacab. Durante este periodo, la rebelión avanzó sobre tres cuartas partes de la península y los actos de violencia por parte de todos los contendientes fueron desmedidos. Esta narrativa proporciona una comprensión de la magnitud de los acontecimientos que llevaron a muchas personas y familias a huir para proteger su integridad.

En la tercera sección, titulada “La diáspora”, se retoman testimonios y narraciones sobre la huida masiva de familias e individuos de la zona de conflicto. Se busca responder preguntas como ¿a dónde fueron? y ¿en qué condiciones se encontraron? Estas narraciones ofrecen un vistazo a las experiencias y circunstancias de aquellos que buscaron refugio fuera de la zona afectada por la guerra.

Desenredando la madeja. Los indicios de la tragedia

Los indicios sobre la tragedia de la guerra surgieron en el transcurso de otra investigación sobre fiebre amarilla. Si bien, la Guerra de Castas es un suceso histórico relevante en la historia de la península de Yucatán, las investigaciones que abordan problemáticas históricas que no se relacionan directamente con el conflicto bélico suelen mencionarlo sólo de manera tangencial y no como un elemento indispensable para cualquier estudio sobre la región durante la segunda mitad del siglo XIX. En contraste, existe bibliografía que analiza este episodio en la historia regional de manera profunda y desde diferentes aristas.12Algunos historiadores no están de acuerdo con la etiqueta de “Guerra de Castas”, porque no todos los rebeldes eran mayas, y no todos los mayas lucharon. Entre éstos había criollos, mestizos y mulatos, y muchos de los que no se alzaron en armas fueron víctimas de violencia por parte de los insurrectos o de los soldados.13

¿Cómo apareció la Guerra de Castas sin buscarla deliberadamente? Al investigar la fiebre amarilla nos detuvimos en los reportes de un brote epidémico registrado en Yucatán en 1878.14 Este brote fue la expresión local de una pandemia que afectó a Estados Unidos, Cuba, varias otras islas del Caribe, áfrica atlántica y Madrid (véase Mapa 1).

En los informes oficiales y el material hemerográfico, los datos sobre lo ocurrido en el Valle del Mississippi son estremecedores. Las fuentes que tratan sobre el puerto africano de Dakar y la población de Saint Louis en áfrica Occidental también mencionan una debacle sanitaria de gran magnitud, ya que en ambas regiones hacía más de dos siglos que no se registraban casos, lo que las volvía especialmente susceptibles al contagio. Sin embargo, tanto en Yucatán como en Cuba, la fiebre amarilla era endémica desde hacía más de tres siglos, afectando principalmente a los inmigrantes. Quizá por eso, la información sobre Yucatán era escasa; de ahí que haya sido necesario centrar el análisis de las posibles consecuencias demográficas de esta pandemia a través de los registros de fallecimientos. De acuerdo con Malvido, estos fenómenos sanitarios se reconocen con facilidad en los conteos de mortalidad: cuando las líneas de un gráfico se elevan a manera de campanario, ahí está la epidemia.15 Por ejemplo, en la Gráfica 1, correspondiente a la información del pueblo de Halachó, se ve fácilmente un brote de viruela en 1826, y la pandemia de cólera de 1833.

Para localizar los campanarios que supuestamente existirían para la fiebre amarilla, se buscó en la página de Family Search un libro de defunciones que abarcara veinte años en torno al brote de 1878, es decir, de 1868 a 1888. Ahí apareció por primera vez la guerra, ya que se conservaron muy pocos libros sacramentales de esa época. Hay testimonios de que los rebeldes, cuando atacaban a los pueblos, entre otras cosas, quemaban los libros religiosos. Habría sido de gran interés realizar los conteos de algún pueblo de la Costa o de la Sierra, ya que sobre ambas regiones habíamos reconstruido series para el siglo XVIII y hubiera sido interesante tener una perspectiva de largo plazo. Sin embargo, no fue posible encontrar ningún libro de estas zonas. Por eso se procedió a buscar en Mérida. Era razonable suponer que, de existir un registro completo, ése sería el del Sagrario (esto es, el de la catedral), pero no se tomó en cuenta como primera opción para evitar empezar con los grupos sociales más acomodados. Se examinó el libro de defunciones de San Cristóbal, pero a primera vista presentaba grandes vacíos; y, así, se llegó al de San Sebastián.

San Sebastián es uno de los barrios que se formaron al suroeste de la ciudad de Mérida durante el periodo colonial. Desde un punto de vista político, el pueblo fue considerado como pueblo de indios, y, aunque se llamaba “república de indios”, en San Sebastián vivían tanto vecinos (criollos y mestizos) como indios. De su administración parroquial dependían quince haciendas y dieciséis sitios.16

Al comenzar con los conteos anuales, se identificó un vacío en los registros entre 1868 y 1871, lo que se consideró como la primera laguna en los datos. En 1878, a pesar de la expectativa de un pico de mortalidad (campanario) debido a la pandemia de fiebre amarilla, no se encontraron evidencias numéricas de dicho evento. Sin embargo, en 1883 se detectó otro brote de fiebre amarilla del que no se tenía conocimiento previo. La curva de fallecimientos presentaba un comportamiento atípico, lo que llevó a tomar la decisión de remontarnos en el tiempo para investigar más a fondo. Se decidió retroceder hasta 1834, un año después del primer brote de cólera en Yucatán. En esos recuentos encontramos la guerra por segunda vez, y en toda su magnitud: en 1848 apareció un campanario que no esperábamos. Aunque se sabía de otra epidemia de cólera en 1853, el pico máximo de 1848 lo superaba. A pesar de parecer un “campanario” típico de enfermedades infecto-contagiosas, no había ninguna referencia cualitativa que respaldara esa suposición. Además, parecía poco probable que ese incremento en la mortalidad se debiera a la violencia de la guerra, ya que los insurgentes no habían logrado tomar Mérida (Gráfica 2).

De esta manera, llegamos a plantear la hipótesis de que el pico máximo en la mortalidad del barrio de San Sebastián para 1848 habría sido ocasionado por la diáspora generada por la guerra. Con esta nueva perspectiva, se buscó toda la información cualitativa posible acerca de la Guerra de Castas para comprender cómo el conflicto había generado un campanario de mortalidad más alto que el brote de cólera ocurrido durante la guerra en 1853.

El estallido (1847-1850): violencia y sufrimiento

La historiografía ha establecido que la primera etapa de la Guerra de Castas abarcó los primeros tres años, desde el estallido en 1847 hasta el repliegue de los rebeldes en 1850. Este artículo se centrará en dicha etapa. Todo inició a partir de julio de 1847, cuando surgieron disturbios entre grupos mayas disidentes y represalias militares en el oriente de Yucatán, afectando a los pueblos de Tepich, Chichimilá, Ichmul, la villa de Valladolid y otros lugares cercanos. Posteriormente, los rebeldes tomaron Tihosuco en noviembre de ese mismo año, y el asedio de Valladolid tuvo lugar entre enero y marzo de 1848, finalmente cayendo en manos de los rebeldes en julio de ese mismo año. Luego, se sumaron otras ciudades del oriente, como Tizimín y Espita.17

En febrero de 1848, los rebeldes atacaron Bacalar y mataron a la mayoría de sus habitantes. En menos de un año, lograron avanzar y tomar control de más de 250 pueblos con sus respectivas demarcaciones, abarcando dos tercios de la península. El gobierno yucateco sólo pudo conservar Mérida, Campeche, el Camino Real y las poblaciones costeras del norte de la península. Durante esta etapa, se interrumpieron el comercio y la agricultura. La industria azucarera, que había sido un pilar valioso de la economía del estado desde 1825, colapsó, ya que el 90% de los cultivos de caña se ubicaban en las tierras del sur y oriente que estaban bajo el control de los insurgentes. Lo mismo sucedió con la ganadería, la industria textil, la explotación del palo de tinte, el tabaco y otras actividades económicas cuyos productos se comercializaban desde los puertos de Sisal y Campeche.18

La segunda etapa de la Guerra de Castas abarca de 1850 a 1869. El ejército yucateco recibió ayuda del gobierno mexicano para recuperar algunas poblaciones que los insurgentes habían tomado; éstos se replegaron al sur y este de la península, y establecieron su base de operaciones en Chan Santa Cruz. Desde allí, organizaron ataques y asedios a las poblaciones que el gobierno iba recuperando. Gradualmente, se volvieron a poblar ciudades que habían sido abandonadas, como Izamal y Valladolid. Durante esta fase, se logró recuperar la actividad productiva y económica.19 La tercera etapa de la Guerra de Castas va desde 1869 hasta el final del conflicto en 1901. Durante este periodo, los mayas insurgentes constituyeron su propio gobierno y controlaron un amplio territorio en el sur y oriente de la península. El conflicto armado disminuyó su intensidad y los ataques de los rebeldes se volvieron más esporádicos.20 En los últimos veinticinco años, floreció la producción y exportación de la fibra de henequén, convirtiéndose en el principal sector de la economía yucateca. Esta prosperidad económica llevó al traslado de la aduana marítima de Sisal al puerto de Progreso en 1872, convirtiéndolo en un centro de transacciones comerciales muy importante para el Caribe y el Atlántico. Alejandra Badillo plantea una periodización diferente para comprender este conflicto bélico, incluyendo una cuarta etapa que abarcaría de 1895 a 1904. Durante este periodo, se fraguó y consolidó la última campaña militar en contra de los mayas rebeldes de la Guerra de Castas.21

El estallido inicial de la guerra, en 1847, está asociado al descontento que surgió entre algunos de los reclutas mayas que participaron con las milicias federalistas en su lucha por la independencia del estado. Al parecer, el nuevo gobierno no les permitió conservar las armas que habían utilizado o decomisado en los combates, como se les había prometido. A raíz de este malestar, las autoridades afirmaron oficialmente que los mayas estaban tramando una rebelión y trataron de reprimirla mediante la fuerza.

Cecilio Chi, de Tepich, fue señalado como el artífice del plan de insurrección, junto con Manuel Antonio Ay, de Chichimilá, y otros líderes de Xocen, Tiholop, Ekpedz, Tixcacalcupul, Chemax, y, aparentemente, también el hijo de un hacendado mestizo o maya llamado Jacinto Pat. Se aseguró que en Tepich, Cecilio Chi celebraba “conferencias revolucionarias, en la oscuridad de la noche, con sus centinelas apostados, y todos los cabecillas”; y que en esas reuniones clandestinas se había acordado que la sublevación iniciara el 15 de agosto de 1847. Sin embargo, antes de esa fecha, supuestamente borracho, Manuel Antonio Ay habló de sus planes sin darse cuenta de que, entre los presentes, había “un blanco o mestizo” que inmediatamente fue a Valladolid a contarle todo lo que oyó al coronel Eulogio Rosado, comandante militar de aquel distrito.22

Tras esos incidentes, Manuel Antonio Ay fue capturado y fusilado en Chichimilá, a lo que siguió la aprehensión de otros caciques de la región, que también terminaron ejecutados en la ciudad de Mérida. Inmediatamente, los militares asentados en el oriente pusieron en marcha la persecución de Chi y Pat, a quienes señalaron como cabezas de la conflagración. En un intento por encontrar al primero, cien soldados de infantería al mando del capitán Peraza trataron de ingresar a Tepich durante la madrugada del 27 al 28 de julio de 1847. Al llegar, los centinelas silbaron para avisar de la presencia de los militares, por lo que tuvieron que esperar en la entrada del pueblo hasta que amaneciera. Ya de madrugada, avanzaron hacia la casa de Cecilio Chi y otras más del pueblo, pero no encontraron a nadie.23

Lo que hicieron los soldados en Tepich fue importante, porque los líderes rebeldes utilizaron esto para justificar la violencia de la ofensiva que iniciaron semanas después; aseguraron que los militares habían robado objetos personales, violado mujeres, golpeado ancianos, torturado y fusilado jóvenes, incendiado la casa de audiencia y cometido otras muchas atrocidades. En aquel pueblo no sólo vivían mayas, también había blancos y mestizos, quienes huyeron a Valladolid cuando estalló la violencia. Algunos más quizá creyeron que, debido a su condición de “vecinos”, no les sucedería nada. No fue así. Dos días después de los daños causados por los soldados, Cecilio Chí regresó acompañado de doscientos hombres, y degolló a veintitrés “vecinos blancos que, con incauta confianza, se habían quedado”.24 La sublevación había comenzado.

En Tepich, Cecilio Chi y sus hombres se organizaron para construir trincheras en cuestión de días, entre el monte y los caminos. Los rebeldes emboscaron y repelieron con éxito a todo militar que se acercó, excepto a una sección que logró penetrar para rescatar a algunas familias que se habían salvado de la degollación del día 30 de julio de 1847. A estas personas las trasladaron a Valladolid. En su crónica de estos días, Serapio Baqueiro asegura que, hasta aquel momento, los sublevados no superaban los cuatrocientos. Sin embargo, los abusos cometidos por los soldados en su intento de capturar a Cecilio Chi y Jacinto Pat habrían incrementado el odio y el deseo de resistencia por parte de los pueblos mayas del oriente, haciendo que el movimiento de rebelión se extendiera con rapidez. En Tepich y Tihosuco, los militares saquearon y robaron a los mayas, los torturaron “cruel y bárbaramente todos los días”, los despojaron de sus cosechas, se robaron el maíz de los pueblos para trasladarlo todo a sus cuarteles, saquearon viviendas de gente inocente:

Consecuencia natural de estos inhumanos excesos fue que una multitud de estos indios residentes en los terrenos de Tihosuco, por temor o por venganza, abandonaron sus hogares y fueron aumentar el número de los sublevados.25

Las propiedades de Jacinto Pat tuvieron el mismo destino, y de su hacienda se llevaron todos los animales, así como los granos de sus trojes y sus milpas. Se dice que Pat era mulato o mestizo, y en esa zona se le tenía cierto respeto; le llamaban “don Jacinto”. De manera que su persecución sólo logró que ganara más seguidores para la rebelión, y también más odio.26

Así, el 11 de noviembre de 1847, a eso de las 10 de la mañana, 2 000 mayas sitiaron Tihosuco. (véase Mapa 2). El coronel Trujeque, que mandaba las fuerzas asentadas allí, no tuvo más remedio que evacuar a su tropa y a algunas familias de vecinos hacia Ichmul.

La conjuración se presentaba imponente, terrible y amenazadora. Mérida, pobre, enflaquecida en su moral y en su físico como el joven adulto, que en su infancia apenas había perdido su vigor y disipado toda su fortuna por efecto de su desenfreno, se ve de pronto impotente para poner una barrera a aquel océano que se desborda; aunque sumergida aún en su letargo, mucho es que advierta los primeros pasos del gigante que viene a devorarla.27

Una semana después de tomar Tihosuco, los mayas alzados, con un número cada vez mayor de hombres, avanzaron sobre Sacalaca y Dzonotchel. El 10 de diciembre, 10 000 indios sitiaron Ichmul bajo un “fuego nutrido y constante de fusilería”. Muchos de los habitantes de los pueblos ocupados por los rebeldes se unieron al levantamiento, y quien no lo hizo tuvo que huir. Tanto los militares yucatecos como los mayas insurgentes asesinaban, quemaban casas, hacían prisioneros, talaban los campos, arrasaban alimentos, destruían iglesias y edificios públicos. De esta forma, los insurgentes tomaron muchos pueblos más, “llegando a tocar con sus armas victoriosas las puertas de Mérida y Campeche”. Cada victoria se traducía en más armas para la rebelión. Antes de tomar un pueblo, cortaban todos sus caminos, le impedían el acceso a recursos externos y lo rodeaban con una línea de circunvalación que les permitía avanzar hacia su objetivo. Los sobrevivientes de estas incursiones relataron que, a fin de generar terror, una parte de los mayas insurgentes entraba a los pueblos asediados disparando sus armas al aire, pero otra gran parte lo que hacía era entrar gritando.28 Se escuchaba:

El estruendo [de las armas], aunque incierto y muy poco mortífero; [así como] la algazara infernal producida por la horrible gritería de esa multitud de gente sin armas, que los acompañaba con solo el fin de infundir miedo con sus gritos, y entre la cual se mezclaban hasta las mujeres y muchachos.29

En febrero, los rebeldes tomaron Peto, Tekax, Tihosuco y Yaxcabá. Los soldados y los habitantes de estos pueblos huían y se retiraban cada vez más hacia el oeste; muchos llegaron a buscar refugio en Valladolid e incluso en Izamal.

Los insurgentes se dividieron en dos grupos: unos, bajo el mando de Jacinto Pat, se quedaron en Peto y, en el trayecto a Tekax, ocuparon todos los pueblos y ranchos que había en el medio; los otros, dirigidos por Cecilio Chi y Bonifacio Novelo, fueron hacia Valladolid. Se dice que estos dos últimos formaron la parte más sanguinaria y más feroz de la sublevación. En enero de 1848, los mayas sublevados rodearon a Valladolid, hasta que el 20 de ese mes más de 5 000 indios atacaron la ciudad por siete puntos diferentes. Después de ese incidente, los indios rebeldes se retiraron, pero luego volvieron a asediar la villa de Valladolid durante la noche del 13 de marzo.30 El coronel que estaba a cargo de la plaza, junto con algunos de sus soldados, intentó sacar a algunas familias de allí para que no fueran “asesinadas brutalmente por los machetes de los bárbaros”. Sin embargo, el coronel, sus soldados y las familias evacuadas fueron sorprendidos por los rebeldes mientras intentaban ir a Espita:

Causando tantos males, que esta horrible noche forma la más triste página de la sangrienta guerra de los indios. Hombres, mujeres, ancianos y niños, todos caían al golpe del machete de los bárbaros, que cebaron en estas víctimas de su furor el implacable odio de los de su raza contra los de la blanca.31

Muchos residentes de aquella villa fueron asesinados a machetazos o ahorcados en sus propias casas.32 Algunos lograron escapar por otros caminos. Un grupo de mujeres y niños salió hacia Mérida “en medio del terror y de la confusión que producen los tiros de fusil, la grita de los salvajes, los lamentos de los heridos, el clamoreo de los niños, el alboroto de los caballos, el crujido de los carros que chocándose se destrozan, el espanto de las mujeres, y la desesperación de los hombres”. 33

Al día siguiente se supo en toda la península que “la rica y opulenta Valladolid había dejado de existir”. La famosa fábrica de hilados La Aurora, que se inauguró en 1837, se quemó completamente; todos los habitantes salieron corriendo, dejando atrás todas sus cosas, tanto en hogares como en tiendas, talleres y fábricas. Aún 18 años después, los contemporáneos aseguraban que la mitad de la población seguía en ruinas, “percibiéndose todavía en sus muros ennegrecidos y destrozados la asoladora brea por cuyo fuego fueron consumidos”.34 Tras Valladolid, cayeron las no menos importantes villas de Tizimín y Espita.

En el sur también se levantaron en armas los mayas de San Antonio Petén y Chichanhá, que atacaron Bacalar el 12 de abril con más de 12 000 hombres. El 3 de mayo, Maní fue tomado por los insurgentes, quienes “lo atacaron por sorpresa y lo tomaron, cometiendo atentados horrorosos y dándolo a las llamas”. Una vez que los rebeldes tomaron Valladolid, se dirigieron a los caminos, destruyendo y quemando todo lo que veían a su paso. Los pueblos del distrito de Espita, hasta Dzilam y Dzizantún, Motul, Yaxcaba, Pixoy, Tinum, Dzitás y Tunkás, sobre la carretera de Izamal, fueron cayendo uno a uno. El 20 de mayo los rebeldes sitiaron Izamal. Se encontraban cada vez más cerca de Mérida. El 29 de ese mes, Izamal fue evacuada sin que se produjera una gran batalla. Ticul se perdió un día antes, el 28 de mayo. En el partido de Campeche, los mayas de los Chenes se adhirieron a la rebelión y, en muy poco tiempo, ocuparon todos los pueblos y haciendas de la zona. Quien se negara a unirse al levantamiento tenía que huir. A finales de mayo de 1848, es decir, en seis meses: “Los indios eran dueños de toda la Península; y los blancos habían sido obligados a encerrarse dentro de los muros de las dos grandes ciudades”: Mérida y Campeche.35

La diáspora: una tierra desgarrada

En poco tiempo, la guerra transformó el paisaje, dejando tras de sí ciudades y pueblos destruidos: las casas de mampostería que circundaban las plazas centrales, quemadas con los techos desplomados; las viviendas de bajareque y palma, reducidas a cenizas; los solares, yermos; las milpas, completamente abandonadas; las iglesias, en muchos casos, convertidas en cuarteles.36 Según los testigos, hubo un gran número de muertos en ambos bandos: “los indios estuvieron a punto de apoderarse de todas las ciudades y pueblos de todo Yucatán, incendiando sus casas y asesinando a cuantos quedaban al alcance de su mano: mujeres, jóvenes y niños; y lo mismo les hacían a ellos por el ejército de los blancos”. 37 En abril de 1848, el presbítero de Peto escribió al obispo sus impresiones sobre la guerra en los siguientes términos:

Nada se resiste al furor de los indígenas. Tihosuco se destruye, Ichmul se reduce a escombros, Valladolid desaparece, Peto se acaba, y el fuego se desborda consumiendo las casas. Lleva su furor hasta los ranchos, la haciendas, las familias salen presurosas de sus casas, corren por los montes, malparen las preñadas y se pierden los niños en los montes, las cabezas caen y entonces el ángel de la muerte se complace de tantos horrores.38

Centenares de familias que huyeron de las matanzas se dirigían a Mérida en busca de seguridad y amparo.39 Otras tantas personas se habían ido a ocultar en los montes, presas del hambre y la fatiga. Por ejemplo, 115 habitantes de Dzonotchel abandonaron su pueblo y se refugiaron en la selva de Peto durante casi un año, hasta que las fuerzas del estado lograron recuperarlo. En diciembre de 1847, 550 familias de Pencuyut, Chaksinkin, Tahdziu y Santa María huyeron al monte y posteriormente intentaron establecerse de nuevo en Peto.40 Lo mismo ocurrió con muchas otras familias -mayas también- que vivían en las haciendas al servicio de los blancos, contra los que habían declarado la guerra los insurgentes.

Algunas de las familias que huían del estallido de violencia igualmente fueron a parar a Cabo Catoche, Isla Arena y Palizada. Para Cozumel, los “emigrados” cruzaron por bote víveres, herramientas y materiales para construir tiendas de campaña, pues no había ahí nada ni nadie que pudiera ayudarlos.41 Muchos otros, solos o acompañados, salieron de sus hogares sin rumbo, con la esperanza de salvar sus vidas; algunos llegaron hasta las playas del oriente, donde fueron recogidos por barcos enviados desde Cuba, que los trasladaron a Sisal, Campeche o Veracruz.42

Muchas de las familias emigradas llegaron a Mérida. Hacia mayo de 1848 se estimó que había unos 10 000 desplazados, únicamente en la capital;43 para diciembre, las cifras apuntaban a 30 000 familias movilizadas en diferentes direcciones, esto sería un aproximado de 100 000 individuos desplazados.44 Según quienes lo vieron, eran tres veces más mujeres que hombres. ¿En qué condiciones? Los testimonios aseguran que la mayoría eran pobres y desvalidas.45 Sabemos que a la capital muy pocos podían llegar a alojarse con familiares o conocidos; en general, se instalaron en las plazas públicas, en los arcos municipales. Otros, con más suerte, se resguardaron en grandes edificios de la ciudad que se destinaron a recibir a los emigrantes, como el Palacio Episcopal, el Seminario Conciliar de San Idelfonso, el Instituto Literario, la Contaduría Mayor de Hacienda y el Convento de La Mejorada.46 Mientras llegaban a Mérida los que huían del interior, de ahí salían familias con más recursos con destino a Veracruz, Honduras Británica o La Habana.47 Algunos de estos “emigrados”, antes de la guerra poseían propiedades que habían sido destruidas en cuestión de días.

Entre tanto, en Mérida y en Campeche se crearon Juntas de caridad con el fin de atender a los desplazados, distribuir los espacios y los escasos alimentos que se compraban con donaciones.48 Un año después del estallido armado, estas juntas recibieron en Sisal y Campeche goletas procedentes de Veracruz que transportaban dinero, maíz y rollos de tela para fabricar ropa; y de Nueva Orleans, también maíz.49 Las autoridades y las propias Juntas tuvieron que enfrentarse a la escasez generada por la guerra y el abandono de los campos, pero también por el ocultamiento y especulación de maíz que hicieron algunos hacendados que aún pudieron levantar cosechas en 1848.50¿Por cuánto tiempo podría mantenerse esta situación con los emigrados? Se expresaba preocupación por la “horrible miseria” en la que se encontraba esa población, que mostraba que no sería posible mantener por mucho tiempo a esa “inmensa muchedumbre destituida de todo recurso”. ¿En qué se podrían ocupar?51 Las mujeres fueron empleadas temporalmente en la confección de ropa para los soldados. Pero la falta de alimentos pronto amenazó a propios y extraños como la enfermedad más cruel, que ni las gestiones de las juntas de caridad ni los envíos por mar de otros puertos pudieron disipar. Los enfermos, la tropa, los rebeldes, los emigrantes, todos acabaron pronto con los víveres disponibles. Mientras las batallas seguían, no había tiempo ni gente para reponer lo que se había usado o destruido. Cuando se incen diaron las haciendas, se talaron los campos, se acabaron los ganados, ¿en dónde encontrar víveres en el país o recursos con qué poderlos proporcionar del exterior?52

En Mérida y Campeche, los heridos que llenaban los hospitales tenían hambre. En 1849 se reportaron más de 600 en el puerto, además de la multitud de soldados que regresaban lesionados de la guerra y pedían ayuda. Las familias de emigrados no tenían nada, sólo podían pedir limosna; un sinnúmero de viudas y huérfanos morían de hambre, “levantando sus lamentos porque se les dé pan que llevar a la boca”.53

Los caciques y alcaldes de los barrios formaron patrullas o rondas para vigilar los accesos a la ciudad y proteger a Mérida; nadie podía salir sin un “pasaporte”.54 Aquello parecía imparable, cuando se esperaba ver avanzar a los rebeldes sobre Mérida y Campeche, de pronto los mayas levantados en armas abandonaron Izamal y se replegaron hacia el Oriente. ¿Por qué? Don E. Dumond supone que este repliegue inesperado podría deberse a que era la época de la cosecha, y los mayas tenían cada vez menos alimentos.55 Si eso fue lo que sucedió, entonces deberían haber hecho una pausa para ir a las milpas. Ese impasse fue aprovechado por los soldados del gobierno para reagruparse y recuperar algunas de las poblaciones ocupadas.56 Los siguientes tres años fueron de batallas localizadas y escaramuzas entre mayas rebeldes y la milicia yucateca. Los soldados actuaron siguiendo los mismos actos de violencia que en un principio atribuyeron a los mayas. Hacia 1850, por ejemplo, Juan de la Cruz escribió al gobernador Barbachano, respecto a los soldados:

[...] muchas fueron las cosas que me hicieron, me desnudaron, devastaron mi carne, me quemaron, todo me han hecho, me tomaron 250 pesos de plata, y dos en cadenas de oro, y una carga de cacao y cinco cerdos y 22 arrobas de cera y tres caballos, me tomaron también una espada y una pistola y 30 cargas de maíz.57

La guerra ya había ocasionado un gran daño en el interior del estado. En Mérida y Campeche, el hacinamiento, la falta de higiene, la escasez de alimentos y la mala situación sanitaria general, entre otros factores, provocaron una elevada mortalidad, similar a la de las peores epidemias.

Hasta el momento es muy difícil evaluar el verdadero alcance de la catástrofe demográfica de aquella primera etapa de la guerra. Los libros sacramentales de los pueblos tomados por los rebeldes fueron incinerados, junto con muchos otros objetos que simbolizaban el control y la sujeción por parte de “los blancos”. Los que sobrevivieron no tenían la continuidad necesaria para hacer una evaluación numérica sistemática. Aunque no dispongamos de todos los datos, podemos hacernos una idea de la magnitud del sufrimiento de aquellas personas que tuvieron que abandonar sus hogares, sus medios de subsistencia y sus familias, en medio de la violencia y la muerte. Los relatos nos permiten ima gi nar una situación caótica entre aquellos que perdieron la vida a manos de rebeldes o soldados del gobierno, y todos los desplazados que enfrentaron condiciones de supervivencia muy precarias.

La Gráfica 3, que muestra las defunciones en la parroquia del barrio de San Sebastián muestra que el punto más alto de toda la serie corresponde con la fase más violenta de la Guerra de Castas. Este aumento de la mortalidad se debe a que había más gente debido a la diáspora que generó la guerra y, en consecuencia, los registros de entierros incrementaron proporcionalmente. También se puede atribuir a que el éxodo habría desencadenado una crisis sanitaria, ya que las condiciones de vida eran sumamente precarias. De manera inusual, el 30% de las actas de defunción de este año pertenecen a personas procedentes de pueblos del sur, ubicados a lo largo de la Sierra Alta y Baja, Izamal, Valladolid, Calotmul, y de la zona de Tizimín y Espita.

La violencia armada se concentró en ciertas zonas, provocando una diáspora que en poco tiempo concentró a los grupos exiliados en lugares que no tenían la capacidad para recibirlos. Las condiciones de alojamiento y de alimentación se deterioraron muchísimo, predominando el hambre, el hacinamiento y la falta de higiene. Ese contexto, que se vivió en las ciudades de Mérida y Campeche, incrementó la prevalencia de enfermedades gastrointestinales y respiratorias, así como la mortalidad infantil.

Otra información censal nos da pistas de que la población en el estado de Yucatán podría haber disminuido un 50% en quince años. Para 1862 se reportó que había lugares completamente desiertos, como Bacalar, mientras que Cozumel se pobló después de la guerra.

En la Gráfica 4 y en el Mapa 3 podemos observar tres grupos de localidades, de acuerdo con su demografía antes del estallido de la guerra en 1846 y después en 1862 (excluyendo los casos extremos de Cozumel y Bacalar). El primer grupo está formado por jurisdicciones que tuvieron un crecimiento positivo, como Maxcanú (7%) y Motul (5%). El segundo es de las que tuvieron un decrecimiento menor al -10 %, como Mérida (-0.2%) e Izamal (-7%). El tercer grupo está conformado por jurisdicciones que tuvieron una caída superior al 30%, que son todas las demás.

Consideraciones finales

Durante el desarrollo de este estudio, hemos explorado las dramáticas consecuencias del conflicto conocido como la Guerra de Castas en Yucatán, abarcando el periodo entre 1847 y 1850. El título de nuestro artículo refleja la temprana y desgarradora respuesta que enfrentaron muchas comunidades, familias e individuos en medio del sufrimiento y la adversidad. A lo largo de estas páginas, hemos desentrañado los impactos devastadores de este conflicto armado, analizando cómo la diáspora emergió como una estrategia de supervivencia para escapar del peligro inminente.

Los dos ejes centrales del análisis se centraron en el sufrimiento y la diáspora. El sufrimiento, entendido como una vivencia colectiva, surgió en las condiciones de ruptura generadas por el estallido de la guerra. La disrupción comenzó con el enfrentamiento entre grupos mayas disidentes y militares en varios pueblos del oriente de Yucatán. Eventos disruptores, como la supuesta conjura de líderes mayas y el fusilamiento de Manuel Antonio Ay a manos del ejército, marcaron puntos de quiebre que llevaron a movilizaciones sociales caracterizadas por cruentos actos de violencia por parte de los dos grupos en contienda, causando daños no sólo a sus adversarios sino también a toda la población en general.

Las fuentes de la época documentaron localidades completamente devastadas. En apenas dos años, los rebeldes tomaron el control de más de 250 pueblos, incendiando casas, iglesias y otros edificios públicos a fuerza de armas. Aquellos que no se unían a su causa enfrentaban el riesgo de ser asesinados. Lugares como Valladolid o Bacalar fueron arrasados por completo. Mientras tanto, los militares asediaban, reprimían y atacaban a las poblaciones donde residían los líderes del movimiento, además de torturar o asesinar a aquellos que sospechaban que los apoyaban. Con la expansión de la rebelión, los militares dejaron de sitiar sólo los pueblos donde se encontraban los líderes, sino también todos aquellos que ya estaban bajo el control de la sublevación.

El sitio de los rebeldes y la represión de los militares tuvieron devastadores efectos en la economía y el aprovisionamiento básico, generando hambre en la población. Así, muchas familias enfrentaron serias dificultades para subsistir, ya que, además de la falta de recursos o formas para conseguirlos, sus casas fueron incendiadas y sus reservas saqueadas. Desde los primeros meses del alzamiento, los militares fusilaron a muchos hombres acusados de ser cabecillas del movimiento o simples hostigadores; los rebeldes, por su parte, cometieron gran cantidad de asesinatos a filo de machete u horca. Ambos bandos, durante los dos primeros años de la guerra, se dedicaron a robar objetos personales, ganado, saquear trojes, violar mujeres, golpear ancianos, torturar, ahorcar, fusilar, degollar, incendiar, destruir, etcétera.

El sufrimiento frente a la experiencia de la guerra fue extendido, pues afectó a una gran cantidad de poblaciones, familias y personas. La violencia y las movilizaciones armadas de militares e insurgentes tuvieron un impacto amplio en múltiples aspectos de la vida de las personas y en las dinámicas sociales de la región. Las experiencias de dolor, pérdida, miedo y angustia se compartieron a nivel colectivo, creando una experiencia cultural común y compartida por toda la población afectada.

El conflicto bélico provocó una ruptura en la vida cotidiana y en las estructuras sociales establecidas. Las comunidades y familias enfrentaron una devastación que trascendió lo individual, impactando sus tradiciones, costumbres, creencias y valores que conformaban su identidad cultural. La diáspora que surgió como respuesta al sufrimiento refuerza la idea de que el dolor y la adversidad experimentados durante la guerra se convirtieron en una experiencia cultural. Esta dispersión de comunidades y familias implicó una pérdida de conexiones con el lugar de origen y una reconfiguración de las interacciones culturales y sociales. Es cierto que después de la pacificación muchas personas regresaron a sus lugares de origen, pero muchas otras nunca lo hicieron.

La diáspora provocada por la guerra llevó a la dispersión de comunidades y familias, con muchos buscando refugio en Mérida y en otras regiones, enfrentando condiciones de supervivencia extremadamente precarias. El hacinamiento, la falta de higiene y la escasez de alimentos causaron una elevada mortalidad, comparable a la de las peores epidemias. En efecto, no se disponen de todos los datos para una evaluación numérica precisa, sin embargo los testimonios sugieren que el sufrimiento fue inmenso para aquellos que tuvieron que abandonar sus hogares en medio de la violencia y la muerte.

Además, la Guerra de Castas dejó una profunda marca demográfica en la región. Aunque el alcance exacto de la catástrofe demográfica sigue siendo difícil de evaluar, se estima que la población en el estado de Yucatán podría haber disminuido considerablemente en sólo quince años. La violencia armada se concentró en ciertas zonas, provocando una diáspora que sobrecargó lugares no preparados para recibir a los desplazados, lo que resultó en condiciones de vida precarias y un aumento en la mortalidad.

En general, el artículo ilustra cómo la Guerra de Castas tuvo un impacto desgarrador y duradero en la vida y la cultura de Yucatán, dejando tras de sí ciudades y pueblos destruidos, una población diezmada y comunidades devastadas. La guerra transformó el paisaje de manera radical y dejó profundas cicatrices en la historia de la región, resaltando la necesidad de recordar y reflexionar sobre los sufrimientos padecidos por las personas afectadas durante ese periodo oscuro de la historia de Yucatán.

Fuentes

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Electrónicas

 

Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Real Academia de la lengua Española, consultado en: <https://www.rae.es/obras-academicas/diccionarios/ nuevo-tesoro-lexicografico-0>.

 

Notas

[1] Kleinman, Das y Lock, Social, 1997.

[3] Torralba, “Aproximación”, 2007, p. 24.

[4] Kleinman, “Everything”, 1997, pp. 315-317.

[6] Agier, Antropología, 2015, p. 23.

[7] “Apuntes de algunos episodios del sitio de Valladolid por un testigo presencial [manuscritos]”, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica y Literaria de Yucatán (en adelante CAIHLY), XLIII-1857-1849-027.

[8] “Traducción de un episodio de la Guerra de Castas del 30 de julio de 1847, [manuscritos]”/ escrito por Pedro Castillo, CAIHLY, LXXXVII -1923 -011.

[9] “Relación del viaje que hizo a Veracruz el año 1847: emigrado de Yucatán, su patria, por la rebelión indígena, la Señora Doña Dolores Campos y Montero con toda su familia / la escribió en verso, su hermano el padre José Campos y Montero (José Sopmae y Oretnom) fraile exclaustrado de San Francisco”, CAIHLY, lmep-198; "El obispado de Yucatán y Tabasco concede al cura José Canuto Vela licencia para separarse de la Diócesis de Yucatán, con objeto de salvar su existencia [manuscritos] / José María Guerra, Diego Larena. 25 de mayo de 1848", CAIHLY, XL-011; “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[10] La noción de población civil en un conflicto bélico es de mediados del siglo XX, pero en este contexto me permite referir a un grupo poblacional en concreto que no formó parte del movimiento armado.

[11] Esta gráfica y su análisis demográfico ya fue publicado en: Peniche, “Conflicto”, 2021, p. 703.

[12] González, Raza y Tierra, 1970; Sullivan, Conversaciones, 1991; Rugeley, Yucatan's, 1996; Dumond, Machete, 2005; Rugeley, Rebellion, 2009; Paoli, Guerra, 2017; Badillo, Rumbo, 2019.

[13] Dumond, Machete, 2005, pp. 188-189.

[14] “Carta del general Carbó al gobernador de Yucatán”, en: La Razón del Pueblo. Periódico Oficial del Estado Libre y Soberano de Yucatán, 24 de mayo de 1878, 3a época, año I, núm. 37; ”Fiebre amarilla (su origen y desarrollo)”, en: La Emulación, julio de 1878, tomo III, núm. 11.

[15] Comunicación informal con la autora de este artículo, 2009.

[16] “Razón de los sitios, Haciendas y Ranchos de la comprensión de Santa Ana, Santiago, San Cristóbal, Mejorada y San Sebastián [manuscritos] / José María Rivas Valdez”, CAIHLY, XXX-1837-2/2-006.

[17] Baqueiro, Ensayo, 1871, p. 433.

[18] Dumond, Machete, 2005, p. 211.

[19] Dumond, Machete, 2005, p. 301.

[20] Dumond, Machete, 2005, p. 467.

[21] Badillo, “Rumbo”, 2019, p. 105.

[22] “Traducción de un episodio de la Guerra de Castas del 30 de julio de 1847, [manuscritos] / escrito por Pedro Castillo”, CAIHLY, LXXXVII -1923 -011.

[23] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[24] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[25] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[26] “Guerra de Castas en Yucatán. Su Origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[27] “Guerra de Castas en Yucatán. Su Origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[28] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[29] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[30] “Apuntes de algunos episodios del sitio de Valladolid por un testigo presencial [manuscritos]”, CAIHLY, XLIII-1857-1849-027.

[31] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[32] “Francisco Martínez de Arredondo manifiesta al Jefe Superior Político de Mérida que los vecinos que componen el Batallón de Seguridad Pública cuidan la ciudad y pide que las fuerzas del gobierno no continúen su marcha al oriente [manuscritos]” / Francisco Martínez de Arredondo, Manuel Sales Bararna, CAIHLY, XLIII -1847-1849 -025.

[33] “Interior. Sobre nuestras cosas”, en: La Revista Yucateca. Periódico Político y Noticioso, 1849, tomo segundo, p. 63.

[34] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[35] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[36] “Jefatura Superior Política de Izamal”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 6 de octubre de 1849, p. 58.

[37] “Traducción de un episodio de la Guerra de Castas del 30 de julio de 1847 [manuscritos] / escrito por Pedro Castillo”, CAIHLY, LXXXVII -1923 -011.

[38] “El presbítero Meza Vales manifiesta al obispo de Yucatán los horrores que produce la guerra de “castas” [manuscritos]” / Meza Vales, CAIHLY, XLIII-1847-1849-034.

[39] Campeche fue otra ciudad refugio durante estos años. Ver: Alcalá, “Guerra”, 2019.

[40] “Comandancia principal de las fuerzas reunidas en Peto/Comandancia accidental de Tekax”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 7 de diciembre de 1848, núm. 178.

[41] “Nota editorial”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 17 de junio de 1848, núm. 30.

[42] “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[43] “Nota editorial”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 17 de mayo de 1848, núm. 3.

[44] “Emigrados”, en: El Amigo del Pueblo, 10 de marzo de 1848, núm. 287.

[45] “Nota editorial”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 27 de mayo de 1848, núm. 12.

[46] Baqueiro, Ensayo, 1871, p. 436.

[47] “Relación del viaje que hizo a Veracruz el año 1847: emigrado de Yucatán, su patria, por la rebelión indígena, la Señora Doña Dolores Campos y Montero con toda su familia / la escribió en verso, su hermano el padre José Campos y Montero (José Sopmae y Oretnom), fraile exclaustrado de San Francisco”, CAIHLY, LMEP-198; “El obispado de Yucatán y Tabasco concede al cura José Canuto Vela licencia para separarse de la Diócesis de Yucatán, con objeto de salvar su existencia [manuscritos] / José María Guerra, Diego Larena. 25 de mayo de 1848”, CAIHLY, XL -011; “Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866”, Serapio Baqueiro, CAIHLY, 972.6506 G84 1866 1 2.

[48] “Nota editorial”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 17 de mayo de 1848, núm. 3.

[49] “Nota editorial”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 5 de diciembre de 1848 núm. 176.

[50] “Nota editorial”, en: Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán, 9 de agosto de 1848, núm. 75.

[51] “Emigrados”, en: El Amigo del Pueblo, 10 de marzo de 1848, núm. 287.

[52] “Informe de la Comisión de Yucatán”, en: El Fénix. Periódico político y Mercantil, 20 de abril de 1849, núm. 35.

[53] Quintana Roo, Andrés, y otros, “Informe al Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores sobre la guerra”, en: El Fénix. Periódico Político y Mercantil, 5 de mayo de 1849, núm. 38.

[54] “J. D. Zetina, jefe del Ejército de Operaciones, ordena se formen patrullas o rondas para vigilar los cabos de la ciudad. [manuscritos]”/ J. D. Zetina, CAIHLY, XLIII -1847-1849 -007.

[55] Dumond, Machete, 2007, pp. 238-239.

[56] “El presidente de la comisión eclesiástica de Valladolid informa que los pueblos de Tekom y Tixkakal se habitan de nuevo y queda Nicolás Baeza como párroco de Tekom [manuscritos]”, CAIHLY, XLI -1842-1849 -034.

[57] “Juan de la Cruz exige a Miguel Barbachano se cumplan los acuerdos de paz. De lo contrario arrasará con Mérida [manuscritos] / Juan de la Cruz”, CAIHLY, XLII -1850-1866 -018.